The Kinks – 50 años cantando Lola: Donde bebes champán y sabe a Coca-Cola
Hay que ver el poder que tienen las canciones! Pueden inmortalizar cualquier cosa, hacer eterno a un artista, tener tantos significados como se quiera asumir, acabar convertidas en verdaderos himnos. Y por supuesto de eso, Ray Davies y sus Kinks saben hasta más de la cuenta. Son varias sus canciones inmortales, definitorias de la médula espinal de la música pop tal como la conocemos. Pero quizá dos o tres de ellas, entre un catálogo que compite, aunque no suela decirse, con el de los mismísimos Fab Four en cuanto a calidad e incluso a ratos lo supera, son las que sobresalen como auténticas piedras rosetta que han servido de plantilla a mucho de lo que llegó después.
“You Really Got Me” o “Waterloo Sunset” son sin duda sus dos creaciones más importantes a nivel de hallazgo que ha devenido en nuevo camino para el pop, pero seguro que si a mucha gente “no aficionada” se les pregunta si conocen alguna canción de The Kinks, la respuesta aunque inicialmente sea no, pues la incultura es muy valiente, es más que probable que si les tararean aquello de “Lola-lo-lo-lo-lo-Lola”, sus ojos se llenen de clarividencia. Anda, esa claro que la conozco, acabáramos…
Lola, esa canción con nombre de mujer española que sin embargo habla de un travesti del Soho londinense, tiene un significado más allá de lo eminentemente musical para sus autores, que gracias a ella consiguieron encontrar ese hit imperecedero que convence a todo el mundo: rockers, poppers, niños, abuelos, tías, cuñados, listos, tontos, chinos, ingleses, camerunenses… a todos les gusta Lola. Una canción, por tanto, universal y eterna. Una marca de fábrica de las que aseguran la subsistencia a quien pueda sacarles provecho y por la cual, en consecuencia, cualquier músico llegaría hasta a matar.
The Kinks nunca habían realmente triunfado en América. Cuando el momento fue propicio, con su batería de singles beat capitaneada por un “You really got me”, que les metía con pasaje de lujo en el transatlántico de la british invassion, ellos lo desaprovecharon causando tantos estragos a los yanquis que se ganaron que les prohibieran tocar allí una buena temporada, lo cual dio al traste con toda ambición de incluirse en el mismo saco que Beatles, Stones, Who o Yardbirds.
Y no sólo eso: a inicios de 1970 tampoco en casa las cosas iban demasiado bien. Su último hit en el Reino Unido había sido “Days”, número 12 en listas en 1968, justo dos años antes. La banda de los hermanos Davies estaba, por tanto, en un dique seco de problemas económicos -aunque los aciertos artísticos continuaban como soles- a los que se añadían las constantes rencillas de un grupo siempre en amenaza de estallido cual polvorín.
Necesitaban un hit como agua de mayo, por eso cuando Ray, el mayor de los hermanos y principal compositor, llegó con aquella tonada de bar que contaba una historia que nadie sabía de dónde venía, pues como era su costumbre, jamás explicaba sus canciones a sus compañeros, todos olieron algo en el aire.
La canción fue escrita por Ray en abril de 1970. Se ha especulado con varias teorías acerca de la historia real tras ese muchacho inocente que acaba en un bar del Soho, en la disipada noche del Swingin’ London, bailando con lo que, gracias a la ingestión de la cantidad adecuada de alcohol, le parecía una bonita mujer, pero en realidad era un señor con barba vestido de señorita. Se ha dicho que podría tratarse de la famosa Candy Darling, de la troupe neoyorquina de Andy Warhol, pero Ray confirmó en la biografía oficial de los Kinks que se trataba de una historia real que le pasó al por entonces manager del grupo, Rober Wace, al que la noche, por lo visto, confundió más de la cuenta.
Sea como sea, la historia pretendía ser una de esas canciones de pub tan eminentemente inglesas que los Davies cantaban junto a sus padres y hermanas en la casa familiar de Mushwell Hill. Además, se adelantaba un año o dos al gusto por lo queer que se extendería como la pólvora gracias al glam rock, eso sí, desde un punto de vista, a los ojos de hoy en día (pero no nos olvidemos de contextualizar) algo rancio.
La grabaron en los Morgan Studios de Willesden, al noroeste de Londres, en un proceso bastante complejo, dado que probaron a tocarla en varias claves y con diversa instrumentación hasta dar con el feeling adecuado y sobre todo, la intro: esos golpes de guitarra acústica que se lograron con la combinación de una Martin y un dobro.
Además, con la canción ya terminada, Ray tuvo que volar adrede desde Estados Unidos para añadir una parte vocal que sustituyera la referencia directa que hacían a la marca Coca-Cola por un más discreto Cherry-Cola que permitiera que la tonada fuera radiada en la BBC.
La cosa tuvo su efecto: fue número 2 en UK, 9 en EEUU y número 1 ó 2 en prácticamente todo el mundo. Un éxito aplastante, que por supuesto, al fin, logró abrirles el mercado americano, iniciando con su público un idilio que duraría hasta la década siguiente y que les situaría como una poderosísima banda de directo en sus escenarios, lo cual influiría en muchas otras bandas, incluso cuando ya se suponía que su tiempo había pasado, pero esa es otra historia.
Ray al fin contaba con una canción que cualquiera podría cantar y conocer y que, sobre todo, le daba libertad creativa para lo que quisiera. De hecho, acabó metida con calzador en un lp conceptual sobre la industria discográfica con el que no tenía mucho que ver. Daba igual, Lola versus Powerman and the Moneygoround es una obra maestra, quizá la quinta o sexta seguida que hicieron los Kinks, repleta de canciones tan o más brillantes que Lola, aunque eso sí, sin su capacidad de impacto.
Es una canción que ha sido versionada en innumerables ocasiones y que ha revalidado su éxito en los charts muchas veces, quizá por eso hoy, 12 de junio, cuando se cumplen los 50 años de su edición, la banda ha decidido declarar el #loladay, una especie de original celebración de aniversario en la que todo músico que se preste puede compartir su versión por las redes sociales, junto con la que la propia banda ha puesto en circulación, con una remasterización que pone al día la original y una serie de juegos y memes que podréis encontrar en su web oficial. Y es que siempre es buen momento para escuchar a los Kinks! Así que, como decían Siniestro Total, tumbaos a la bartola y hacedlo.
qué buena revisión