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Libros: David Bowie. Elegía (Editorial Milenio)

“El legado de Bowie vivirá tanto como la raza humana y seguirá presente de forma eterna”. Esta concluyente afirmación define a la perfección el surco dejado en la tierra por un artista inmortal a quien el escritor Juanjo Ordás dedica su nuevo libro, David Bowie. Elegía, editado por Milenio. Una recomendable lectura que alejada de las biografías al uso o del típico manual para iniciarse en la vida del camaleónico autor, repasa a modo de guía la trayectoria de David Robert Jones con la compañía de un nutrido grupo de colaboradores entre los que se encuentran desde músicos que le acompañaron en su trayectoria como el batería Zachary Alford o el guitarrista Gerry Leonard, a los periodistas como Ignacio Juliá o Luis Lapuente o artistas tan dispares como Coque Malla, Rubén Pozo, Carlos Ann o Bunbury, quien además de participar en sus páginas, lo prologa.

El ensayo David Bowie. Elegía, aunque breve –apenas 160 páginas–, hace parada en cada uno de los álbumes de estudio del artista británico, además de en sus directos, recopilatorios y demás proyectos que nos regaló durante medio siglo. Hubo de todo en esas cinco décadas de música y curiosamente todo se hizo bien. Bowie no solo era autor y compositor, sino que también fue productor y arreglista y conjugó con maestría todos los palos imaginables demostrando una inquietud creativa que no cesó hasta su último aliento. Hizo folk, fue uno de los grandes del glam, coqueteó con el soul, fue maestro de la experimentación, se adentró en el funk y el pop más luminoso, le dio al rock de guitarras junto a Tin Machine, hizo música electrónica en los 90, fue crooner y terminó sus días junto a una portentosa orquesta de jazz. Y en todos esos momentos existió un denominador común: hiciera lo que hiciera, siempre sonaba a Bowie.

Se resaltan y argumentan las buenas compañías que codo con codo le arroparon durante toda su carrera, especialmente guitarristas como el recordado Mick Ronson, el virtuoso Carlos Alomar, el decisivo en su momento Reeves Gabrels u otros como Robert Fripp, Earl Slick, Mark Plati o David Torn. Sin olvidar el papel crucial de productores como Brian Eno, Nile Rodgers o Tony Visconti, todos ellos representativos de unas etapas muy marcadas de su discografía.

Y de igual modo, se buscan conexiones con diferentes artistas que en mayor o menor medida o estuvieron claramente influidos por el cantante o tuvieron algún tipo de colaboración: de Placebo a SuedeArcade Fire, de Nirvana a Depeche Mode, Morrissey o Red Hot Chili Peppers. Deteniéndose especialmente en dos de ellos, Lou Reed (de quien Bowie produjo el colosal Transformer) o en Iggy Pop, a quien literalmente rescató no solo artísticamente en varias ocasiones y que reconvirtió de bestia salvaje a inquieto músico en el excepcional The Idiot (1977), un disco muy en la línea de Low (1977) y Heroes (1977).

David Bowie. Elegía es una obra concisa que invita a sumergirse en sus páginas y devorarlas casi del tirón. Su principal virtud es el tono coloquial y cercano con el que Ordás y sus invitados abordan las distintas etapas de la carrera de Bowie, haciéndonos sentir espectadores de una charla entre amigos hablando de una pasión compartida.

Imprescindible para todos aquellos que amen su legado.

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