Dorian – La Velocidad del Vacío (Dorian)
El cuarto trabajo de los catalanes lo vuelve a lograr: tiene las canciones. Se le podrá echar en cara ciertas cosas a la formación liderada por Marc Gili, pero han demostrado disco a disco facturar tremendas melodías que sustentan un larga duración sin necesidad de depender de los artificios en la producción, gracias a una sólida base compositiva de puro pop. Qué lejos les queda ya la etiqueta de «one-hit-wonder» por el himno de la generación Raazmatazz «A Cualquier otra parte». Pura madurez.
En la cuestión del envoltorio, la cosa cambia. Y mucho. A pesar de un inicio instrumental con épicos sintetizadores como «Los placeres efímeros» (recordando el «Plainsong» que abre el Desintegration de The Cure«), la panorámica sonora da un vuelco cuando canción a canción la electrónica que les ha acompañado desde los inicios se esfuma como protagonista, únicamente presente en pequeños detalles herederos de su ADN. No hay duda que estamos ante un disco de Dorian, con sus sentimientos existencialistas por delante, pero el formato ha cambiado, entrando en una nueva dimensión. Una dimensión hasta ahora desconocida y que no se casa con nadie.
Este trabajo presume de cambalache sonoro sin romper el molde, donde cada tema resulta protagonista, diferenciador. Puede que esta expansión en su sonido nazca de su conexión sudamericana. Él éxito que allí están cosechando, con largas giras cuales toreros haciendo la temporada, sumado a la grabación del disco en los estudios Fatman del DF, haya derivado en una curiosa influencia latina que les ha abierto las miras. Desde la influencia en las letras de este continente («Soda Stereo»), a los sorprendentes aires fronterizos a lo Chris Isaak («El temblor») o temas de ritmos planetarios con fraseos made in J («Arde sobre mojado»), los barceloneses entregan un trabajo con clara viabilidad para conquistar para siempre mercados extranjeros.
Pero eso no es todo. El folk desnudo de «El Sueño Eterno» o la balada «Las palabras» se combina sin conflictos con las duras guitarras de «Tristeza» o con sus clásicos sintetizadores en «Los amigos que perdí», donde disfrutamos del gusto de una canción gratamente liderada por un gran bajo a lo Simon Gallup. Posiblemente sea el segundo corte, «Ningún Mar» la única pieza que sirva de puente y recuerdo con su anterior trabajo, «La ciudad subterránea» (2009).
La Velocidad del Vacío se resume en otro paso hacia delante en la elaborada discografía de un grupo que desde su electropop de hits automáticos ha conseguido madurar hacia un sonido más universal dentro del pop, menos encasillado, pero sin caer en lo banal en la creación.