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Dead Can Dance (Auditori Fòrum CCIB) Barcelona 30/5/22

Primera y última parada de los anglo-australianos en nuestro país. La cita en Barcelona de Dead Can Dance en su imprescindible enésima gira volvió a certificar que ni los años ni algunas desavenencias personales han podido acabar con la excelencia y la enorme comunión que celebran, concierto tras concierto, la pareja para con su público, fiel e incondicional desde los tiempos oscuros.

Preparada ya la escena de la ceremonia tras la irradiación de la escocesa Astrid Williamson, el Auditori del Fòrum transformó enseguida en pura energía el ambiente místico de una Lisa Gerrard magnánima en voz y forma que ocupó en solitario la apertura del recital, elevando ese clásico que es «Yulunga (Spirit Dance)» al nivel de la inmortalidad que se le presume al tema. Esa espiritualidad, línea continua que vertebrará todo el recital, no podía empezar de mejor forma para, inmediatamente después, festejar a Dead Can Dance en su totalidad.

Brendan Perry apareció para completar la dualidad cuasi divina, envuelto en la nube de «Amnesia» y «Mesmerism», de creación exquisita, antes de que su sola presencia ocupase el repleto auditorio barcelonés. En ese juego de tejer los mimbres dando secuencias a las dos voces, «The Ubiquitous Mr. Lovegrove» pasó a completar el primero de esos ciclos. La carga emocional llevaba ya tiempo aflorando entre un público ensimismado y que trabajaba la introspección que se le presupone a un recital como este, tan solo cortado por las muestras de júbilo que parecían sacarles de sus entrañas para caer, inmediatamente, ante la delicadeza que emanó del a capella de una, de nuevo, solitaria Gerrard y su «Persian Love Song».

En ese alternancia, Brendan Perry recordó con «In Power We Entrust the Love Advocated» que su virtuosismo con las cuerdas está todavía por ser alcanzado, al igual que la voz de Gerrard (¡qué vamos a descubrir a estas alturas!), retratada en su máximo esplendor en un «Avatar» que seguía añadiendo magia a una velada que, desde hacía tiempo, se intuía magnífica.

Parte de ese éxito radicó en esa alternancia que indicaba antes, pero sería injusto alejar del rito a la banda de apoyo, ministros del sonido fundamental de un grupo que ha ido alternando estilos y que, para su sublimación ambiental, se tornan fundamentales, a pesar de que varios de los instrumentos más complejos o delicados llegaron en forma de muestra sintetizada.

Sirva de ejemplo de esa sinergia «The Carnival Is Over», con un Brendan Perry en perfecta sintonía con los teclados, podríamos denominar, melódicos, allanando el terreno para la primera gran eclosión, coincidente con una mínima toma de aire, y que tuvo de protagonista a la totalidad de los siete músicos desplegados en éxtasis sobre un escenario impregnado de luces simples, aunque tremendamente efectistas, al son de «Cantara».

Para entonces ya no había marcha atrás. Quien intentase escapar del culto ya jamás podría hacerlo. «Opium» y «Sanvean», primus inter pares vocales, excelentes en sus registros, subrayaban la importancia de esa comunión y del delirio onírico hasta la explosión, casi ecuménica y tribal, de «The Dance of Bacchantes». «Bylar» proseguía con los aportes de ese enorme abanico de posibilidades cuasi medievales y rituales que tan bien manejan, enfilando el último tramo con «Black Sun» y, sobre todo, con la ceremonia que siempre supone «The Host of Seraphim», uno de los grandes sacramentos que los australianos proponen en la celebración de su misticismo y que puso en el centro a Lisa Gerrard y a Brendan Parry como maestros de un misticismo de tintes oscuros, aunque tremendamente reveladores.

No quisieron abandonar en ese clímax el recital, y para los bises propusieron una prolongación que mantendría, más si cabe, la hipnosis provocada por los gongs y armonías de «Children of the Sun» y por esa extraña pareja que formaron Lisa Gerrard y uno de los dos percusionistas, ese que no salió de su fascinación festiva nada más que para acompañarla, viento presente, en «The Wind That Shakes The Barley». «Severance» y su poética sonora adquirieron tintes épicos para consolidar el mejor cierre posible de una nueva demostración de mística, congregación e introspección que, a tenor de lo interiorizado, seguirá guiando a cada uno de los presentes en una búsqueda del infinito al que ni Lisa Gerrard ni Brendan Perry parecen haber llegado.

Foto Dead Can Dance: Facebook de la banda

 

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