Especial: ‘Moonage Daydream’ de David Bowie (Brett Morgen)
Vaya esto por delante: esto no es un documental. Ni una película. Es que hay quien me ha llegado a preguntar: ¿La has visto? ¿Y quién hace de Bowie? Y no, lo último que tienen que hacer, luego no digan que no les avisé, es afrontar esto como un producto convencional. Moonage Daydream no busca contar una historia, ni siquiera busca ser un fetiche musical. Quiere reflejar, a través de sensaciones, la trascendencia tanto de un personaje, como del ser humano que lo creó.
Y la verdad es que explicarlo se hace bien difícil. Brett Morgen, director curtido ya en productos que tienen que ver con la historia del rock, como Crossfire Hurricane o Montage Of Heck, ha tenido acceso a todo el material que secreta y minuciosamente el protagonista de este film había ido acumulando sobre sí mismo durante más de 20 años. De hecho, llegó a reunirse con él en una ocasión en 2007 para hacer algo juntos, pero era la época en que David no estaba por la labor de involucrarse en nada que no fuera su vida familiar y la cosa no fructificó. No obstante, cuando surgió la idea de hacer esta especie de poliédrico collage, que es lo que al fin y al cabo es Moonage Daydream, la oficina que regenta el patrimonio Bowie le dio acceso ilimitado a más de cinco millones de archivos, entre los que el director ha buceado durante cinco años.
El resultado, como decía, pretende ser una experiencia inmersiva en Bowie. Pero no imaginen a Bowie como una persona, ni como un personaje. Es más complejo que eso. Con este collage repleto de imágenes, de sentencias de su protagonista, de música, de arte, lo que Morgen ha pretendido es que conozcamos los caminos que tuvieron que ser recorridos para que la trascendencia de uno de los iconos culturales más importantes de la edad moderna siga siendo algo plenamente vigente hoy día.
Una experiencia, por tanto, que nos lleva a través de diferentes estadios. Vemos el truco de prestidigitación que fue Ziggy Stardust. Su creador se usó a sí mismo como un lienzo -tal como afirma en un momento del film- para crear el icono definitivo del rock, que anticipa el punk, que está destinado a señalar el futuro. A partir de ahí, Bowie, el ente, trascendió mucho más allá de David Jones, la persona que se ocultaba tras esa máscara.
A David Jones también le conocemos. Logramos entender por qué ese joven fruto de un hogar desestructurado en el londinense barrio de Brixton encuentra refugio en la rebeldía elegante del movimiento mod y comienza a investigar formas de huir de la masa. Se confiesa como un “coleccionista de personalidades” que intenta fundirlas en un producto definitivo, Bowie. Una creación abierta, además, a todos los cambios que sean necesarios o se antojen a su creador.
Contemplamos sus procesos creativos, las formas nada acomodaticias que tenía de hallar la inspiración, viviendo en ciudades que no le gustaban o en las que era un perfecto desconocido. Su efervescencia productiva, sus excesos, su aislamiento, la pérdida de credibilidad en los años de más éxito, su renacimiento tardío. Todo, todo, todo está aquí, pero no como un documento al uso. Se presenta a través de sensaciones. Se nos intenta, con más acierto unas veces que en otras, colocar en la mente de uno de los seres humanos más ejemplares que ha habido. Y todo ello no sólo para hacernos entender quién era el personaje-persona. El film también busca inspirarnos.
En ese sentido, hay un cierto halo de que el espíritu de David sobrevuela este proyecto. Que es en cierto modo fruto de sus designios, que su mano lo guió. Uno sale de su visionado con la sensación de saber algo que antes no sabía. Y con ganas de hacer cosas. Realmente, nos logra contagiar algo de su espíritu. Aunque, como muchas y muchos, tú seas de los que lo sabe todo de Bowie, de los que tiene todos los discos, los libros, los pósters, las camisetas, seguro que aquí te cuentan algo que no sabías. Seguro que David te toca aquí como nunca te tocó.
Y es que es un buen film, aunque no exento de ciertas pegas. En primer lugar, habiendo tenido acceso a tanto material, es una pena que todas las actuaciones en directo -el contenido más musical- pertenezcan a filmaciones archiconocidas, como la película Ziggy Stardust o el vídeo Serious Moonlight Tour. Se ha perdido la oportunidad de ofrecer contenidos inéditos que hubieran sido muy valiosos, pero bueno, la narración no se resiente por eso. De lo que sí que adolece en ese aspecto es de cierta auto indulgencia en la disposición de las imágenes, que en ocasiones resulta recargada y juega en contra del ritmo. Hay que pensar un poco más en el espectador, aunque vaya, supongo que cinco millones de archivos dan para tanto, que a ver quién no se le va un poco la mano.
Pegas a parte, les recomiendo que si les gusta Bowie, vayan a ver esto al cine. Es un producto poderosamente visual a la altura de su legado que no les decepcionará. Y si resulta que no le conocen, o sólo le conocen muy superficialmente, si abren su mente y no buscan clichés, encontrarán la puerta de entrada a un icono absolutamente básico para entender la cultura moderna. Porque todo está en Bowie. Si algo nos queda claro aquí es que él todo lo vio, todo lo hizo, todo lo supo antes que los demás. Y a través de todo eso supo trascender para guiarnos hacia el futuro. Moonage Daydream es precisamente eso: el testimonio de su trascendencia. Puede que no sea un testimonio perfecto, pero es que tampoco era fácil. Y en todo caso, triunfa como más que notable y poliédrica aproximación a una personalidad fascinante, la de un tipo, en definitiva, que supo aprovechar la vida. Esta película nos da una muestra de cómo lo hizo, lo cual la hace totalmente merecedora del gasto en la entrada para ser vista en pantalla grande. Mi consejo: vayan sin expectativas y déjense llevar.