Nick Cave & The Bad Seeds (WiZink Center) Madrid 25/10/24
Todavía tiene que pasar ciento tiempo para que sepamos valorar cómo un artista tan peculiar como Nick Cave se ha vuelto mayoritario coincidiendo con el periodo más introspectivo y personal de su carrera, especialmente en esta última década. He visto tres veces al australiano con su banda en tres periodos muy diferentes, incluso con unos Bad Seeds diferentes, y siempre ha sido una experiencia epatante y demoledora. Su versión de 2024 es aún mejor, mantiene ese halo de liturgia épica y elegíaca, fundiendo sus siempre portentosos músicos de acompañamiento con un coro de gospel con el que apoyar y realzar su papel de predicador de la palabra de un Dios salvaje, ese «que buscaba lo que todos los viejos dioses salvajes buscan y voló por la ciudad moribunda como un pájaro prehistórico». Allí se encontró con cerca de 15.000 almas que asistían a su homilía y durante dos horas y media cayeron absolutamente rendidas ante su gigantesca figura. Fue el mejor concierto posible, con quizá un setlist mejorable, al menos para quienes consideramos Wild God (2024) un buen disco, pero no lo suficientemente trascendente para copar prácticamente la mitad de la actuación. Eso no quita para que valoremos cómo todas y cada una de sus canciones ganaron en matices e intensidad al ser interpretadas en vivo.
Cuando aún estábamos procesando la exuberancia sintética de «Frogs» con la que abrieron, llegó -quizá demasiado pronto-«Wild God», una preciada bala con la que hacer estallar el clímax, ante la que caímos rendidos. Habían pasado apenas 10 minutos y no dábamos crédito ante lo que parecía llegar. A partir de ahí, hasta nueve composiciones de su última entrega, alternadas con momentos recientes y pasados, en perfecta armonía. De la ceremonial «Song of the Lake» a una «O Children» «sobre la imposibilidad de proteger a nuestros hijos», rescate del maravilloso Abattoir Blues / The Lyre Of Orpheus por el que parece mentira que hayan pasado 20 años.
El primer éxtasis colectivo llegó con la creciente «Jubilee Street» a la que nos unimos en comunión en un apabullante tramo final que nos hizo levitar mientras coreábamos eso de “Me estoy transformando… estoy vibrando… ¡MÍRAME AHORA!”. A esta le siguió el rescate de esa joya de blues gótico «From Her to Eternity», que junto a la tribal, atronadora y aullante «Tupelo» y el aliento enfermizo de la majestuosamente retorcida «The Mercy Seat», fueron los tres guiños a quienes llevan acompañándole desde tiempo inmemorial, tres monumentos que trascienden y no podían faltar para redondear una velada mágica que ofreció mucho más. Se crearon nuevos hitos para el recuerdo, como cuando una de las cimas de Wild God, «Conversion», lanzó el mantra más reproducido de la noche. Un «You Are Beautiful» escupido por el cantante, reflejado en las pantallas y repetido a modo de declaración de amor a su público una y otra vez.
La atmósfera se congeló en el tramo que enlazaron temas tan íntimos y personales como esa «Bright Horses» de Ghosteen con un colosal Warren Ellis llegando a unos inimaginables registros agudos con su voz, apoyado en su pequeño armonio. También en la épica letanía «Joy», y por encima de todas y de todo, una emocionantísima «I Need You». Cave al piano cantándole a su hijo fallecido en un respetuoso silencio, mientras su cara desencajada en primer plano inunda una pantalla ante la que es difícil aguantar las lágrimas, mientras todo termina fundiéndose a negro a la vez que entona eso de «Just breathe, just breathe, just breathe… I need you».
Los fans de nuevo cuño tuvieron lo suyo con la siempre arrasadora «Red Right Hand» con la que apareció una lluvia de teléfonos grabando, esos mismos teléfonos que el cantante invitaba a guardar poco antes mirando a los ojos a un seguidor de las primeras filas mientras le espetaba: «baja el teléfono, porque voy a cantar esta canción para ti y será una experiencia que recordarás como un momento especial toda tu vida». «Red Right Hand» se convirtió en puro rock de estadio con jaleos y coreos al público y del público, que a pesar de crear cierta extrañeza en quien escribe, parece algo natural para un animal escénico como el artista de Warracknabeal. Explosión de efusividad ante una canción que remite a un pueblo sombrío y desolado, donde un hombre enigmático con una ‘mano derecha roja’ ejerce un control sobrenatural o incluso diabólico sobre la gente. Exacto.
Hubo más momentos a destacar, como una increíble interpretación de «White Elephant» de Carnage (también había sonado el tema titular), el recuerdo a uno de los primeros Bad Seeds, la fallecida en 2021 Anita Lane en «O Wow O Wow (How Wonderful She Is)», y una excelente «The Weeping Song» con el violín de Ellis sustituyendo el piano original mientras Cave nos animaba a acompañar con palmas («esas que hacéis los españoles»). Un Cave, que de nuevo a solas bajó el telón con la grandiosa «Into My Arms» interpretada al piano, tras las que se encendieron las luces y sin quererlo, despertamos de un sueño que difícilmente olvidaremos.
Fotos Nick Cave & The Bad Seeds: Sharon López (Last Tour)