CanelaParty 2022 (Recinto Ferial De Torremolinos) Málaga
El eco del día siguiente al final de la edición número catorce del CanelaParty resuena diferente en mi memoria al de otras experiencias musicales. Tengo la sensación de haber asistido a un festival que, por unas cuantas razones, se erige en una de las fiestas musicales que no te debes perder si amas la música, y si la quieres disfrutar en un contexto distendido, sin estrés, sin tener la sensación de que has tenido que sacrificar el ver a algunos de tus nombres favoritos por no poder llegar a todo, o por haber esperado ratos interminables en las colas. La cosa aquí va por otro lado. Va de evitar aglomeraciones sofocantes, va de proporcionar las condiciones adecuadas para poder disfrutar de la música sin agobios, cuidando a cada uno de los que invierte recursos en obtener algo que le haga querer volver. Y a tenor de la expresión de la gente que me rodeaba, con la traca final de la fiesta de disfraces como dulce epílogo que contó con un seguimiento masivo, puedo dar fe de que una gran mayoría de los que sonreían cómplices volverán o son ya fieles de la religión del Canela. Si a ello le sumamos un cartel hecho con mimo, buscando traer a bandas o artistas que no son fáciles de ver por nuestros lares, seguramente atraídos por la marca de un festival que ya trasciende fronteras, la fórmula solo puede resultar ganadora. Buen rollo a raudales, apuesta musical para paladares exquisitos y sensación general de gran familia disfrutando relajada y sin estrés. Algo a celebrar, sin duda, en el a menudo estresante mundo de los festivales.
Tras dos años de obligado parón, la presente edición contaba con el emplazamiento del Recinto Ferial de Torremolinos, enclave espacioso e ideal, de buena acústica y cómodo acceso, y arrancaba con la jornada del miércoles, gratuita y con maravilloso guiño a los más pequeños, castillo hinchable y taller de maquillaje incluidos, consiguiendo acercar a las familias en una celebración que no hizo sino subrayar el carácter tan especial de este festival, capaz de reunir a más de 3.000 personas en su arranque, pese a ser mitad de semana. A buen seguro, los futuros fieles tomaron buena cuenta del pitote que no se deberán perder cada año. En lo musical, no defraudaron las propuestas de un arranque por todo lo alto concentrado en el Escenario Fistro, uno de los dos que presentaba el recinto junto con su fiel escudero, el Escenario Jarl, y que resultó un merecido y divertido homenaje a ese ilustre malagueño que siempre será Chiquito de la Calzada. En él pudimos dejarnos llevar por el nervio de Rayo, acariciar el pop ensoñador de la mano de Mini Trees y Sugar Candy Mountain, en este caso con delicados destellos de psicodelia, y alcanzar cotas de enorme intensidad en los esperadísimos pases de Tiburona, con su afilado garaje-pop y balas del calibre de “Sola Y Feliz” o “No Me Interesa Tu Opinión”, y de Torres, uno de esos innumerables tantos que el CanelaParty se había marcado este año en su cartel, con su punzante lirismo y sus arrebatadoras melodías que lo mismo beben de los noventa, que se expanden en busca de sonoridades plenamente actuales. Con una colección de discos más que notable en su haber, el más reciente Thirstier (Merge, 2021) presenta a Mackenzie Scott, responsable del proyecto, más escorada hacia el estribillo directo, algo que se pudo corroborar en un show para enmarcar que puso el broche de oro a la noche.
Con los motores ya engrasados y las ganas por las nubes, la jornada del jueves recogió el testigo sin dar ni un respiro, con ambos escenarios irradiando energía a raudales desde el primer momento, con Los Manises, dúo de Elche que con su poderosa puesta en escena y un sonido que rechaza cualquier etiqueta, consiguieron recrear una atmósfera turbadora que dejó con ganas de más (¿premonitorio?). El rrriot-punk de Aiko El Grupo, funcionó de maravilla para subir las revoluciones gracias a sus trallazos directos a la yugular, su actitud y descaro, y sobre todo, a hits como soles que llamaron la atención de los siempre inquietos oídos de la gente de Elefant Records. Ahí están “A Mí Ya Me Iba Mal De Antes” o “Si Me Conoces Tanto (¿Por Qué Me Haces Sufrir?)”, sus dos incontestables cartas de presentación en formato single a las que han seguido unos cuantas dianas más.
