‘What’s Going On’ de Marvin Gaye, la divinidad hecha disco
¿Cómo se hace esto? ¿Cómo hablar de algo así? ¿Cómo poner negro sobre blanco la importancia de algo que trasciende todo formato para convertirse en milagro? Porque, desde que el Lp se configuró como el principal vehículo de transmisión musical a partir de finales de los años sesenta del siglo pasado hasta prácticamente nuestros días, evidentemente ha habido ciertas obras que tienen un aura especial, algo que va más allá del puro artefacto pop. Podríamos hablar de Abbey Road, de Pet Sounds, de Kind Of Blue… pero de alguna forma What’s Going On, los trasciende a todos. No diremos que sea mejor ni peor -no se me enfaden- pero los trasciende.
What’s Going On, el disco que erigió al bello, torturado y portentoso Marvin Gaye en algo así como un semi-dios de la música negra, es sin duda más que un simple disco. Es una obra de arte teñida de tal espiritualidad que ni siquiera su autor sabía explicar bien de dónde vino. Es un disco que trasciende géneros. No es pop, ni jazz, ni soul. Es algo más, algo que perseguía fundamentalmente la transmisión de un mensaje universal. Un mensaje de paz, de igualdad y de concordia entre toda la humanidad. Difícil tarea, que obviamente todavía no hemos conseguido llevar a término. Todo lo contrario, el ser humano es quizá cada vez más mezquino, pero de alguna manera cuando uno escucha esto, se eleva hacia otro plano, un plano diferente a este en que nos hallamos, en el cual puede creer que existe un amor que todo lo puede. De esa clase de milagro hablamos.
Marvin Pentz Gay (renombrado Gaye in arte) era el guaperas de Motown. Alguien a quien su cuñado, Berry Gordy, no quería ni por asomo ver pensar. Sólo quería que cantara con esa voz de terciopelo, que se moviera en el escenario como él sabía, que volviera loca a la audiencia femenina. Que vendiera discos fáciles de escuchar, sin mácula, sin historias. Un pelele, una marioneta. Pero Marvin sabía que él era algo más.
Tras años de aguantar imposiciones, cantar canciones de otros que realmente no le gustaban, imitar a Nat King Cole y en general, pasar por el aro del dictador de su cuñado, estaba más que harto. Harto y muy, muy triste. La repentina muerte de Tammy Terrell, su compañera en varias grabaciones de éxito que se desmoronó en sus brazos en el escenario con un derrame cerebral para abandonar el mundo pocos días después con tan sólo 24 años, había tenido un efecto devastador en él. Eso y las aterradoras historias que su hermano Frankie le contaba a su vuelta de Vietnam.
El mundo se había convertido en un lugar oscuro. La muerte, la guerra más cruenta e incomprensible, la patente desigualdad social y racial, habían hecho tal mella en él que no quería formar parte nunca más de eso que Motown calificaba como “el sonido de la joven América”. Él quería hacer música de verdad, contar cosas. Se juntaba con Stewart Levine y Hugh Masekela, dos músicos procedentes del jazz que habían fletado el contestatario sello Chisa. Con ellos fumaba maría y hablaba de política y música. También escuchaba los revolucionarios planteamientos del icono del black power Stokey Carmichael. Empezaba a abrir los ojos.
Mientras tanto, Motown se dedicaba a suplir la ausencia de nueva música por parte de Marvin lanzando el álbum Super Hits, que pretendía capitalizar aún más exitazos como “How sweet it is (to be loved by you” o sobre todo “I heard it through the grapevine”. El disco presentaba en su portada al cantante como parte de un cómic en que aparecía disfrazado de una especie de superman. Marvin se volvió loco. Exigió de la compañía que cuando se hubiera agotado la primera tirada, retiraran la portada. Y se lo prometieron, pero jamás lo hicieron.
