Ibon Errazkin – Claros Del Bosque (Elefant Records)
A Ibon Errazkin me lo imagino como un flâneur que va deambulando por las calles observando a la gente y los sonidos que le rodean. En ese deambular va aprehendiendo los detalles más nimios, tan insignificantes que hacen que este arquetipo modernista sea una figura especialmente reivindicable en estos tiempos de fugas y derivas sin sentido (ni sensibilidad).
Edgar Allan Poe escribió en 1840 El hombre en la multitud, un cuento corto en el cual un paseante describía a la gente que veía por la calle: las miradas, los gestos, la indumentaria, los lugares hacia donde iban o hacía cual era sus destinos…todo quedaba inventariado en la memoria para que el lector pudiese, de alguna manera, reinterpretar una realidad ya dada (o imaginada).
Ibon a través de sus discos parece que haga una radiografía de los lugares en donde en algún momento habitó o imaginó. Los videos de promoción de este espacioso e imperial Claros Del Bosque (Elefant Records, 2024) -inspirado en el tratado filosófico de María Zambrano del mismo título- le enfocan mientras él está en sitios, y esos sitios son, a su vez, como una deriva hacia un no-lugar, algo indefinido, algo desplazado de las coordenadas de espacio y tiempo que regulan nuestro acontecer en la vida. Como si escucháramos a Steve Reich o a La Monte Young, como si nos deleitáramos con la fisicidad del cine neorromántico o del latido poderoso de la imagen silente y carnal de Jacques Rivette o la abstracción de Chris Marker.
Un flâneur con gorra que, como he dicho, recorre espacios y que deja su impronta personal, su miguita, aunque no desande el camino. Una vez escribió el novelista Manuel Rivas que en una taberna el gran Lois Pereiro, poeta también gallego fallecido en 1996 lo siguiente: “[…]un día, en una taberna, en medio de un jolgorio de fu?tbol televisado murmuro? una confidencia: “lo escrito se arrebata a la muerte”. Lo solto? con la misma naturalidad que podría haber dicho: “Tómate otra cerveza”. Lidiaba con un enemigo implacable y le aplicaba su propia medicina. Versos afilados como cuchilla de afeitar, punzantes como aguja hipodérmica, desoladores como el ultimo fuego de una aldea abandonada. Era su forma de engañar a la de la guadaña. Hacerle creer que estaba derrotado […]. El donostiarra arrebata toda la belleza a este mundo en un cancionero que va de dejarse fascinar por canciones que están para ser oídas, pero también para ser reveladas cada uno a su forma. Derivas con ecos a un paisajismo oblicuo que sublima un sonido que tiene sus anclajes en guitarristas como John Fahey o Sandy Bull, en los prístinos destellos de Vini Reilly y Maurice Deebank, en las melodías pianísticas de Erik Satie o las bandas sonoras de Piero Umiliani, hasta dejarnos arrastrar por las fantasías de Federico Fellini e invitar a su fantasma a entrar en el salón de la casa encantada de Sisa.
Escucha Ibon Errazkin – Claros Del Bosque