Los franceses PARK, nacidos de la colaboración entre Frànçois & The Atlas Mountains y Lysistrata, dos de los nombres destacados de la escena del país galo, supusieron una refrescante sorpresa con sus sedosas y envolventes melodías, dando paso a los oscuros pasajes tejidos por The Haunted Youth, el proyecto del belga Joachim Liebens, que en directo crece en base a un acertado entramado de guitarras cristalinas que tanto evoca a The Cure, como mira cara a cara a los enormes DIIV. Notable concierto el suyo en su vuelta a España, tras una mini gira que los trajo por nuestros lares recientemente.
El gusto por una tierra que tantas alegrías nos ha dado siempre en lo musical como Canadá, es otro de los elementos distintivos de un cartel confeccionado con tanto mimo por el criterio y el detalle. Chad VanGaalen fue el primero de una buena lista de suculentos reclamos venidos de aquellos fríos parajes, convenciendo con su ya consolidado discurso que encuentra en sus brumosas sonoridades, capaces de evocar en ocasiones a Neil Young para a continuación tocar en la puerta de unos Pavement primerizos, una puesta al día personal y seductora de multitud de referentes destacados a la que dota de carácter y una innegable capacidad de seducción, muchas veces cimentadas en lo retorcido y extrañamente bello. Hipnótico y siempre interesante.
El contraste a la contención del geniecillo de Sub-Pop lo pusieron Los Estanques, con su psicodelia pop desparramada sin contención a lo largo de un cancionero que ha ido ganando en consistencia, y que defienden en vivo con conocida solvencia. Eufóricos y contundentes, no desaprovecharon la oportunidad para reivindicarse como una de esas bandas que lejos de buscar el éxito, trabajan en la sombra manteniéndose fieles a su libro de estilo, con el cual consiguen redondear discos cada vez más logrados con los que nutrir un repertorio que adquiere su verdadera dimensión, expansiva y envolvente, en directo. Y para actitud canalla y retadora, la de los británicos Sleaford Mods, impactante dúo de Nottingham que ha puesto patas arriba la escena con una propuesta en la que el sonido punk alcanza una dimensión que la hermana con el electro o el hip-hop, sin olvidar su innegable alma mod, y que impacta en las distancias cortas gracias a unas rimas que no dejan títere con cabeza, y una puesta en escena capaz de llenar cada rincón del escenario con un Jason Williamson imbatible escupiendo sus textos llenos de crítica y desencanto mientras Andrew Fearn lanza bases e incita al baile.
Motivos para enriquecer sus irónicos textos tiene de sobra pues no duda en tirar a dar incluso cuando se trata de atizar a la clase obrera, cada vez más conformista y apoltronada mientras la política de su país hace aguas por todos lados, sin saber todavía cómo manejar las consecuencias de un brexit que nunca debió suceder. Los cimientos del recinto ferial todavía se tambalean tras tremenda descarga de bilis y rabia contenida. Baile con mensaje de los que dejan huella.
El rapero canario Bejo no lo tenía fácil para recoger el guante tras uno de los mejores conciertos del festival, pero tiró de flow y no perdió ni un segundo para meterse al público en el bolsillo con su fiesta repleta de color y pegada. No cabe duda de que Derby Motoreta’s Burrito Cachimba cuenta con uno de los directos más poderosos y solventes de nuestra escena actual. Sonido arrollador y actitud ganadora desde el primer acorde, que les llevó a meterse a la entregada audiencia en el bolsillo sin apenas pestañear. En su coctelera se mezclan el rock de querencia clásica con tintes progresivos y destellos stoner, con el flamenco de raíces, dando como resultado algo que ellos han denominado kinkidelia. Sea como fuere, lo cierto es que su propuesta funciona y arrastra a un cada vez más numerosa parroquia de seguidores, que se desgañitan con los desarrollos infalibles de “El Valle”, “Gitana” o “Las Leyes De La Frontera”, su aportación a la banda sonora de la notable última película de Daniel Monzón. Eran conscientes de que no estaban en un festival cualquiera, y lo dieron todo para desplegar un recital sobrado en vitamina rock que reafirmó su merecido estatus. Bravo por ellos.
Programar justo después a Califato ¾ tenía su miga, y la apuesta resultó un triunfo más del Canela, puesto que prolongó el momento de éxtasis de un respetable entregado a propuestas que han alcanzado repercusión recurriendo a elementos no tan explorados. Tradición y vanguardia combinados con sugestivos resultados, incapaces de dejar indiferente, agitando y removiendo cuestiones a veces incómodas, provocando debate en sus textos y reivindicando el poder de la música como altavoz para los inquietos e inconformistas, para los que disfrutan transitando entre arenas movedizas y rehúyen el ponerlo fácil.
