Lo nuevo de Chucho a través de sus canciones: Cap. 5
Próximamente llega el esperado nuevo disco de Chucho, Corazón roto y brillante (Intromúsica). El regreso de la banda de Albacete es un álbum conceptual sobre una ruptura, que nos cuenta la historia de Pere y María a través de sus doce canciones. Antes de escucharlas, conocerás lo que esconde cada una de ellas de la mano de Fernando Alfaro, quien nos irá desvelando en Muzikalia un relato dividido en capítulos, correspondientes a cada una de esas canciones. Aquí tienes el capítulo 5.
Próximamente, más entregas.
PERE Y MARÍA: 05 > La carretera de la costa
A pesar, o tal vez a raíz de todo aquello, Pere había terminado cogiéndole el gusto al yoga; había ido calando en él, como lluvia fina, el discurso melifluo del carismático y odiado profesor, sus enseñanzas iniciáticas; hasta había empezado, a base de estiramientos por fin ejecutados con mesura y disciplina, a adquirir la elasticidad que nunca tuvo en músculos, tendones y articulaciones. Tanto María como él habían embocado el sendero luminoso hacia un estadio de beatitud humanista y cuasirreligiosa. Incluso, ahora, eran estrictamente vegetarianos. Pere lo fue hasta que cayó herido por el rayo de unas butifarras irrefutables que su madre le preparó un domingo.
En este momento —momento de los recuerdos— Pere, mientras coloca en inconsecuentes estanterías su menguada colección discográfica, entre las resmas de lo que parecen discos, pero que son mucho más pequeños incluso que un sencillo de siete pulgadas, halla uno que suscita su atención: vagamente protegido por un caparazón cuadrado de plástico transparente roto por varios sitios, su carátula reza: Yoga Love volume 1. Lo abre, toma de su interior el pequeño círculo y lo introduce en una ranura lateral de su computador portátil. Comienza a sonar una música extremadamente monótona a través de los altavoces de dos vías. Pere hojea el reducido libreto del interior de la funda y lee una dedicatoria: «para María, con amor». La letra, claro, no es suya. Saca el disco del aparato, vuelve a meterlo en su caja y con él en la mano se dirige al cubo de basura: pisa un pedal que abre la tapa, se coloca justo encima y lo deja caer, como una bomba sobre una ciudad japonesa.
Acto seguido, se ha preparado una taza de té que todavía quema y, esperando, se hunde en un sillón y se sumerge de nuevo en la fresca memoria. Pere era un chico de tierra adentro hasta que con doce años se mudó con sus padres a la gran ciudad junto al mar. Y quizá por aquello siempre sintió esa fascinación, esa atracción inexplicable hacia el mar, hacia ese trocito de horizonte azul que se vislumbraba entre montañas y entre curvas de la carretera, cuando llegaban por fin para pasar unos días de playa, después de un tortuoso viaje iniciado en la madrugada. Quizá era esa la razón por la que, ya de mayor, en sus viajes no lo dudaba nunca: ante la tesitura de tener que elegir entre ir por el camino más corto, la autopista, la vía rápida y directa, o bien encarrilar el auto por las incertidumbres de la revirada carretera que bordeaba el litoral, siempre elegía la carretera de la costa. Además, qué leches, se dice: prefiero que pasen cosas, ver cosas, yo quiero vivir, no quiero llegar. No tengo ninguna prisa. El tiempo corre y no lo ves venir, para qué narices correr tú a su encuentro.
Pere se levanta como un resorte, deja la taza a un lado: hoy se pondrá en movimiento. Saldrá, irá al aeropuerto, tomará un vuelo, alquilará un coche, conducirá en la tormenta, conducirá al sol, el brillante futuro, el brillante futuro. Estará de nuevo en marcha flanqueando el Pacífico por Big Sur, camino de Cambria; estará en la desolada ruta que sube hacia el norte por la costa del desierto de Atacama, con sus formaciones rocosas de contraste máximo, blanco o negro, sobre el océano; está ya manejando su vehículo, cruzando anchísimos ríos, buscando el golfo de Botnia; está recorriendo en la caja de una furgoneta todo el contorno de la isla volcánica de Camiguín, al norte de Mindanao; está bordeando los extremos de todos los fiordos islandeses; está cruzando hacia Tierra del Fuego en un ferry para coches; está rodando por los caminos y las playas hasta dar con Tarifa… y, de sopetón, nota cómo la fuerza desmedida de una aspiradora colosal lo absorbe a la altura del pecho pero hacia atrás, a través, de nuevo, de miles de kilómetros, y lo deposita de vuelta en su sillón.
—Qué cosa más rara me acaba de pasar, María —acierta a decir con voz queda, cerúlea la tez, y al rato continúa—: Como cuando mirábamos y espiábamos tal o cual país o ciudad con el street o el earth y nos creíamos ya allí, y de repente tocábamos algo con el ratón y en ese instante aparecía en pantalla el mapa de nuestro barrio, de nuestra casa, y era como caer a la tierra desde una galaxia lejana. Vaya shock, ¿te acuerdas?
