Hounds Of Love, la imparable subida a la colina de Kate Bush
No hace mucho, la prestigiosa revista británica Uncut, en un minucioso número especial sobre los 500 mejores álbumes de los 80s, coronaba la correspondiente lista otorgándole el primer puesto a The Hounds Of Love, el disco de Kate Bush, una de las mayores luminarias musicales -y no sólo femeninas- que jamás haya salido de Gran Bretaña, publicado el 16 de septiembre de 1985. El álbum, aupado por su single de adelanto, “Running up that hill”, se encaramó en lo alto de las listas británicas. Pero su repercusión,tal como demuestra ese número uno en la lista, iría mucho más allá de su éxito inicial. Aunque no siempre se tuvo en tanta consideración.
¿Qué es lo que hace a este disco tan especial ahora? Si la mencionada lista de los mejores discos de los ochenta hubiera salido hace una década, seguramente otro disco hubiera ocupado el número uno. Kate Bush ha sido objeto de una reivindicación que se ha forjado con los años, lentamente. Aparte de su música, lo excéntrico de su persona y el halo de misterio que la envuelve merced al hecho de que en rara ocasión ofrece conciertos o entrevistas, han generado una figura mítica, casi al nivel de una deidad, que trasciende lo habitual en una estrella del pop.
Se ha convertido en una especie de símbolo. Esa mística que envuelve a su creatividad, cuyo poder de influjo se ha ido desplegando desde que salió este disco hasta nuestros días, tiene algo que no tienen los demás productos pop. No es de extrañar, por tanto, la enorme expectación que despertó su espectáculo Before The Dawn, una residencia de 22 conciertos en el Hammersmith Apollo de Londres durante 2014, su primera presentación en directo en nada menos que 35 años; o el nuevo exitazo que supuso para “Running…” su inclusión en la segunda temporada de Strangers Things, convirtiéndola en canción del verano de 2022.
Y todo esto, en gran parte, se lo debemos a Hounds Of Love. Pero no todo: cuando Dave Gilmour -como sabrán, legendario guitarrista de Pink Floyd– apadrinó en 1977 a aquella muchacha prodigio de 18 años produciéndole su primera maqueta, ya sabía que tenía un diamante en bruto entre manos. Pronto llegaría su fichaje por EMI y “Wuthering heights”, un single absolutamente descomunal que revelaba a una artista total, que componía, arreglaba, cantaba y bailaba como nadie. El elepé que la contenía, The Kick Inside, está considerado como uno de los mejores de los 1970s y los posteriores no iban a la zaga.
Durante aquella época, Kate se comportó como cualquier artista pop: hacía promoción en televisión, concedía entrevistas, participaba en sesiones de fotos e incluso daba conciertos. Pero tras su exitoso Tour Of Life de 1979 algo ocurrió: su plan era grabar material para incluso dos álbumes más y salir de nuevo de gira, pero de forma progresiva se fue involucrando más y más en el proceso de grabación del nuevo material, asumiendo finalmente la faceta de productora (algo bastante insólito para una mujer en la época) y haciendo gala de su ya mítico perfeccionismo para dar por terminado el producto.
El primer disco terminado bajo su batuta (en este caso, compartida con el productor Jon Kelly) se tituló Never For Ever (1980) y ascendió directamente al número uno de las listas inglesas, convirtiendo a Kate en la primera mujer en conseguir algo así. Sorprendentemente, tras este éxito, no hubo gira. Kate quería meterse de nuevo y más a fondo en el estudio, esta vez asumiendo de forma total la producción.
The Dreaming tardó dos años en llegar. Y fue recibido de forma tibia: aunque se encaramó al número 3 de las listas nada más salir, pronto las ventas descendieron hasta convertirlo en el disco menos vendido. Las reseñas tampoco fueron amables, criticando el uso excesivo de sintetizadores (influencia de Peter Gabriel) y las pesadas atmósferas que daban forma a un álbum muy alejado de la idea de lo comercial que había en su época.
Pero esto no arrugó a Kate Bush, que de nuevo se recluyó en el estudio para dar forma con mayor ímpetu a un nuevo proyecto. De hecho, construyó un estudio privado cerca de su casa, en el granero de la granja en que se había criado, para poder trabajar realmente a sus anchas y encontrar inspiración en un entorno cómodo, controlado y, sobre todo, suyo. Relajada, sin prisas, pero sin pausa, logra completar su quinto trabajo tres años después del anterior, justo en el momento en el que el mundo empezaba a preguntarse qué había sido de ella.
Hounds Of Love aparecía en las tiendas de discos el 16 de septiembre de 1985, pero la canción que lo abría sirvió de avanzadilla en formato sencillo aquél verano y fue interpretada en el programa de máxima audiencia de entrevistas de Terry Wogan en la BBC1. El single de “Running up that hill (a deal with God)” rápidamente se encaramó al número 3 de las listas, siendo el mayor éxito de la artista en ese formato desde “Wuthering heights”, y favoreció que el álbum entrara directo al número uno desbancando, ojo, a Like A Virgin de Madonna.