Seguramente muchos descubrieron a Sandré en la noche del jueves, y se toparon con una banda capaces de dejarlos boquiabiertos con un directo apabullante, al más puro estilo de los que caracteriza a su sello B-Core: rabia angst, epatante y esquiva. Banda a seguir muy de cerca. El synth-punk afilado de La Élite funcionó como perfecto colofón a una noche excitante como pocas, llena de curvas, de giros inesperados y de auténtica celebración de la vida tras dos años de mierda. Al más puro estilo CanelaParty. Y solo estábamos en el ecuador del festival.
El viernes no dio tregua desde el vigoroso inicio con los londinenses Ghum y su post-punk elegante y efectista, dando paso a dos bandas patrias con un presente bien luminoso como son Chaqueta de Chándal y Medalla, ambas con directos muy bien hilvanados, efervescentes y consolidados, y es que ambas formaciones venían con dos discos tan reivindicables bajo el brazo como Futuro, Tú Antes Molabas (Bankrobber, 2022) y Arista Rota (Limbo Starr, 2021), que defendieron con rotundidad y sin aspavientos, soltando derechazos electropop en el primer caso, y alternando desarrollos lisérgicos con dianas de pop melódico en el segundo. Riqueza instrumental, muchas tablas sobre el escenario y un futuro que, sin duda, les pertenece.
Los madrileños Rata Negra no se dejaron amilanar ante la demostración de talento que les precedió y entregaron un show de pospunk sobrado en nervio y puntería a la hora de bordar angulosas gemas de piel oscura y brillante acabado. Hits como “El Escarmiento” no deberían pasar desapercibidos. Desencanto vital presentado en forma de caramelos envenenados que se clavan en la memoria, y que agitan caderas y conciencias. Lysistrata habían mostrado su cara amable con el interesante proyecto PARK la noche anterior. Ya centrados en lo suyo, desplegaron su emo que a veces se escora hacia el rock y otras hacia el pop, concentrado en píldoras que incitaban al pogo y que encendieron el ambiente en el inicio del fin de semana.
Tras calentar motores, llegó uno de los momentos a señalar con letras rojas en la historia del festival: el abrasivo directo de Deerhoof. La banda originaria de San Francisco demostró que lo suyo trasciende el concepto de canción, desarma cualquier intento de etiquetar su sonido, y se erige en una suerte de apabullante experiencia que abruma por su singularidad e impacto. Músicos sublimes, magos a la hora de manejar el tempo de sus alocadas incursiones en el rock mutante y abstracto que acaban sumergiendo al oyente en una catarata de emociones que se asemejan a una montaña rusa por la que desfilan arpegios exagerados, punteos imposibles, redobles marcianos y bailes desternillantes. Lo suyo solo se puede calificar de encantadora locura a la que resulta siempre mejor enfrentarse desde el desconocimiento absoluto para acabar seducido por su radiante puesta en escena. Da igual que los hayas oído en disco mil veces, esto es otra cosa. Y perdérsela debería estar penado. Los esperados Preoccupations, finísimo combo canadiense que practica un post-punk que transita con calidad y suficiencia por las aguas de Joy Division, con el punto de habilidad para los estribillos de unos Interpol menos obvios, lo cierto es que merecen más reconocimiento del que atesoran. Hits del calibre de “Silhouettes”, “Anxiety” o “Disarray” así como logros recientes de la talla de “Ricochet” o “Death Of A Melody”, de su inminente nuevo largo previsto para el 9 de septiembre, brillaron angulosos, incisivos y consistentes. Otro de los grandes nombres de esta edición, sin duda.