Y ahora su mente vuelve a repasar todas aquellas rutas, aquellos olores, de nuevo a respirar todos los aires del mundo, pero en todas esas imágenes está en realidad ella, María, consultando mapas, o asomados sus rizos por la ventana, o bien conduciendo, o ambas cosas…
Pere piensa en aquel día, la premonición; hoammm:
—Ya no quieres más viajar conmigo.
—¿Qué? —había respondido María.
—Piensas en viajar, pero no conmigo —repuso él.
—No te pongas melodramático…
—Y vas eliminando a los testigos: me borras de tus fotos y tus vídeos…
María, dando muestras de nerviosa impaciencia, trata de cambiar de tema:
—Bueno venga, no flipes. Por fin, las cortinas de nuestro cuarto, ¿rosas o blancas?
Ya Pere no le hace caso: anda como jugueteando con su celular, escribiendo algo en la pantalla luminosa, y de repente se cabrea y se pone a insultar al teléfono, mirándolo con furia, ante las jugarretas que al parecer le gasta el corrector ortográfico:
—Ya, móvil inteligente… listillo… ¡Gilipollas! —y se lo guarda en el bolsillo.
—Me borras de tus fotos y tus vídeos, y de tu vida —dice hoy Pere. Ha conectado al ingenio ordenador sus discos duros, sus discos durísimos. Se ha propuesto revisar todas las filmaciones y todas las fotografías que, de alguna manera misteriosa para mí, se guardan en esas parvas cajas de plástico negro: pretende reorganizarlas y hacer una selección bien estructurada de lo mejor de sus viajes y de su vida juntos. No aguanta ni cinco minutos. Cierra la tapa del cacharro ese, se levanta y con un largo suspiro intermitente camina en círculos, en pequeños círculos en esta mínima sala de estar. Y vuelve a sentarse:
—Tengo que seguir: es como una droga.
Me duele mucho. No sé qué hacer ya. No puedo mirar a ningún lado sin que me recuerde a ti. No puedo mirar a ningún sitio sin verte. Ni pasado ni presente ni futuro. Estás en mis recuerdos, en mis fotos, por el mundo entero. El puto móvil enviándome mis recuerdos de hace un año, de hace tres, de hace dos… todos son una foto tuya. Estás en mi presente, en mi pensamiento todo el rato, doliendo. Estás en mi futuro como un fantasma, en todos los planes que teníamos. En los hijos que habríamos podido tener. En los dos hijos que nunca tuvimos y que ya nunca serán. Me pregunto cómo habrían sido. Aún no entiendo cómo me pudiste dejar; si yo jamás podría. ¿Cómo pudo ser? Si días atrás nos planteábamos y medio planeábamos tener un hijo, ahora sí, o mejor una hija, quizá dos, y proyectábamos mejoras en la casa, cambiar las cortinas… Pero creo que ahora ya lo sé. Porque no me engañabas tú; era yo el que me estaba engañando.
Creo que ya no podré ir de viaje nunca más. Pero supongo que tú seguirás viajando, María, no conmigo; con quien ahora estés. O con quien vayas a estar en el futuro. Y viajaréis y daréis tumbos por el mundo porque te conozco, María, y sé que no lo podrás ni querrás evitar, y me encanta, te deseo lo mejor, en todos esos viajes, y también en el largo viaje. Yo por mi parte seguiré eligiendo siempre la carretera de la costa, la antigua carretera 1 por Big Sur y no la interestatal o la 101… Quizá nos crucemos algún día, si… si decidís también ir por allí.
LA CARRETERA DE LA COSTA
Es como ir de viaje con amigos,
pero yo prefiero hacerlo contigo.
Siempre elegiré hacerlo contigo,
rodar, nadar, volar y navegar.
Siempre elegiré la carretera de la costa:
yo quiero vivir, no quiero llegar.
Siempre elegiré la carretera de la costa,
rodar, rodar, rodar y no parar.
Ya no quieres más viajar conmigo.
Piensas en viajar, pero no conmigo.
Y vas eliminando a los testigos;
me borras de tus fotos y tus vídeos.
Y yo seguiré por la carretera de la costa,
si vais por allí nos podremos cruzar.
Ya se pone el sol por la carretera de la costa
y el mar.
Siempre elegiré la carretera de la costa:
yo quiero vivir, no quiero llegar.
Ya se pone el sol por la carretera de la costa
y rodar, rodar, rodar y no parar.
Rodar, nadar, volar y navegar.
Y naufragar, y recordar,
y no hablar más, mirando al mar,
ir a pescar y recordar.
Nadando con medusas,
nadando a media altura
entre la mar oscura,
lobo de mar de dudas…
Texto: Fernando Alfaro
Ilustración: Erika Seven
«Los personajes y hechos retratados en este relato son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia»
Consulta aquí la historia de Pere y María en la que se inspira el nuevo disco de Chucho:
Cada entrega es mejor!