St Vincent – Daddy’s Home (Loma Vista Recordings)
A estas alturas, creo que está suficientemente claro que Annie Clark es lo más cercano que tenemos hoy en día a Prince o a Bowie. Disco a disco ha demostrado ser esa mente inquieta que unida a un talento desbordante y unas habilidades totalmente fuera de lo común es necesaria en cada generación para que la música pop evolucione hacia algo más que un mero producto de consumo. A lo largo de los cinco discos que preceden al que nos ocupa, su trayectoria no es que haya sido ascendente, es que ha sido meteórica, propia de un extraterrestre.
De hecho, superar algo tan definitivo como Masseduction (2018), su anterior y más que laureado trabajo, es difícil no sólo para los demás (cualquiera), sino también para ella. Quizá es por eso que la de Tulsa ha decidido echar la vista atrás y volver a escuchar aquellos discos de los setenta que estaban siempre a mano en casa de sus padres. Aunque por supuesto, eso, que para cualquier otro se quedaría en una anecdótica revisión con ínfulas y a la postre, en mero facsímil sin mucho que aportar, cuando se trata de alguien de semejante nivel se transforma en otra cosa.
En un vídeo promocional de Daddy’s Home que puede encontrarse en Youtube y en el que Annie aparece ataviada como si acabara de bailar en Soul Train, hace un interesante repaso a algunos de los discos que le han inspirado. Tiene extremado buen gusto: Pretzel Logic (Steely Dan), Talkin’ Book (Stevie Wonder), The World Is A Ghetto (War), Tales From The Topographic Oceans (Yes) y Dance To The Music (Sly & The Family Stone), todos inmensos clásicos, de lo más dispar y con predilección por la música negra. Seguro que hay muchos más, pero son los que nombra.
¿Qué hay de todo eso en Daddy’s Home? Pues precisamente porque su autora es la que es, resulta difícil, por no decir imposible, incluso para alguien que tenga todos esos álbumes bien interiorizados, discernir la porción de cada uno que se cuela en las canciones. Además, importa poco. De lo que hablamos aquí es de inspiración, no de emulación. En ese sentido, se nota que el sonido de St Vincent ha capturado algunas texturas propias de aquella época. Es innegable cierto rastro de los Pink Floyd más reposados en esa maravilla que es “Live the dream”, o del Bowie más “Fame” en la inicial “Pay your way In pain”, pero lo realmente importante, es que nada de esto es porque sí.
Y es que, en realidad, el disco es la síntesis de dos tematicas bastante dispares la una de la otra: el Nueva York de principios de los setenta (o más bien, su sonido) y la liberación de su padre, Richard Clark, tras haber pasado una década en la cárcel por un desfalco financiero. Lo primero sirve de improbable trasfondo para abrirse sobre lo segundo, que además afronta con irreverencia y hasta hilaridad (“. Tras haberse convertido en un ser más mediático de lo que quisiera por su relación con la modelo y actriz Cara Delevigne, todos estos “trapos sucios” salieron a la superficie y alguien tan reservado como ella a buen seguro habrá tenido serias dificultades para gestionarlo. Por eso parece tan necesario esta especie de exorcismo hecho disco.
Además, fuera de conceptos, el disco es sublime. De nuevo producido -y en parte también escrito- por la propia Clark y su fiel Jack Antonoff, sin abandonar del todo el sonido que lleva cultivando en constante evolución desde más o menos Strange Mercy (2011), la introducción de elementos soft-rock, soul o progresivos significa un acierto de lo más refrescante. Canciones tan redondas como “The melting of the sun” o “My baby wants a baby” resultan tan estimulantes como accesibles, puro pop con acentos negros y un sonido apabullante. Pero es sin duda en los momentos más reposados cuando el disco lanza su órdago: la vaporosa psicodelia de “The laughing man” compite con esa especie de folk rock marciano de “Somebody like me” por dar el contrapunto a los momentos más negroides, como el sensual escarceo funk de “Down and out downtown”, con su espectacular final, o el peculiar acercamiento al southern soul que supone “…At the holiday party”.
Todas ellas componen un puzzle mucho más complejo de lo que la portada, que la representa frívolamente vampirizada en una especie de diva discotequera, deja entrever. Un disco más variado y que lleva probablemente mucho más de ella que ninguno de los previos y en el que ha traído el pasado al presente de una forma natural y como siempre, trascendente. Quizá no supere lo ya dicho por su anterior disco, pero desde luego Daddy’s Home cumple perfectamente con lo que se espera de una artista de su magnitud y pasa a formar parte de una discografía prácticamente sin fisuras. De nuevo, estratosférica.
Escucha St. Vincent – Daddy’s Home