Sr. Chinarro (Ambigú Axerquía) Córdoba 18/04/21
Un domingo de primavera en el que entre día nublado y previsiones de oscuridad atmosférica, al sol le da por demostrar que a una ciudad como Córdoba le quedan dos telediarios para volver a ser el infierno térmico en el que se convierte a la vuelta del mes de mayo, aprovechar las facilidades que sigue dando el personal de la sala Ambigú Axerquía para disfrutar de un concierto a unas horas en las que hace año y poco era impensable imaginar es un lujo y además un privilegio. Por el emplazamiento, y sobre todo por la necesidad de emplear la tarde dominical en algo más que un paseo, una sobremesa con amigos en la terraza de confianza o unas horas sumido en el último hype de la plataforma televisiva de turno. Era un momento perfecto para que un músico que conoce bien la ciudad pero no todos sus rincones más propicios volviera a traerse su guitarra acústica y procediera a su periódica visita a la ciudad califal. Antonio Luque, el hombre detrás del alias, o Sr. Chinarro, el escudo delante del creador, aún está pergeñando las canciones de la nueva hornada que a no mucho tardar pondrá en circulación, reafirmándose en una promiscuidad sin la que no entendería este digno oficio. Una de ellas, canción de amor sui generis, fue estrenada ante el reducido pero entregado aforo de seguidores que, utilicemos el plural inclusivo, nos repartimos en la terraza para añadir el sold out habitual, cuando se trata de él, y alegrarnos los oídos y un poquito el alma a la luz de la pandemia eterna. Y además con propina inesperada en forma de descubrimiento sonoro, a mayor honor del patrimonio artístico de los Luque.
Viniendo de quien viene y habituados a escucharlo en un formato tan apaciguado, no cabía esperar que se limitase a poco más que repasar los temas más recientes, léase “Escorpio”, “No recuerdo” o “Telaraña”, tal vez tres de las piezas menos amables de su aún caliente El Bando Bueno; lo bueno es encontrarlo pletórico en cualquier esquina de su escritura, sea la hermética con la que escribió “El peor poema” (con los violines sintetizados como base, con el músico que los tocó en el original sentado unas mesas más allá), la equívoca que usó para “El alfabeto morse” o la mítica, plagada de versos libres y lírica libre y profunda con la que se nos hizo imprescindible: “Quiromántico”, “El idilio” y “Cero en gimnasia” forman un trío de falsos hits que en realidad lo fueron, sin el cual muchos de los ahora presentes no habríamos sobrevivido a los vaivenes emocionales del tránsito de la adolescencia a la abominable adultez. Porque lo de madurez tampoco hace mucha gracia y suena como un lastre del que deshacerse para casi morir en el intento. Está don Antonio tocado por la mano de los que reparten el talento desde no se sabe dónde, pues no vamos a descubrir ahora su extraordinaria capacidad para escribir canciones, eso que parece tan sencillo y tan pervertido está, como si todo el mundo pudiera hacerlo con un mínimo de vergüenza torera.
Afirma lo que todos sabemos, que es casi un milagro que pudiera encontrarse el camino expedito de tráfico y paradas incómodas desde Málaga, que cualquier paniaguado adscrito a la concejalía de la tontería de turno podría aparecer sin previo aviso y acabar –lo seguirán intentando, después de que pase esta época dorada de las farmacéuticas- con este teatrillo que solo interesa a unos pocos, y que su ojo crítico escasas veces yerra en la previsión de algunos de los males que aún están por acecharnos. En “Una llamada a la acción” recuerda que no hay intención hedonista alguna, y en “Los ángeles” pisa el pedal de los coros celestiales para venir al caso. Pasea la metáfora de conquista en “Babieca”, recuerda sus propósitos de enmienda en “Quiero hacerlo mejor” y, picoteando entre su producción más surtida, se columpia en el ritmo de sevillana de la inicial “La plaga”, trastoca el folk como suele hacerlo en “Famélicos famosos” y el flamenco que nunca entendió en “Del montón”, vuelve a vislumbrar “El rayo verde” magistral y eterno, bucea en sus propios y miedos y “Supersticiones”, le da un color diferente a los “Efectos especiales” y glosa las virtudes de un dos caballos en una inolvidable excursión a Portugal, que no es otra cosa aún que “El lejano oeste”. Todo con unos pedales, un micrófono con filtro que hace que le rechinen los dientes al cantar y una guitarra afinada lo justo para que suene lo que y como tiene que sonar. Después, el postre y el orgullo de saberse partícipe, aunque solo sea para pinchar las bases desde el móvil, del posible nacimiento de una estrella: Con solo un tema preparado para la ocasión, de título “Casino”, y otro medio improvisado por las circunstancias y el asombro colectivo, Guille Luque, quinceañero y más conocido en estas lides como GLG, luce como un rapero de postín, dueño de un flow convincente y escritor de sus propias letras, aunque musicalmente alejado de su padre varias millas por naturaleza y generación. O mucho nos equivocamos o aquí hay madera, apuntalada por un empeño singular y una convicción absoluta. Las tablas son otra cosa, no necesarias por el momento. Todo un acierto subir al escenario a su compañero de viaje y sabemos que también de vida.
Y así, hasta que el permiso para agrupar a las bandas en el escenario les (nos) sea concedido, esperamos desde ya la próxima visita, la siguiente charla, el venidero rato de fantasear con un mundo mejor en el que, faltaría más, habrá que hacer el amor solo porque nunca está hecho del todo. Del odio, la desazón y la diferencia ya se ocupan otros, que son de quienes nos deberíamos ocupar todos y todas. Gracias de nuevo, Antonio, sabes que el bando de los buenos aún te necesita.
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muchas ganas de volver a verle con banda