Sin embargo, otros empezaban a sentir lo mismo que él. Sus compañeros de escudería, The Four Tops, habían ido a tocar a San Francisco y fueron testigos de las durísimas cargas policiales contra los estudiantes de la universidad de Berkeley al pretender estos ejercer su derecho a manifestación. En concreto, a uno de ellos, Renaldo “Obie” Benson, le rondaba esta pregunta en la cabeza: “Qué está pasando?”. Con esto en mente, empezó a esbozar una canción. Un mero apunte, al que iba dando forma junto a Al Cleveland, miembro del staff compositivo de Motown. Como no lo consideraron una canción adecuada para los Four Tops, de alguna forma, Benson recaló en Gaye, que inmediatamente se sintió fascinado con la forma sencilla en que la canción expresaba todas sus inquietudes. Tanto, que él mismo terminó la canción, contribuyendo a parte de la letra y la música.
Con esto en la mano, acudió a grabarlo al conocido como “nido de serpientes”, el estudio que se encontraba en el sótano de las oficinas de Motown en Detroit y en el cual operaban los por entonces anónimos músicos que tocaban en todos los discos que producía la compañía. Conocidos como los “Funk brothers” y capitaneados por el teclista Earl Van Dyke y el sobrenatural bajista James Jameson, eran una banda fantasma sacada de los clubes de jazz de Detroit que tenía la obligación de tocar exclusivamente para Motown bajo unas condiciones leoninas. Algo que ellos, por supuesto, se saltaban a la torera. Por eso habían adquirido la sinergia suficiente como para dotar de un sello propio a todo en lo que tocaban.
“What ‘s going on”, la nueva canción que iba a grabar Gaye, no sólo no sería una excepción a esta regla, sino que con ella se emplearon a fondo. Había algo en esa composición, algo de jazz, combinado con funk libre y sensual, que les atraía especialmente. Lograron así un sonido diferente a todo lo que se escuchaba por ahí, realmente trascendente y excitante.
Cuando Marvin se lo puso a Berry Gordy, por poco le despide. Dijo que era lo peor que había oído en su vida. Su cuñado lo que debía hacer era dedicarse a ser guapo y cantar bien las canciones que él le dijera, no a hacer mierda de canción protesta. Pero aún así, el magnate dictador fue traicionado: dos de sus ejecutivos dieron el visto bueno a la salida del single, no se sabe si por error o por iluminación divina y entonces ya no hubo marcha atrás. Subió como la espuma en las listas de éxitos. El primer día de su edición vendió la estratosférica cifra de 100.000 copias. Era sólo cuestión de días que se encaramara al número uno.
De alguna manera, Marvin Gaye, el guapo de Motown, aquél al que casi nadie consideraba un artista serio, había sabido tomarle el pulso a su tiempo. Traducir todos los anhelos de una generación a canción. Lo había petado. De tal manera, que pasó a ser justo lo contrario de la marioneta que otros querían que fuera: pasó a tener el poder creativo necesario para terminar su misión. Y así lo hizo. Igual que le pasó a Coltrane con su A Love Supreme, Gaye pensaba que estaba ejecutando una misión divina. Le inundaba la espiritualidad e intentó llevar el germen de aquella canción tan relevante a todo un lp, que era el formato que se estaba imponiendo.
Marvin ni siquiera dejó que nadie le produjese, lo hizo él mismo (no era la primera vez, ya había hecho pruebas con The Originals y su “Baby, I’m for real”), con ayuda, por supuesto, de los maestros que formaban parte de los Funk Brothers y de los arreglos de cuerda que proporcionó David Van de Pitte, sencillamente gloriosos. El resultado de todo ello aparecía en mayo de 1971 y fue el primero de los álbumes del artista en llegar al top ten de las listas, alcanzando el puesto número seis.
Además de la canción titular, también los singles “Mercy mercy me (the ecology)” y “Inner city blues (make me wanna holler)” fueron un éxito, pero lo realmente importante de esta obra es que funciona como una sinfonía si se escucha entera. Todas las canciones tienen que ver unas con otras formando un todo sólido y rico en sonidos que vienen de todas partes y ninguna. Hay elementos de jazz, de funk, de música africana, de blues, de gospel, incluso de pop, pero ninguno lo suficientemente reconocible como para hablar de un género concreto. También en esto Marvin hablaba de igualdad, de universalidad. Y de hecho, convenció a negros y blancos.
