Manta Ray + Amorante (Teatro Albéniz) Gijón 09/12/17
El goibarrés Iban Urizar fue el encargo de inaugurar una noche muy esperada, defendiendo en solitario su proyecto como Amorante. Una actuación peculiar, excéntrica y, por momentos, de difícil asimilación. El músico vasco parte del folk y la música de raíces para desdibujarla a través de pinceladas exóticas, loops, experimentación y diferentes capas de sonido. Algo a medio camino entre el cantautor clásico, los inclasificables Animal Collective y los últimos (y más retorcidos) Bon Iver. Una absoluta desinhibición que, en la práctica, resultó más afortunada en unas ocasiones que en otras.
Manta Ray se separaron hace casi una década, dejando una aureola de grupo de culto que el paso del tiempo no ha hecho sino refrendar. El cuarteto fue uno de los grupos más personales de la escena independiente de los 90 y primera mitad de los 00, además de figura clave dentro de lo que se dio en llamar el Xixón Sound. Al igual que hiciesen hace cinco años con el vigésimo aniversario del Bar Plaza, anunciaron su reunión con una única actuación en su propia ciudad, en este caso para celebrar los 25 años del local gijonés. Los conciertos del combo en la época siempre serán recordados como arrasadores, protagonizados por giros inesperados y cargados de fuerza sonora, en el que sin duda era su hábitat natural. Pero ni siquiera habiendo vivido la experiencia en primera persona y en repetidas ocasiones, nadie estaba del todo preparado para la demostración de músculo, exclusividad y vigencia ofrecida de manera ininterrumpida por el grupo a lo largo de algo más de hora y media.
Desde las iniciales “Sad Eyed Evil”, “If You Walk…” o “Take A Look”, los asturianos manejaros elementos a su antojo, domando esos imposibles ramalazos eléctricos que se convierten en canciones capaces de desmontar desde dentro a cualquier ser humano. Con una intensidad asfixiante y repercutida sobre la audiencia, la consecución de piezas tan inquietantes como “O.F. King”, “No Tropieces” o “La Vida Continúa (Zu Gabe)” fueron un torrente, presentadas de manera tan solemne y violenta como en realidad absolutamente controlada en beneficio propio. Las luces fijas y el humo aumentaron el misterio, dibujando las sombras de los autores y sus instrumentos sobre colores cambiantes, hasta remarcar escenas de querencia cinematográfica y tendencias apocalípticas. Cambios de ritmo -imposibles y tensos- se unían a la categórica interpretación del vocalista José Luis García en objetivo común, y seleccionadas como “Rosa Park”, “Adamo” o “The Ground Is Wet” se dirigen directamente hacia el abismo, sellando un salto convencido y satisfecho.
Para el tramo final aún quedaban por llegar temas del calibre de “Qué Niño Soy”, “Sol”, “Estratexa” o “Wide o-Blues”, que terminaron de volar cabezas en pleno éxtasis de volumen, oscuridad, efectos y total precisión. Estar en la Sala Albéniz la pasada noche significaba pasar a formar parte de un campo magnético cargado de ímpetu, electricidad y rabia, pero también de belleza y elegancia. Manta Ray son el grupo total y reinterpretan, escudriñan y entremezclan con brillantez géneros que incluyen post-rock, krautrock, jazz, noise o incluso post-punk. Cuatro músicos excepcionalmente dotados que se potencian entre sí y que, tal y como demostraron al amparo de un escenario, generan más sinergia que nunca. Su último concierto fue la lección maestra de un grupo imprescindible a todos los niveles, que firmó una velada histórica y volvió a agrandar la leyenda.
Enorme concierto, fuerza en la música, canciones intensas para la historia de la múscia. Inconcebible que un grupo de este nivel no tenga mayor repercusión. Fui un privilegiado al escuchar el que hasta el sábado es el último concierto de Manta Ray.