The Black Keys – Palacio de los Deportes (Madrid)
A la ciudad donde los conciertos terminan cuando antes empezaban (Manuel Pinazo) llegaban los Black Keys, la penúltima gran banda a la que oficialmente hay que venerar, aunque por una vez haya razones de sobra para hacerlo. Sobre todo después de Brothers (Nonesuch, 2010) y El Camino (Nonesuch, 2011), dos pelotazos de garage y blues con los que han conseguido dar el salto al gran público sin perder un indiscutible nivel de calidad y riesgo. Antes del concierto, se proyectó un vídeo de seguridad para el público. Lástima que no hayan grabado otro dirigido a promotores sin escrúpulos y ayuntamientos irresponsables.
Desde Ohio pero con puntualidad británica, Dan Auerbach y Patrick Carney aparecieron con una puesta en escena a lo White Stripes, batería y guitarra confrontadas en primer plano, bajo (Gus Seyffert) y teclados (John Wood) relegados a una discreta distancia. “Howlin’ for you” y “Next Girl”, la parte más blues de Brothers, sirven de mesurado comienzo y declaración de raíces e intenciones: bienvenidos al sur más ruidoso del indie americano. “Run Right Back”, “Gold on the Ceiling” y “Dead and gone”, pura gasolina fronteriza de la que está repleta El Camino, son la pueba de fuego para los decibelios de un Palacio de los Deportes que recibía cada canción como si fuera la última.
Tras el primer arreón, algo de intimidad. Dan y Patrick, emulando la soledad y la potencia de Jack y Meg White, recuperan “Thickfreakness” y aquel áspero pasado de cuando no tocaban para más de 50 personas. Un espejismo, con “Little Black Submarines” vuelve el presente y comienza una catarata abrumadora de ritmo y guitarras en forma de hits, que culmina y explota inevitablemente con “Lonely Boy”. Incontestable si no fuera por la indolente sobriedad de los protagonistas (lo más peligroso que hace Dan en todo el concierto es poner un pie encima de la plataforma de la batería), y los veinte segundazos de silencio que siempre dejan escapar entre canción y canción. Para el bis, una preciosa “Everlasting light’” bajo una inmensa bola de discoteca y “I Got Mine” como sereno fin de uno de los conciertos del año.