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Coque Malla (Teatro De La Axerquía) Córdoba 05/10/24

Es un hecho comprobado, e incluso demostrable, que la mayoría de músicos veteranos a los que el grueso de la audiencia tuvo en un pedestal hace varias décadas están facturando sus mejores obras pasada la barrera de los cincuenta. La diferencia, y la pena, es que haya tan poca gente que lo sepa. O para explicarlo mejor, sorprende y asusta a la vez la mediocridad de tanto público que sólo atina a rememorar un puñado de canciones eternas que siguen sonando como las únicas dignas de mención en sus estrechos oídos y nostalgia irredenta, cuando se trata de acudir a un concierto con tantos matices, tantos callejones oscuros y música tan brillante. Porque habría que ser muy cretino para obviar la trayectoria en solitario y las fibrosas canciones de alguien que sólo necesita algo más de estatura física para igualar la enorme altura creativa que exhibe cuarenta años después de su primer ensayo con una banda mítica, gracias a la cual está, permanece y continuará en los escenarios. Lo bueno es que su presencia es más rotunda con los años y los kilómetros, travesía por el desierto incluida, y que gracias al aprendizaje de la adversidad y al engranaje de la abundancia ha ido adquiriendo personalidad donde otros se abandonaron a la comodidad.

Coque Malla disfruta de una madurez plenamente fértil en la que se saca música de la chistera cada vez que la piensa y la repiensa en la meticulosidad del artesano total. Asegura estar encima, hasta casi la paranoia, de cada arreglo y cada acorde que no cuadre con su búsqueda momentánea, porque la brújula cambia y le marca direcciones nuevas, nunca ignotas, con cada incursión en el estudio. Sus múltiples mudanzas geográficas y artísticas, del teatro al plató y del estudio a la carretera, han moldeado una personalidad granítica y unos resultados notables en una de las giras más impecables de su carrera. La nómina de músicos no a su servicio, sino al de unas canciones que han construido entre todos aunque sólo las firme uno, incluye la alternancia de solos con la guitarra de Amable Rodríguez, las teclas guardaespaldas de David Lads, el bajo del ubicuo Héctor Rojo y el magisterio a la batería de un Gabriel Marijuán que es esqueleto y sustento en el carrusel de ritmos y montaña rusa de tempos de una banda musculada y presta al combate en cualquier ring. Cuando el líder dice que no es ningún “Místico” ni cree en milagro alguno, ellos responden con una potente base que arranca un recorrido donde el rock canónico deja paso a la reafirmación de unos principios que abarcan muchas más cosas, afortunadamente. En “Sólo queda música”, “El saco de los sueños” o “Extraterrestre”, por ejemplo, nos recuerda que sus tres últimas entregas son tres joyas aún no suficientemente explotadas para los méritos que atesoran. En ellos se esconden versos imprescindibles como los de “La carta”, probablemente una de las tres mejores piezas compuestas en toda su carrera, o esos que hablan de la caducidad de seres y cosas con orgullo y esperanza en “Aunque estemos muertos”.

Y no, no es cuestión de ponerse estoico ni recurrir a la trascendencia para que lo tomen más en serio, sobre todo cuando eres dueño de un himno de impacto súbito y réditos incalculables como “No puedo vivir sin ti”, ahora readaptado al pulmón de un sonido no comparable al de Los Ronaldos, con quienes salva distancias por poco que se aprecie en la inevitable concesión de “Adiós papá”, “Por las noches” y especialmente “Guárdalo”, por todo lo que significó aquel soplo de aire fresco, un tortazo descarado y casi impúber que nos explotó en plena sien cuando pensábamos que el rock en español necesitaba con urgencia nuevos héroes. Él mismo, de casta le viene, no lo supo hasta que el invento y la rabia de la juventud se le fueron de las manos, y tuvo que echar números de nuevo para que el talento se sobrepusiera a la necesidad, como ahora canta en “Como los gatos salvajes”, volviendo a la calle, a su hogar, y haciendo oídos sordos a tanto “Bla, bla, bla” para ocultar la nostalgia y no dejarse llevar por ella. “Volverán”, otro bronce en su pedestal, compitiendo con el antes y el después de su paternidad más o menos explícita en “La señal” y el blues arrastrado de “Todo el mundo arde” nos iluminan el foco para que agarre la acústica y desmenuce la belleza de “Berlín” mano a mano con un Teatro de la Axerquía no repleto, pero sí entregado, y añada piano y partitura en “Hasta el final”, el inevitable tramo confesional en músicos de extrema sensibilidad. Las orquestaciones de “El último hombre en la tierra” y el arrebato funky de “Un lazo rojo, un agujero” son las dos caras de una misma moneda en la que el canto de emoción final lo pone “Me dejó marchar”. No deber haber nadie que no sienta un pellizco en el pecho ni un mareo en el alma al escuchar un tema así, porque lo que canta ahora mejor que nunca es seguramente lo peor que nunca nos pasó, y la música y el arte en general no debe ser otra cosa que un reflejo de la vida. Y como todo, ésta tiene un final porque debe tenerlo, y también debe haber alguien que sepa contarlo a su manera. Gente de bien, como Coque Malla. Como todos los que como él, somos conscientes de nuestro lugar en el mundo.

Fotos Coque Malla: IMAE Córdoba

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