Stereolab – Sala X (Sevilla) 01/11/22
Buscar etiquetas para huir al mismo tiempo de ellas. Es lo que suele pasar cuando a alguien le preguntan por el tipo de banda que ha ido a ver en concierto, o en su defecto de género musical con el que poder identificar lo difícilmente identificable. Si además esa banda se llama Stereolab y varias décadas después de su nacimiento siguen siendo un icono inevitable de la música sin límites ni clasificación alguna, lo de ponerle nombre a algo tan difuso es tarea absurda, a secas. Las huestes de la grandísima Laetitia Sadier, francesa de tradición y anglófila de adopción, y el no menos versátil Tim Gane, únicos supervivientes del proyecto original que hizo de los noventa una década clave en el desarrollo de varias ramas del pop del siglo XXI, se trabajan las canciones hasta casi labrarlas cual orfebre aplicado y darles un sentido escénico ciertamente diferente al que inducen desde el confort de la escucha doméstica. Si a su discografía hubiera que ponerle alguna pega, sería en todo caso la de la dispersión, que es justo lo que muchos admiramos y el rasgo de carácter que los ha reivindicado tantas veces a lo largo del tiempo. Y lo que sus seguidores esgrimen como seña identitaria, como es de recibo.
Un grupo británico con cantante francesa en una sala andaluza, emblema de la escena sevillana para más señas. Presupuestos más que suficientes para al menos suscitar el interés de unos cuantos meros curiosos que, lejos de conocer las costuras del grupo en todos sus pros y contras, se acercaron a la sala X un martes de falso puente para darse un baño de virtuosismo y estilo como seguramente hacía tiempo que no atestiguaban. Claro que teniendo en cuenta el reducido aforo del local y la amplia demanda prevista desde hacía semanas, el desastre amenazaba con empoderarse de tan esperada ocasión. Permitir aglomeraciones innecesarias en tiempos de post-Covid –o eso dicen que estamos viviendo-, provocar la sed –por las dificultades para llegar a la barra-, el sofoco –si no es por la jefa de la banda, invitando a los responsables a ponerlo en marcha en cuanto el ambiente empezaba a ser más que opresivo, la incomodidad habría sido aún mayor- o la sensación generalizada de que allí podría pasar algo realmente grave –la sospecha de que las entradas vendidas superaron con creces la capacidad del recinto- son acciones casi intolerables para quien quiere disfrutar de la música en directo con unas mínimas garantías de sonido y espacio. Así se puede ganar mucha pasta y contentar a promotores, intermediarios y adláteres varios, pero en cambio se puede decepcionar más de una expectativa. El público, sí, debe ser siempre lo más importante, porque de él depende en un amplio porcentaje la supervivencia de una escena tocada y con pretensiones de ser hundida.
Lo mejor es que nadie acabó de naufragar en el bochorno del martes noche, y de ello tienen buena culpa las canciones, que son lo que de verdad cuenta. Algunas maravillosas en su inconcreción, recopiladas en Pulse Of The Early Brain, un excelente muestrario de las tremendas habilidades creativas del grupo, a menudo diseminada en EPs, singles y álbumes de mayor o menor longitud. “Refractions in the plastic pulse”, el polo opuesto de la brutal “Simple headphone mind”, con la que cerraron el set, es parada obligada en un repertorio compuesto de miradas apasionadas a piezas clave de su historia sonora, desarbolando a cualquier oído avezado con los teclados, plug ins, loops de batería y guitarras que se unen y desunen y tocándolo todo y a todos con el despliegue de “Neon beanbag”, “Low fi” (tal vez otra buena acepción de lo que son y cómo suenan Stereolab), “Eye of the volcano”, “UHF” y otros momentazos donde el easy listening y los metales se casan con la lounge music y las cuerdas suaves para conquistar nuestra quebradiza memoria sentimental. Lo hacen todo tan bonito, tan diferente y tan encantador que ni lo cargado del ambiente puede evitar que preciosidades como “Miss Modular”, “Harmonium” o “Mountains” suenen como si nos las estuvieran tocando en el salón de casa, alternando un buen vino blanco con un Moët Chandon más verdoso de lo deseable, haciendo dulce lo ácido y transformando los matices amargos en licor de dulzura acústica. “Pack your romantic mind” motiva a eso, a no desilusionarnos demasiado por las falsas expectativas que nosotros mismos creamos, y con “Super electric” nos invitan a recuperar el espíritu juguetón y práctico que todos albergamos en un momento dado. Tras la parada, más breve de lo habitual ante el riesgo de un mayor apelotonamiento, tenía que sonar y sonó “French disko”, la obra de arte con la que algunos descubrimos a un nuevo nombre, luego quintaesencial, con el que ir alimentando nuestra entonces incipiente discoteca. Luminosa en su oscuridad, la canción más identificable de su carrera brilla en vivo como una gema pulida en mil noches, seguramente tan intensas como esta.
Sin tener que huir, porque huir es de cobardes, de la breve marabunta que en parte estaba deseando escabullirse del lugar del despropósito, salimos de la sala con un pensamiento recurrente bullendo en el entrecejo: ¿Por qué no le damos la importancia que merecen a este tipo de músicos, que sienten y hacen canciones tan lejos del mainstream pero tan cerca de nuestros maltrechos corazones? Y sobre todo, ¿por qué no habíamos visto antes en directo a estos auténticos monstruos? En fin, cosas que pasan, y nada que no se pueda subsanar con el paso del tiempo. De momento, la pequeña deuda que teníamos con Stereolab ha quedado saldada, y por mucho que se empeñaran en amargarnos la cosa, con sus debidos intereses.