Chucho – Joy Eslava (Madrid)
La ansiada reunión de Surfin´ Bichos por la que tanto suspiramos, con la perspectiva que aporta el tiempo, tuvo bastante de espejismo satisfactorio. Mucha expectación, muchas ganas de recuperar la esencia de un mito, pero unos resultados que se tradujeron en una desgana y una ligereza escénica algo irritantes para una leyenda del rock independiente nacional. Algo impedía a la maquinaria funcionar a pleno rendimiento.
En la misma sala donde fui testigo de esa resurrección a medio gas, iba Fernando Alfaro a recuperar su reencarnación salvavidas como lo fue Chucho. Y, paradojas del destino, en esta ocasión el resultado fue memorable para los que tuvimos la suerte de congregarnos en Joy Eslava.
Con la previsible ausencia de Isabel León en esta reunión, la alineación titular del perro sin nombre acompañado por Javier Fernández, Juan Carlos Rodríguez, Miguel Gascón y Emilio Abengoza hizo su entrada en una sala que tardó en llenarse, pero que antes de comenzar la velada mostraba ya el aspecto de las grandes citas.
Lo primero que llamó la atención tras acometer del tirón «Conexión de hueso», «Motor de perro negro»,»El ángel inseminador» y «Mi anestesia», era la confección de un set list hecho por y para fans auténticos de la banda; los grandes hits llegarían después, pero esta maquinaria de torpedos al hígado era tralla bendita. Aún así, unos problemas iniciales de sonido deslucieron este conjunto de temas.
La cosa cambió del todo con la eclosión de «No me importa (carta bomba)» y «Extrarradio», dos canciones para nada habituales y que sonaron trascendentes y dolientes, como las grandes plegarias lo requieren. Desde ese instante las constantes sonoras mejoraron notablemente y la base rítmica, el teclado y los apuntes de guitarra brillaron con la nitidez que merecían.
La propuesta actual de Chucho engarza a la perfección con la naturaleza de Koniec (04), uno de los discos más infravalorados de la historia: crudo, arisco y rasposo, así fue avanzando el show, recuperando más adelante la solvente «Gran angular» y un himno perfecto para este presente repleto de chupasangres, «La mente del monstruo».
Por supuesto que la sequez imperante y necesaria no excluyó una emoción palpable: «Ricardo ardiendo», «Visión de rayos-x», «Un ángel turbio» -una de las pruebas más concluyentes de que Fernando Alfaro es uno de los mejores compositores que ha dado este país y «Revolución» -el canto más bello erigido al sentimiento de estar enamorado-me dejaron con las lágrimas asomando mezclando la melancolía y la esperanza.
Y si el grueso del show había sido inapelable, los bises que nos tenían reservados elevaron el concierto a uno de los puñetazos en la mesa más sonados que ha dado una banda reuniéndose, mostrándose plenos de vida, coraje y músculo. El primero, antes de la consabida «Magic», engarzó dos salivazos enérgicos que sonaron a gloria bendita: «Erección del alma» y «Perruzo», volviendo esta última bastante desquiciado al personal.
Y ni en mi sueños más húmedos imaginé una catarsis tan bestial como el fin de fiesta que nos tenía reservado este perro del infierno. Me refiero a una «Inés Groizard» ruidosa, distorsionada y dislocada que nos reventó en la cara como una misa negra que celebraba el regreso de una banda necesaria para soltar dentelladas a unos tiempos convulsos con demasiada mediocridad haciendo daño.