El halo de trascendencia se fundió con naturalidad con la desprejuiciada fiesta punk-pop perpetrada por PUP, otros canadienses que han deparado ya unas cuantas alegrías en disco y que demostraron tener un directo a la altura. Como unos Superchunk acelerados, lo suyo no dio ni un respiro, provocando que las suelas se quemaran en tiempo récord. Metz era uno de los nombres más esperados de todo el festival, como demostraba la multitud de camisetas de la banda presentes entre los asistentes. Y no fallaron. Uno tras otro fueron cayendo sus trallazos de rock abrasivo que bien les valió la atención de Sub-Pop. Sin aliento dejaron sus cincuenta minutos que funcionaron como terapia de choque para los nuevos discípulos y colmaron las expectativas de los que ya sabían a lo que se enfrentaban. Tras tamaña sucesión de conciertos adrenalínicos, la delicada propuesta de Baiuca, radiante fusión de tradición gallega con vanguardia detallista, enganchó al público con un set de desarrollo inmaculado, perfectamente apoyado en unas proyecciones envolventes que acompañaban los crescendos emocionantes de unas canciones que en vivo ganan en cuerpo y matices. Una vez más, el carácter ecléctico del cartel brillando por su riqueza de sonidos y su apertura de miras. Mujeres tuvieron que cancelar su show por un problema de salud de última hora, quedando éste pendiente para la edición del año que viene. En su lugar, repitieron Los Manises, dando una segunda oportunidad a los que se los perdieron en primera instancia. Los irlandeses Le Boom pusieron el fin de fiesta momentáneo, con su electropop enfocado a la pista de baile, dejando por el camino unos cuantos rompepistas a los que prestar mucha atención, con “Coma” a la cabeza. Y así nos fuimos preparando para una jornada final que se avecinaba épica, como poco.
Y llegó la jornada final, la fiesta de disfraces, el hasta luego a una edición inolvidable del Canela, otra más. Prácticamente todos los asistentes a la jornada de cierre participaron de una forma u otra en una convocatoria que también distingue al festival, llenándolo de color, de imaginación, de colegueo y de energía positiva. Las propias bandas nacionales no quisieron perdérselo y secundaron la idea, haciendo de esa tarde-noche un capítulo caracterizado por la comunión entre artistas y asistentes que viene a subrayar una vez más el carácter cercano y familiar que rodea a la cita. Arrancaron Parquesvr, vestidos de ciclistas en alusión a su himno “Lance Armstrong”, que cómo no, puso patas arriba todo lo que encontró a su paso. Letras hilarantes, hedonismo por bandera. Hoy están aquí, mañana quién sabe. Qué mejor despegue para tan señalado día que la descacharrada locura de “Almodóvor, Amenábor”, “Arde, Quema, Duele” o “Barba Esconde Papada”. La fiesta les necesita siempre. Melenas se resistían a visitarnos por el sur, y tras las ganas generadas por un disco tan redondo como Días Raros (Trouble In Mind, 2020), tenerlas por fin en el CanelaParty fue un momentazo a recordar, uno más de los acumulados estos días. “Primer Tiempo”, “No Puedo Pensar” o esa estupenda versión del “Osa Polar” de Grauzone’s Eisbär sonaron potentes y aguerridas. Actitud, nervio y canciones en un concierto que se hizo corto y que dejó con ganas de disfrutarlas de nuevo bien pronto. Camellos demostraron que son mucho más que su archiconocido single “Arroz Con Cosas”, y en Limbo Starr bien que lo saben. Llegaban con su flamante Manual De Estilo (Limbo Starr, 2022) bajo el brazo, y como ellos mismo dicen, demostraron ser un grupo de canciones ajeno a etiquetas: su música habla por ellos y transpira ritmo y estribillos pegadizos por cada poro. Perro vinieron a reivindicar aquello de que “Murcia existe” con ironía y sentido del humor, y dejaron evidencia de que lo suyo toca muchos palos con talento y criterio: tropicalismo, krautrock o psicodelia podrían ser algunas de sus señas de sonido, pero limitarlo sería caer en un error. Fluyen con grácil cadencia, sin prisa pero dejando huella a su paso. Les gusta agitar con el ruido pero no hacen ascos a los matices, a los rincones oscuros menos obvios. En cambio a Airbag, les sale meter la directa y arrasar con sus estribillos hipervitaminados de punk-pop que tan familiares resultan tras una trayectoria tan sólida y dilatada como la suya. Son garantía de desenfreno y provocan que liberemos endorfinas con el primer acorde. Jugaban en casa y no defraudaron.
