Conciertos

The Long Winters – Moby Dick (Madrid)

El concierto que la semana pasada ofreció la banda de Seattle en la sala madrileña era la ocasión perfecta para comprobar si el segundo y último trabajo del grupo, When I pretend to fall (03), seguía siendo la maravillosa colección de canciones que John Roderick ha compuesto, grabado y producido con la ayuda de ilustres invitados como Jon Auer y Ken Stringfellow (Posies), Peter Buck (REM), Chris Walla (Death Cab for Cutie) y Sean Ripple (American Analog Set).

Como era de esperar, ninguno de los personajes citados acompañó a Long Winters en su gira (qué increíble sorpresa nos hubieran dado, todo sea dicho), así como tampoco estuvo presente el teclista Sean Nelson. Todo esto no parecía importarle a Roderick, ya que se bastó el solo con su voz, su buen hacer y su simpatía. Y es que, mantener a un público esbozando una sonrisa durante casi hora y media, no es tarea fácil. Pero si pones empeño y sales a un escenario proponiéndote sorprender y entretener, las probabilidades de éxito son mucho mayores. Por suerte, ésta fue la actitud del grupo.

Sin llegar a ser un concierto excitante y emocionante en todo momento, supieron repartir los momentos grandes (con un setlist aparentemente improvisado) a lo largo de la actuación. Algo más cruda sonó «Stupid», igual de maravillosa fue «Blanket hog», a pesar de echar de menos el violín, piano y los pequeños detalles de la canción, y «Cinnamon» la gran sorpresa. Si a esta joya pop le añades entre medias un fragmento de «Cinnamon girl» de Neil Young, podéis imaginar que, si no fue el mejor momento de la noche, si uno de los mejores, al igual que «Blue diamonds» (donde, por cierto, Roderick y Eric Corson se intercambiaron la guitarra y el bajo). Derroches de energía con «Shapes», «Prom night at hater high» y, ya casi al final, la imprescindible «New girl».

Se aceptaron peticiones, no faltaron las bromas (ese guiño a «My Sharona») y, para seguir con las sorpresas, dos versiones para el único bis que descolocaron al personal. Ya sabíamos que sus influencias iban por diferentes y variados derroteros, pero «Running with the devil» de Van Halen creo que no la esperábamos ninguno. Sobre todo cuando, acto seguido, sonaba una versión casi irreconocible de «Don’t tell me» de Madonna.

Un concierto efectivo, a pesar de varias carencias y ausencias, menos preciosista que en disco, pero que no defraudó.

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