La respuesta está en la canción (IX): Billy Paul
No deja de sorprender cómo los asuntos más trágicos, las anomalías más trascendentes desde un punto de vista sentimental o eso que en cualquier ámbito puede tomarse como el pan nuestro de cada día, por muy amargo que resulte, pueden ser interpretados, volcados y entregados por un artista concreto de forma harto estimulante, desprovisto el tema en cuestión del carácter original y revestido de emoción -musical, en este caso- para erizar la piel, esta vez en el buen sentido. Nunca fue de los más conocidos Billy Paul, uno de tantos cantantes soul que a principios de los setenta intentaban abrirse camino con grabaciones más o menos aseadas y versiones de sus padres artísticos acompañando a visiones propias de lo que se convirtió en uno de los movimientos más importantes de la historia de la música, de la negra en particular.
La cosa alcanza aquí dimensiones mayores al tratarse de la única ocasión en que su intérprete alcanzó un número uno en las listas del Billboard yanqui, entonces baremo universal de éxito y repercusión mediática. Cierto es que en «Me and Mrs. Jones» su forma de narrar una infidelidad (real o no, aún andan los que la escuchan enfrascados en tal dirimir) pocas veces, antes o después, fue superada en fondo y forma. Claro que todo era más fácil con los medios que el sello que lo apadrinaba, Philadelphia International, puso a su alcance en lo que a músicos y producción se refiere. El equipo compositivo estaba formado por nombres que hoy siguen sin decir mucho pese a su valía creativa, a saber: Cary ‘Hippy’ Gilbert, Kenny Gamble y Leon Huff, magos ellos, especialmente los dos últimos, de ese colchón de sonido, sensual y elegante, que acompañaba la mayoría de los temas incluidos en este y otros maravillosos discos de la época. El bueno de Billy, abrumado por el éxito inesperado de esta sin duda excelente canción, poco imaginaba entonces que treinta años después sería «respondido» en cierta forma por una voz femenina que, esta sí, se convertiría en estrella durante su corta existencia, brillando incluso de manera más evidente después de la misma.
No, ni siquiera lo sospechábamos. Solo que a algunos nos sonaba demasiado eso de «Me and Mr. Jones», como ya si lo hubiéramos oído antes en otra voz y en circunstancias diametralmente opuestas. El título se incluía en un disco de soberbias hechuras y eterno recuerdo titulado Back to Black, convertido ya en clásico no solo por su valía musical, que es mucha, sino por ser el último publicado en vida de su responsable. Ya se sospecha, ¿verdad? Sí, tuvo que ser Amy Winehouse, esa yonqui malcarada y anárquica que no supo encauzar el enorme potencial de su voz y acabó engullida, como tantos y tantas, por la voracidad de las múltiples dependencias. Arrestos le sobraban para voltear a su modo la letra y el sentido del tema en cuya interpretación se basó para grabar otra de sus joyas.
Evidentemente, el destinatario de una frase como «ahora ya no significas una polla para mí» era otro bien distinto a la supuesta receptora de la versión original, pero la cosa resultaba igual de efectiva, si no más. Arropada por los sabios mandos técnicos de Mark Ronson y en plena espiral de popularidad y vértigo, la inglesa parecía querer realizar alguna extraña confesión a los oídos de alguien aún más indeterminado. No habría quedado nada mal a efectos contestatarios incluir algún «Mr. Paul» entre estrofa y estrofa, por muy poco que tuvieran que ver ambas personalidades.
Así, estableciendo conexiones entre canciones, versos, interpretaciones y artistas, se hace mucho más divertido recorrer la historia del pop, rock, blues y sus derivados. Todos hemos sido partícipes de historias que merecieron ser musicadas, incluso parte afectada en algunas de ellas que, sin sus responsables saberlo, se hicieron imprescindibles en nuestra educación. Continuará.