Alfredo González – La paciencia del faquir (Algamar Producciones)
Buscar la inspiración en las palabras más que en los sonidos. Pelear a la contra y no morir en el intento. Resucitar de uno mismo con cada nueva canción. No desfallecer. Así de poético y así de verdadero puede ser enfrentarse a la discografía, cada vez más necesaria, de un cantautor que nunca se define ni como acústico ni como eléctrico, sino como todo lo contrario. El caso de Alfredo González, como el de tantos otros talentos ocultos del pop español, puede pasar desapercibido en países culturalmente cavernosos como el nuestro, pero debería ser de recuerdo casi obligado en cualquier otro con el mínimo respeto debido a los grandes creadores de la música contemporánea.
Para parir La paciencia del faquir, el asturiano se ha recorrido medio país para dar con sus huesos en el afamado receptáculo que el no menos célebre Paco Loco ha consagrado en el Puerto de Santa María a algunas de las grabaciones más eficaces de los últimos años. Allí se llevó los versos de amigos ilustres como Pablo Moro o Pablo Texón para las nuevas sesiones de corte y confección que acabarían diseñando este nuevo y elegantísimo traje sonoro. Más eléctrico, más sentimental, pero también algo más desencantado. Siempre consciente de sí mismo y de la liga en la que juega, y respaldado por otras plumas certeras como la de Nacho Vegas, el paisano que le escribe la hoja promocional poniendo los puntos sobre las íes. Credenciales y agarraderas no son cosas de las que carezca, desde luego.
La inspiración la saca de donde suele: La complicada existencia de un individuo tan atribulado como cualquiera de nosotros. Se sobrepone, como todos, forzando la realidad hasta relatarla tal y como es en temas profundos como «Sopa de gran pena», basada en un cómic (no solo de literatura vive el compositor) del gran Beto Hernández. La soberbia «El polígrafo» con la que se atreve a abrir el disco podría ir de la mano con «El mismo error», esta mucho más íntima y sobrecogedora, grabada con una simple línea de piano como referencia y un estallido lírico que reza «Soy una cuchilla en la bañera, el casquillo de una bala que yo mismo hice estallar; Soy una excepción en la vileza porque lloro al depredar» y claro, conmueve hasta querer salirte de él. No es Alfredo un tipo alejado de su tiempo ni replegado en sí mismo, como puede sucederle a veces a su citado colega, sino que habla de las miserias de su profesión en «Afuera todos roban» (con un estribillo muy Love Of Lesbian) y de las ajenas, que nos afectan a todos, en la explícita «Mala gente que camina». Vuelve por sus fueros hablando de huidas personales, no se sabe en qué dirección, en «Colisión de trailers», más conectada con su obra anterior, al igual que «Podrás vivir con ello», llena de arterias sentimentales nada amables consigo mismo. Ya se sabe, el amor desinteresado que acaba por contaminar a quien lo practica (en «Intoxicados» lo relata mejor que nunca) y la filosofía artística del «menos es más» que aplica a «La última revolución», con otro aparentemente sencillo acorde de teclado que acaba atravesando no solo a la propia canción.
Al final suele decirse que lo que quedan son las canciones. Algo tan intangible como la propia vida. Por eso es menester que haya siempre alguien que nos la cuente a su manera, que la interprete desde su propio punto de vista para que así podamos aclarar el nuestro. Las canciones son el verdadero tesoro, y parece que Alfredo González guarda uno de incalculable valor.
Grande, Alfredo.