Gary Louris – Dark Country (Thirty Tigers)
Cuando éramos más jóvenes, por curiosidad o necesidad, en muchas ocasiones comprábamos discos por la portada. La era de las compras a ciegas ya pasó, pero todavía apetece sentir ese cosquilleo de lo que se sugiere sin haberse mostrado. Ese estímulo varía: puede ser el título del disco o de una canción, puede ser también la portada, claro, o simplemente que seas seguidor del grupo / artista. Con Gary Louris no puede decirse que haya ido a ciegas, desde luego, soy muy fan de The Jayhawks. Pero es verdad que de este disco, la edad no perdona, me llamó la atención que se abriera con un tema titulado “Getting older” que te presentamos en su momento.
Suele decirse que la vida plácida y feliz arruina la creatividad de la mayoría de artistas. Yo no diría tanto, pero posiblemente sí que elimine de su música el efecto sorpresa y el riesgo. Gary Louris, por lo visto, es feliz. Cerca de los 70 se ha mudado con Stephanie Stevenson, su mujer, a un pueblo de Canadá. Allí, rodeado de bosques y en un ambiente de extrema tranquilidad, no se le puede exigir que haga un disco de punk o de rock and roll asalvajado. Este Dark Country, a pesar de su título, tiene poco de oscuro y mucho de romántico. Es de hecho una carta de amor a su pareja que, además, se lanzó precisamente el día de San Valentín. Por ello casi causa cierto pudor asomarse a estas canciones, que podrían perfectamente haberse quedado en la intimidad de su hogar en vez de lanzarse a este multiverso agotado y sobrepoblado que es el de la música grabada.
Pero aquí están, y lo cierto es que no están mal. Suenan recurrentes y conocidas, es verdad, pero también resultan acogedoras y emocionantes. No es un disco que vaya a destacar en la discografía, en solitario o compartida, de Louris. Aún así, no es una pérdida de tiempo dejarse llevar por esa sensación de paz, de mar en calma y puerto alcanzado. Como decía, a ciertas edades no se puede exigir mucho más de un compositor salvo que seas Bob Dylan. Sabiendo dónde nos estamos metiendo es más sencillo disfrutar del disco y sentir cierta empatía con este señor enamorado, incluso sentirse identificado con lo que nos cuenta aunque para eso resulte útil arrastrar ya muchos años y vivencias. Canciones como “By your side” o “Couldn’t live a day without you” no esconden nada, todo lo contrario. Tampoco lo hace “Perfect day”, una pequeña y maravillosa sinfonía country-folk-pop con excelsas armonías, emotivos coros y una brillante instrumentación. La línea entre lo cursi y lo sublime a veces es fina, como aquí, pero el tema resiste bien y al final, quizás por ser el último, es el más recordado del disco.
Las canciones están bastante cuidadas, con ecos a McCartney en la mencionada “Couldn’t live a day without you”. Los sorprendentes y sutiles arreglos electrónicos en “Living on my phone” encuentran su opuesto en la austeridad oscura y rugosa de “Better to walk than run” o en la sencillez de “Listening to Bobby Charles”. Ya he hablado también de la endulzada pero magna “Perfect day”. Lo cierto es que, pese a lo aparentemente aburrido y trillado de la idea inicial, el disco no se hace indigesto ni resulta monolítico. Hay muchos detalles, quizá menores, que ayudan a mantener la atención y a evitar el efecto “esta es la misma canción de antes”. Por ir acabando: seguramente habré olvidado este disco en un par de meses pero, oye, he pasado un buen rato escuchándolo y hasta me he emocionado en algunos momentos. Hubiese sido mejor con una mecedora, un porche de madera orientado hacia el ocaso y una botella de Jack Daniel’s, pero no se puede tener todo.
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