Discos

The Smashing Pumpkins – Monuments to an Elegy (Martha´s Music)

Tal vez los dos mayores problemas del nuevo álbum que Billy Corgan nos entrega bajo el nombre de The Smashing Pumpkins sean, por un lado, que cuando su autor juega al auto-plagio las canciones no son demasiado inspiradas para competir con lo que sus seguidores tenemos en nuestra memoria y, por otro, que cuando experimenta con sonidos sintéticos corre el riesgo de que le salga algún que otro bodrio. En este sentido, dos momentos de Monuments to an Elegy, la plúmbea «One and All» y la esperpéntica «Run 2 Me» -con sonido de bombo de grupo barato festivalero incluido- son ejemplo paradigmático de esos dos errores comentados.

A pesar de las repetidas escuchas y de intentar poner todo mi cariño sobre  las nuevas canciones de uno de mis artistas favoritos de los 90, por los surcos de esta breve colección de canciones corre la sensación general de que todo está grabado a piñón automático y ni siquiera algunos acertados momentos puntuales consiguen disipar esa tibieza que siento hacia el álbum.

Y tal vez sea precisamente por este cariño que siento hacia el autor por lo que prefiero hablar primero de lo que a mi juicio son desaciertos para centrarme posteriormente en los momentos más inspirados. De esta manera puede que el sabor de boca que se quede no sea demasiado malo. Así, temas como «Anaise», la mencionada «Run 2 Me» y, especialmente, el cierre del disco con «Anti-Hero», tal vez sean de las peores canciones que le recuerdo a Corgan. «Monuments», por su parte, empieza majestuosa pero se diluye dejando tan sólo el recuerdo de los mágicos sonidos de sintetizadores del infravalorado Adore (1998).

En el plano positivo, la apertura con «Tiberius», sin ser nada que vaya a pasar a la historia, supone un inicio refrescante y en cierta medida acertado. «Being Beige» es una canción preciosa, probablemente la mejor del disco, la única que realmente pone de manifiesto la habilidad que Billy Corgan tiene -quiero creer que aún tiene- para construir temas deliciosamente agridulces. «Drum Plus Fife» es también una hermosa canción que con una producción algo más afilada hubiera ganado puntos. Por último, la melancólica «Dorian» gana con las escuchas y es un agradable ejercicio de experimentación y jugueteo con el pop sintético.

Al hilo de esto último, y teniendo claro que si bien la experimentación es algo necesario para todo artista (máxime cuando como en el caso de Billy Corgan llevas veinticinco años en esto), tal vez una parte de sus seguidores llevamos mucho tiempo esperando un giro hacia una experimentación algo más malsana, con más enjundia, algo parecido al valiente paso que la banda dio en 1998 dejando atrás el éxito de sus imprescindibles primeros discos y abrazando nuevos horizontes sonoros en el no menos imprescindible Adore. En este sentido, los tímidos jugueteos con la electrónica de este disco no es lo que yo espero de un grupo -o lo que quede de él- de la talla de The Smashing Pumpkins.

 

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