Al fin y al cabo, el momento era propicio. Nixon se estaba convirtiendo en el verdadero enemigo. Un hombre que permitía la segregación racial más salvaje en su país y mandaba a sus jóvenes a morir en un lugar lejano por unos motivos que nadie se explicaba. What’s Going On puso todo eso sobre el tapete de la forma más hermosa y comunicativa posible. Un disco irresistible, absolutamente bello. Música pura para lanzar un mensaje alto y claro que testificaba que algo iba a cambiar.
Cualquiera que escuche los desarrollos a modo de jam que integran, por ejemplo, canciones como “Right on” o “What’s happening brother?” se ve abrumado por los detalles, por la magistral ejecución, los arreglos cristalinos, la portentosa voz de Marvin obrando milagros. Es un prodigio que ciertamente, crea unx o no en la presencia de un ser superior, nos sitúa en presencia de la divinidad. Es un álbum capaz de sacar nuestra espiritualidad como pocos lo han logrado. Y eso que no fue la única obra maestra que tuvo un efecto parecido ese mismo año -cabría citar también álbumes como Curtis, de Curtis Mayfield, o Pieces Of A Man, de Gil Scott-Heron– pero sí el que habló más de cara a la gente, y el que por tanto a más gente convenció.
La profundidad de su mensaje ha hecho que su vigencia nunca decaiga. Cada cierto tiempo es normal que se reivindique el álbum en alguna lista o, como es el caso, debido a sus diferentes aniversarios. Además, desgraciadamente, tampoco es que las cosas hayan cambiado tanto desde entonces. La América Trump y post-Trump está dejando tras de sí una estela de odio y destrucción que nadie deseaba que la humanidad volviera a ver, pero el caso es que la segregación racial sigue ahí. What’s Going On ha sido banda sonora e inspiración para movimientos como Black Lives Matter y toda su repercusión artística. Es inevitable localizar su rastro en discos como los del colectivo Sault o el músico Jon Lucien, que estuvo a pie de calle en las protestas y comentaba “What’s Going On es un órgano vital, como tus pulmones o corazón. Siempre está ahí, latiendo, no importa lo que estés haciendo”.
Al cumplirse 50 años de su edición se lanzaron tres lanzamientos: la reedición deluxe del álbum con el mismo remasterizado y una completa selección de outtakes, canciones en versión single y tomas alternativas; también aparece el disco en su Detroit Mix, la mezcla original que fue rechazada por Marvin y reelaborada en Los Ángeles; y finalmente, Funky Nation:The Detroit Instrumentals, una selección de ardorosas jams de Marvin y una banda que incluía a Hamilton Bohannon y otros jóvenes músicos de su ciudad. Todo un sabroso vacía-bolsillos para fans que vuelve a poner el disco en la palestra y contribuye a que su legado siga creciendo.
What’s Going On, además de su significado musical y social, fue para Marvin la llave que abrió todas las puertas. Libertad creativa, respeto, fama y fortuna. Lo que vendría después demostró que lo suyo no había sido casualidad. Discos como Let’s Get It On, la banda sonora Trouble Man, I Want You, Here My Dear o Midnight Love son también testimonio de un talento descomunal, que sin embargo nunca apagó la fiebre de su dueño. Gaye fue siempre un alma torturada. Dividido eternamente entre sus pasiones y la fe en Dios que su padre, un fanático predicador, le había inculcado a golpes. De hecho, sería su padre quien un fatídico día de 1984 acabaría con la vida de la estrella de un disparo, que nos dejó privados de una de las figuras más relevantes del siglo XX. Alguien que a buen seguro aún tendría cosas que decir, pero no le dejaron. En todo caso, dejaba tras de sí una obra descomunal de la cual What’s Going On es el pico, pero en ella hay todo un universo, o varios, por descubrir.
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