Tributo a Bowie – Jerusalem Club (Valencia)
Valencia es una ciudad mitómana. Lo ha dejado claro muchas veces a lo largo de las últimas décadas (este año, sin ir más lejos, ya hubo un homenaje a Lou Reed similar al que nos ocupa), y este mes de octubre lo está volviendo a demostrar con un tributo a otro de sus grandes mitos: David Bowie. Un tributo que se ha ido desarrollando a lo largo de estas últimas semanas, con diversas exposiciones y charlas, para finalmente culminar en la fiesta que se celebró el viernes en el Jerusalem Club. He dicho fiesta, aunque debería haber dicho concierto. Pero en realidad fue una gran fiesta en la que la flor y nata de la escena musical valenciana de los 80 y 90 se reunió sobre un escenario para homenajear a uno de sus (nuestros) grandes ídolos.
No llegué a tiempo para ver pinchar a Rafa Cervera, otro ilustre valenciano adepto a la religión Bowie que se encargó de amenizar la espera pinchando canciones del homenajeado. Al poco empezó el concierto, y el escenario se llenó de músicos con mayúsculas: José Luis Macías a los teclados y Salva Ortiz a la batería, dos nombres bien conocidos por los aficionados valencianos puesto que han pasado por grupos ilustres como Glamour, Comité Cisne o Presuntos Implicados, formaron la columna vertebral de un acto que ellos mismos habían ideado. Junto a los mencionados vimos desfilar a un montón de otros músicos también integrantes o ex-integrantes de grupos míticos de la escena local. Un desfile que, en ocasiones, rompía un poco el ritmo del concierto con tantos cambios sobre el escenario, pero que a la postre sirvió para dar al evento un aire de confraternización, de unión y de entrega a la misión última que a todos nos llevó allí: demostrar nuestra pasión por Bowie.
Los encargados de la parte vocal fueron uno de los mayores aciertos de la noche. Junto a ellos estuvo un sorprendente Pepe Mallent, que hizo coros en casi todas las canciones y que además tuvo su momento de gloria con una magnífica interpretación de «Where are we now», uno de los temas del (hasta dentro de poco) último disco de Bowie. El trío principal de elegidos fueron Steve Hovington (B-Movie, la voz de la inmortal «Nowhere girl», que se destapó como un gran dominador de las tablas), Carol McCloskey, que estuvo en el grupo de Eurodance Double Vision, y John Alexander Martínez, británico afincado en Valencia y voz de los extintos Megaphone Ou La Mort y ahora de Le Garçon Rêvé. Todos dieron un recital, magníficos cada uno en su estilo: Carol fue la reina de la fiesta, la más interactiva con el público, la más espontánea y la que pareció disfrutar más en el escenario; Steve, elegante y sobrio, mostró un gran dominio del escenario además de tener la voz más «Bowie» del trío; finalmente, John Alexander demostró ser uno de los mejores vocalistas de la actualidad valenciana, con su personal voz profunda y llena de sentimiento que convirtió algunas de sus intervenciones (una «Moonage Daydream» impresionante, una «Five years» pletórica, una «Wild is the wind» desgarradora) en las más emotivas de la noche, aunque también nos hizo saltar y bailar de lo lindo con «Boys keep swimming».
¿Y qué decir de las canciones? Bowie tiene muchas, casi todas enormes y muy pocas malas, así que la elección era fácil y difícil a la vez. ¿Cómo comprimir una discografía tan extensa, 40 años de éxitos, en apenas dos horas de conciertos? Bueno, nunca llueve a gusto de todos, pero seguro que todos los que estábamos allí acabamos escuchando nuestra favorita, ya que no faltó ninguna: «Space Oddity», «Life on Mars» o «Ashes to ashes», ofrecidas de un tirón por Steve; «Changes», que fue la primera que cantó Carol (que también fue la vocalista de «Starman» poco después) y que ya nos dio una idea de que aquello iba a ser una auténtica fiestorra, confirmada con una celebradísima interpretación de «Rebel rebel» a dúo con John; «Heroes», con soberbia actuación de Steve y que yo pensaba que iba a cerrar el concierto pero no lo hizo porque la elegida para acabar fue «Modern love», con todos los músicos y cantantes sobre el escenario y la gente bailando y cantando en un extraordinario final de fiesta que nos dejó a todos con ganas de más. ¿Dije que no faltó ninguna y que todos escuchamos nuestra favorita? Miento: un buen sector del público, con un señor pesado que tenía a mi lado a la cabeza, reclamó insistemente «China girl». El concierto excedió incluso el horario previsto, así que no fue posible.
Hay que mencionar también algunas intervenciones puntuales que no pueden quedar fuera: el grupo valenciano Ambros Chapel realizó una magnífica versión de «Cracked Actor», en su habitual tono oscuro, penetrante y mágico; Rick Treffers, el holandés adoptado por la ciudad del Turia, fue el encargado de llevar «The Man Who Sold the World» a un terreno rockero y casi ruidoso, una de las versiones más personales que pudimos escuchar a lo largo de la velada; Rafa García, finalmente, tocó y cantó un «Rock `n` roll suicide» muy emocionante y decadente que quiso dedicar al fallecido Lou Reed. Hubo más momentos memorables: el dúo de teclados de «Warszawa» con grandiosa proyección en la pantalla que fue ofreciendo diversas imágenes de Bowie a lo largo de toda la velada, los Presuntos Implicados Juan Luis y Nacho tocando «This is not America», el «Andy Warhol» de José Oviaño…
Era una fiesta, y como tal la vivimos y la disfrutamos, así que no quisiera recordar demasiado los «peros»… Sonorizar un evento así es complicado, pero salvo problemas puntuales que nos privaron de escuchar con nitidez los guitarrazos memorables del «Ziggy Stardust» y el imprescindible saxo de «Young Americans» la verdad es que el sonido fue bastante bueno. El ambiente fue espectacular, aunque no faltaron los típicos pesados que se ponen en primera fila a bailar cara al público o que se pasan el concierto charlando a gritos con sus vecinos, compartiendo con ellos su (escaso) interés y conocimiento del tema que les llevó, seguramente invitados, a hacer bulto en un magnífico Jerusalem Club al que era la primera vez que acudía y que me dejó una muy buena impresión.
Una gran noche de fiesta que demuestra que en Valencia, cuando nos ponemos a ello, somos los mejores montando este tipo de saraos.