Don The Tiger (Fabra I Coats) Barcelona 21/03/19
Tengo una manía extraña: siempre llego a las citas con demasiado tiempo de antelación. Algunos lo verán como algo positivo, pero otros pueden pensar que vi vida es muy calmada. Bien, es un poco rollo ser esclavo del tiempo, eso es verdad. Mi relación con el tiempo es extraño, intento alargarlo, me gusta sentir que lo tengo bajo mu titula. Una estupidez como otra cualquiera.
Hoy tocaba ver y disfrutar por primera vez en mi vida de Don The Tiger, el nuevo proyecto, estupendo, sin parangón en el pop o en la canción melódica de este país, de Adrián de Alfonso, barcelonés afincado en Berlín, y que ya dio señales de su talento en grupos como Veracruz haciendo postpunk con estilado máximo, o con Bèstia Ferida junto a Arnau Sala y Mark Cunningham. Un tipo con mucho talento.
Llego pronto, no me quiero enredar y aburrirles más con mi relación bizarra espacio/tiempo. Voy a un bar regentado por chinos (lo raro es que no lo fuera) a tomarme mi primera cerveza de la noche. Leo un libro que me tiene embobado, “Entre El Arte Y La Vida: Ensayos Sobre El Happening” de Allan Kaprow, un tipo que acuñó el término de happening para ilustrar esa colisión entre arte y vida cotidiana, y gran crítico de arte contemporáneo. Sumido en la lectura, de reojo veo que un gato chino me saluda con su mano de arriba a abajo. Esquivo su mirada. No me gusta las miradas inquisitivas, y menos de gatos plateados. Justo estoy leyendo un fragmento del libro que dice “A tenor del mito, los artistas modernos son víctimas arquetípicas “suicidas por la sociedad” (Artaud). En su actual avatar, son plenamente responsables de sus propias vidas y muertes…” Pienso en Adrián. Es una especie de artista siempre en el abismo. Un kamikaze. Bendito kamikaze.
Pago, y me largo al Fabra I Coats. Es pronto, y no hay apenas nadie, solo Adrian y su batería en esta gira, el fantástico Ando Stecher ensayando. En un alto en los ensayos hablo con Don The Tiger, y me comenta que han tenido un día de mierda, la grúa se les había llevado la furgo y han tenido que montar rápido y corriendo. Esos contratiempos que te pueden joder un concierto. Adrian es delgado, muy delgado, y silueta espigada; viste con americana, camisa estampada, pantalones anchos de campaña y zapatillas deportivas. Así es como viste el dandy contemporáneo. A su lado Mark Cunningham le da algunos consejos antes del concierto, y Andi se pone un fular en la cabeza en plan tuareg del desierto.
Empieza a llegar gente. Caras conocidas, gente que quiere y respeta la música de Don The Tiger. En el escenario, solo unas bombillas encendidas, todo les aparataje electrónico para crear samples y ruidos, un piano pequeñito korg y la batería. De Alfonso, a su manera, a creado un lenguaje que tensiona diferentes referentes culturales: al avangarde (reminiscencias de Tuxedomoon y toda la narrativa de improvisación), el cabaret, el bolero a la manera de Corcobado, el blues cavernoso, el bolero cuyas aristas arañan y tiñen de sangre, el drone, un permanente juego con el silencio, y ese manierismo de crooner que pone los pelos como escarpias. Adrian canta y sus versos oblicuos acaban por meterse en lo más dentro de tu piel. Música epidérmica en estado de ingravidez.
Tocó las canciones de su maravilloso Matanzas más alguna improvisación, con preciosas tomas de “Cantos Al Aral Menguante”, esa canción de reconciliación con un amigo mejicano que tituló “Taxi”, momentos de instrumentales en los que parecía una juerga de easy lisening más interferencias ruidosas (“Boomerang”, “Nueva Danza Gallinácea”), una preciosa toma de “La Linea Toda” cantada arrastrando cada sílaba y alejándose del micro, mientras Andi tocaba las baquetas de forma prodigiosa. Adrian, desenroscó dos bombillas que colgaban en el escenario. Su música se disfruta más a contraluz, y así, su rostro al trasluz, interpretaba tonadas de belleza nocturna como “Hágase Usted Cargo, Sir Henry” dedicada a un loro. Para el final se marcó una versión insuperable del clásico de Bola De Nieve “Ay Amor”. Una lágrima caía por mi mejilla. Al trasluz, todo son sombras, y todo es extraño.
Foto: Emil Miró