The Church – Untitled #23 (Unorthodox)
Por lo general, la nostalgia suele ser mala compañera de la objetividad. Si cuento que uno de los mejores discos del año lo ha sacado una banda que lleva 30 en activo, con 23 discos (contando Eps) a sus espaldas, probablemente pensaréis que soy otro despistado que se quedó anclado en los 80. Si digo que esa banda es The Church, grupo con una trayectoria magnífica en los últimos años y en una línea sorprendentemente ascendente, a más de uno ya le empezarán a entrar dudas. Si escucháis atentamente este Untitled #23, ya no os quedará ninguna.
No es normal, entiéndase por habitual, que un grupo fetiche (casi de culto) de los 80 entregue bien entrado el siglo XXI uno de sus mejores discos, pero The Church lo han hecho. Puede sorprender a los que se quedaron en el “Under the milky way”, pero los que han seguido su trayectoria de los últimos 20 años seguro que tenían claro que todavía les quedaban balas en la recámara. Y aquí lo tenemos. Con los ingredientes de costumbre: letras pesarosas, atmósfera ensoñadora, guitarras Byrdianas a ratos, arreglos de cuerdas…y sobrevolándolo todo la emotiva voz de Kilbey, que en esta ocasión canta todos los temas del disco. Susurrando en ocasiones, recitando en otras, algo iracundo por momentos, melancólico casi siempre.
Pero siendo un disco, como digo, de texturas, ambientes y atmósferas, sorprende lo atinados que han estado esta vez los australianos con las melodías. Desde el tinte de psicodelia a lo Lennon del arranque con “Cobalt blue” hasta el desenlace épico y mágico (lo mejor que no tuvieron tiempo de hacer Pink Floyd) que es “Operetta”, prácticamente todas las canciones rayan la perfección melódica. Incluso los temas más introspectivos tienen momentos que, horas después, siguen rebotando dentro de la cabeza del oyente. Que nadie piense, sin embargo, que es un disco fácil, radiable o inmediato: puede resultar asequible en las primeras escuchas, de acuerdo, pero merece la pena perder algo de tiempo explorando en su interior, paladeando cada combinación de acordes, cada silencio, cada superposición de voces, cada parada y cada vuelta a arrancar, cada línea de bajo…La recompensa será un viaje espacio-temporal en el que descubrirás con asombro que no todo estaba inventado en el pop oscuro, ensoñador y atmosférico de los 80, y que partiendo de dichas premisas se puede crear un disco que suena tremendamente actual.
A la vuelta, posiblemente, afirmarás con los ojos vidriosos que “Pangaea” es una de las canciones del año, que “Sunken sun” es lo más bonito que has escuchado en meses, o que la tripleta final con “Anchorage”, “Lunar” y “Operetta” sería un magnífico lugar donde podrías quedarte a vivir, de no ser porque debes volver a tu cotidiana existencia y a tu rutina diaria. Rutina que, eso sí, será más llevadera gracias a este discazo.