El math-rock de Battles fue un día objeto de admiración y quién sabe si hype por parte de Pitchfork. Con el tiempo se han revelado como un dúo magnético y maestro en su género, capaces de evolucionar pese a lo reducido de su propuesta. Lo suyo fue una descarga de ritmos marcianos, pura aritmética rítmica que nos trasladó a un lugar bien lejano. Una marcianada irresistible con la que se también se incitó al pogo. Música de videojuegos para eternos adolescentes que celebramos con un ojo en el pasado y otro en el futuro, mientras nuestras caderas estrujaban el presente. Ty Segall llegaba con su flamante Freedom Band como uno de los nombres a seguir muy de cerca en esta edición. Con un sonido impoluto y un repaso de ensueño por su excelsa discografía, lo suyo merecía mucha atención, diría que incluso abstracción ante una noche de absoluta y justificada algarabía. Sus deliciosas melodías, que tanto recuerdan a tótems del calibre de Bob Dylan, Neil Young o Marc Bolan, por citar solo algunos dada si inquieta y casi inabarcable fuente de referentes, resonaron majestuosas iluminando el cielo malagueño y haciéndonos sentir que casi podíamos acariciar las estrellas. Con apenas veinticinco años, resulta casi imposible adivinar el techo de un compositor mayúsculo que sabe rodearse de músicos a la altura de su innegable talento.
Si algo ha caracterizado también al CanelaParty a lo largo de los años, ha sido su capacidad para sobreponerse a los imprevistos. Este año, tras dos ediciones en el limbo por lo que todos sabemos, tocaba enfrentarse a la caída de uno de los máximos reclamos de esta edición: King Lizzard & The Lizzard Wizard cancelaban su show debido a problemas de salud de su líder, Stu Mackenzie. Sin apenas tiempo para reaccionar, llegaba otra zancadilla más del destino: Dan Deacon tenía que cancelar su gira por su reciente paternidad. En tiempo récord, la organización consiguió dos nombres de la talla de Dinosaur Jr. y Viagra Boys para reemplazarlos. Quitarse el sombrero se antoja poco. Los primeros, bordaron un set vertiginoso con repaso a sus más añorados hits, mostraron vivir una segunda juventud con su formación original en plena forma, e hicieron olvidar cualquier vicisitud a base de guitarrazos y actitud. No faltaron clásicos de la talla de “In A Jar”, “Little Fury Things”, “Feel The Pain”, “Freak Scene” o esa visceral versión del “Just Like Heaven” de The Cure. Con solo verlos saltar al escenario, ya tienes la sensación de que estás asistiendo a algo grande, de que vas a ver a tres tipos dar una masterclass de cómo mantener el nivel a lo largo de una carrera de más de casi cuarenta años. J Mascis, Lou Barlow y Murph volvieron tras mucho tiempo resistiéndose por estas tierras, consolidando una vez más su nombre en el olimpo de bandas alternativas capaces de sobrevivir a distintas coyunturas, sobreponerse a las modas y mantenerse siempre vigentes gracias a sus excelentes discos y a sus arrolladores directos. Ahí es nada. Pura historia del rock y desde ya, historia viva del Canela.
Era difícil poder dar el relevo a tan emocionante descarga, y Carolina Durante pusieron todo de su parte con sus descarnadas viñetas que abrazan el ruido y la distorsión, equidistantes entre el pop y el punk. Sus canciones resultan tan pegadizas, sus melodías tan adhesivas, que empiezan a ser valor seguro mostrándose eficaces en distancias cortas o largas. No sé cuántas veces he vibrado este verano con “Las Canciones De Juanita”, “Granja Escuela”, “Perdona (Ahora Sí Que Sí)” o “Cayetano” pero sí sé que siempre que siento venir sus acordes, me arrancan una sonrisa de oreja a oreja. Carolina Durante, siempre en mi festival. Los esperadísimos Viagra Boys derrocharon músculo e hicieron sudar de lo lindo con su rock seminal y afilado, que hizo que todos los que allí estábamos sacáramos de la reserva nuestras últimas energías para poder perder el control, resistir los empujones, las mareas humanas y el pogo que invadió el Escenario Jarl. Los suecos no se anduvieron con tonterías y estuvieron a la altura de las expectativas, sonaron compactos y precisos y fueron el último gran destello de un festival para recordar, al que aún le quedarían la resolución del concurso de disfraces, y los interesantes sets de Christian Löffler y Bronquio, artista siempre a reivindicar, que merece más atención y seguimiento por talento y personalidad.
El CanelaParty fue apagando entones sus luces, dejando un inmejorable sabor de boca y lanzando unos cuantos nombres que ya nos hacen contar los días para la próxima edición, la número quince. Los nombres son: Biznaga, Crack Cloud, Joe Unkwnown, Jonathan Bree, Mujeres, Nick Waterhouse, The Notwist, La Paloma, Pony Bravo, Shame y Vulk. Ni más ni menos. Y las fechas: del 23 al 26 de agosto de 2023. Allí nos veremos para vivir otra experiencia inolvidable.
Fotos CanelaParty: Javier Rosa