The Velvet Candles – El Loco Club (Valencia)
La Sala El Loco, en Valencia, tiene un largo pasillo que conduce desde recepción, junto a la calle, hasta la puerta que da entrada a la sala. Entre 20 y 25 metros, calculados a ojo. Pues bien, ese pasillo fue anoche la entrada a otra dimensión. Como el portaviones Nimitz en “El final de la cuenta atrás” (Don Taylor, 1980), o el DeLorean de “Regreso al futuro” (Robert Zemeckis, 1985), los que atravesamos aquel corredor nos vimos transportados a otra época, a un tiempo en el que Dion gobernaba el mundo, Danny Rapp era todavía un crío loco por el doo wop, Peggy Sue aún no se había casado y no llevar tupé estaba mal visto. Incluso los “T-Birds” y las “Pink Ladies” aparcaron sus diferencias ante la perspectiva de una buena velada de rock’n’roll y unas cuantas cervezas bien frías.
El espectáculo que dio el público que ocupaba buena parte de la sala, especialmente las parejas que se atrevieron a bailar (como en los 50, nada de tonterías) en las primeras filas, no tuvo nada que envidiar al que los enormes Velvet Candles ofrecieron desde el escenario. Con sus magníficas cuatro voces, acompañadas por una banda de excelentes músicos que empezaron sonando correctos y profesionales pero que acabaron comiéndose el escenario con unos solos entregadísimos (y algunos improvisados, creo), el anoche cuarteto catalán demostró una solvencia y una calidad contra la cual no pudieron ni el calor achicharrante de los focos ni los problemas de sonido (puntuales y concentrados en unos pocos aunque molestos minutos).
El peso de la actuación vocal lo llevaron Agustí Burriel y Mamen Salvador, con la inestimable, imprescindible y genial aportación de Eduardo y Juan en los coros. El repertorio se basó principalmente en su disco “The Story Of Our Love” (El Toro Records, 2010), del que interpretaron hasta nueve temas. Aunque no me atrevo a destacar ninguno por encima de los demás, porque todos cumplieron a un nivel altísimo, mencionaré “There’s a girl”, “Robot stomp” y “The story of our love” para hacer justicia al hecho de que, siendo composiciones del propio Agustí, no desentonaron en absoluto ante la avalancha de clásicos del doo wop que tuvimos ocasión de disfrutar a lo largo del concierto. Mérito tremendo el de este grupo. Apostaría a que cualquiera que escuche la canción “The story of our love” por primera vez, sin conocer su autoría ni la fecha de grabación, jurará que es un clásico de The Penguins, Dion o Frankie Lymon y sus Teenagers.
A los pocos minutos de empezar la actuación la gente ya estaba moviendo las caderas al ritmo de ese bombazo que es “Sh-Boom” (The Chords). Más adelante tuvimos la oportunidad de ejercitar nuestra nostalgia escuchando el “Dímelo tú” de Los Cinco Latinos. Algunos, los más lanzados, sacaron a bailar a Peggy Sue (¡había decenas de ellas!) con las canciones más movidas, y también cuando sonaba alguna lenta. Pocas veces, por no decir ninguna, he visto un público tan metido en el ambiente de un concierto.
Aunque la gente parecía conocer todas las canciones, el plato fuerte fueron los temás más históricos. No faltaron “One fine day” (esa preciosidad que Goffin y Carole King escribieron para las Chiffons), “Up on the roof” (Drifters), “Runaround Baby” (Kodaks), la emocionante “In the still of the night” (Five Satins) o el “Runaround Sue” de Dion, que anoche, interpretada magistralmente por Mamen, cambió su título por “Stay at home Sue”. Y no me olvido de otro mítico tema: “At the hop” (Danny And The Juniors) sirvió como único y espectacular bis después de que los vocalistas se hubiesen despedido al ritmo de “That’s how I feel” mientras los músicos seguían tocando como posesos.
Finalizado el concierto, junto a un buen amigo que me acompañó al concierto (y que disfrutó tanto como yo, o más), nos dispusimos a salir del local. Al volver a cruzar el largo pasillo, una espesa niebla nos envolvió y nos depositó sobre la acera. Desconcertados como quien se despierta repentinamente de un sueño, vimos que habíamos regresado a nuestra época sin estar muy seguros de si lo que acabábamos de vivir durante hora y media había sido realidad o fantasía.
Afortunadamente, una larga hilera de Harleys frente a la entrada de la sala nos convenció de que no había sido un sueño.