Y es que aquella canción lo tenía todo: un sonido moderno, hecho a base del uso de sintetizadores (sobre todo el famoso Fairlight CMI), pero sin recargar demasiado, de forma que aún hoy suena moderno, con un ritmo sugerente y volátil que incita al baile pero sin perder misterio, una letra tremendamente sugestiva, y una interpretación vocal de Kate impresionante. Comedida, pero emotiva al máximo. Una carga de profundidad que no ha dejado de ser un éxito desde el momento en que se publicó. Son muy pocas las canciones en la historia del pop que hayan logrado tal hazaña.
Y eso que esto es sólo la punta del iceberg. Una de las grandes peculiaridades de este disco es que es “lo mejor de ambos mundos”, es decir, del mundo de lo comercial, pero sin perder credibilidad artística, y del mundo de lo experimental, pero sin perder gancho. Así, el álbum, aprovechando la lógica de los dos formatos reinantes en su momento, el vinilo y el cassette, divide sus canciones en dos secuencias, una por cada cara y con títulos diferentes para unirlas. La primera cara se titula Hounds Of Love, como el conjunto del álbum, y la segunda The Ninth Wave.
En la sección que da título al álbum, tras escuchar “Running…”, de repente aparece una alarmante voz en off que dice aquello de “It ‘s in the trees! It ‘s coming!!”, extraída de la película de terror de 1957 Night Of The Demon. Comienza así “Hounds of love”, otro single de éxito, con un ritmo muy marcado de percusión que lo acerca al rock, pero sin perder un encanto pop que continúa en la más volátil “The big sky”. La contemplativa “Mother stands for comfort” introduce el acento experimental que dominará la segunda cara, pero “Cloudbusting” de nuevo nos enreda con un poderosísimo encanto pop, repleto de arreglos sugerentes y cambios de ritmo que serían imposibles para cualquier otra artista que no fuera Kate Bush.
Se cierra así la, digamos, “cara mainstream” del disco. Y si le damos la vuelta, nos adentramos en un tour-de-force de siete partes (no sé si denominarlas canciones) que son las que hacen que este disco con frecuencia se haya calificado de post-progresivo. Ciertamente, encontramos en este The Ninth Wave que ocupa la segunda cara de Hounds Of Love muchos de los elementos que podríamos encontrar en, por ejemplo, las grandes obras de Genesis. Esa narrativa musical que encuentra en la experimentación su hábitat natural y que va completando sus capítulos progresivamente, jugando con la intensidad, hasta llegar a un clímax final.
No esperen, por tanto, escuchar singles aquí, ni siquiera, como decía, canciones convencionales, eso ya se nos ha dado en la primera parte del disco. Aquí encontramos fragmentos unidos en un todo como piezas de un puzle, que demuestran que la mente de quien los hizo no es en absoluto la de un ser normal. No busquen más, todo el genio de Kate Bush está aquí, en esta suite que a modo de opereta nos abre, en sus 26 minutos de duración, las puertas hacia su ser más profundo. La británica se pone en las carnes de alguien que está perdido en medio del océano, en soledad con sus miedos, anhelos y pesadillas y en una exploración interior de una profundidad prácticamente sin precedentes, diría, en el pop. Una suite, además, de una variedad estilística y unos detalles de producción y arreglos absolutamente estratosféricos, una obra maestra.
¿Dos discos en uno? Ni hablar, el disco funciona, al final, como un todo. Primero tenemos el banquete más digerible, sí, pero lo que viene después es igualmente deslumbrante y coherente con lo anterior. Una obra maestra que se ha ido entendiendo mejor con el tiempo y de la que han bebido una infinidad de importantes artistas con posterioridad. Podemos calificarlo, perfectamente, como uno de los álbumes más influyentes del pop, tanto por sus logros musicales y conceptuales, como en sentido de haber supuesto una de las aperturas de puertas para la creatividad de la mujer más grandes jamás perpetradas en un mundo tan hecho para los hombres como el rock.
Con Hounds Of Love Kate Bush entregó no sólo su mejor obra, sino que dejó constancia fehaciente del poder supremo de la voluntad para llevar a cabo la creación artística y derribar los límites. Sus métodos tanto al coger las riendas totales de su carrera, como a la hora de plasmar en una obra sin tacha la inmensidad de ideas que tiene en la cabeza, la convierten en una de las artistas más relevantes de la historia. Y ésta es su cima. Un disco que, aunque ya se haya reivindicado muchas veces, nunca, nunca, está de más ahondaren él. Y es lo que hemos intentado hacer aquí.

