ConciertosCrónicas

Russian Circles + Helms Alee (Sala Mon) Madrid 28/04/22

Recuperado por fin –más les vale– el pulso de lo anteriormente conocido como vida, era momento de disfrutar de un doble cartel poderoso este pasado jueves en Madrid, uniendo la fiera y pulcra contundencia de Russian Circles con la entrañable grumosidad esquiva de Helms Alee, constatando, de una vez, que antes de todo el rollo pandémico la gente que estaba muerta sigue muerta y que los que estábamos vivos y luchábamos contra viento y marea por seguir estándolo, nos congregamos en ritos de exorcismo como éste.

Abrieron fuego unos Helms Alee que justamente lanzaban disco el día siguiente, Keep this be the way (22), del que dieron buena cuenta; un trabajo serpenteante y sinuoso, lejos del primitivismo delicioso de obras como Sleewalking Sailors (14), su mejor obra para quien les escribe y del que rescataron “Slow beef”, pero igualmente disfrutable.

No contaron con un sonido todo lo bueno que hubiéramos deseado, con el bajo saturadísimo de Dana James comiéndose por completo el griterío entregado de Ben Verewell a la guitarra, pero aun así sus juegos vocales, unidos a los de esa bestia humana a la batería que es Hozoji Matheson Margullis, nos hicieron gozar de un buen calentamiento y constatar las virtudes de nuevos temas como la inapelable “Tripping up the stairs”.

Seriedad y sequedad solemnes las ofrecidas por Russian Circles desde el primer minuto, sobrios y acompañados por un escueto juego de luces bajo el que parapetar una puesta en escena tan espartana como triunfal. Nueva exhibición sobrehumana de bestialidad post-metálica esculpida con el cincel más límpido que cabe encontrar. Ellos sí tuvieron un sonido a la altura de su despliegue y los riffs sustentados por una base rítmica hercúlea nos llevaron una vez más al paroxismo sonoro, como si asistiéramos a una fina lluvia constante de cuchillas afiladas cayendo sobre nuestra piel.

Bien es cierto que su último trabajo, Blood Year (19), pese a contar con la virtud de haber sido grabado en una sola toma de estudio, no cuenta precisamente con lo mejor de su repertorio, y también es verdad que su directo ataca por lo general la vertiente más frontal de su discografía, obviando pasajes de una belleza y sutilidad encomiables como lo son, por poner algún ejemplo, canciones tan maravillosas como “Ethel”, “Verses” o Hexed all”.

Esto no importa tanto si se cuenta con una actuación tan compacta y demoledora. La épica de “Afrika”, el rasgueo constante de “Quartered”, la abrasión sonora de “Deficit”” o ese final inapelable con “Youngblood” son ya momentos a retener en nuestra memoria como lances exuberantes de auténtica y pura música volando en directo salvaje y libre, como si nunca hubiéramos sufrido la pesadilla zombi ocurrida estos dos años pasados. Y eso, qué quieren que les diga, hay que celebrarlo con alegría desatada. Jefazos.

 

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