Ainara LeGardon + The Glorytellers – Moby Dick (Madrid)
No engaño a nadie si digo que, con diferencia, mi mayor aliciente la noche del miércoles en Moby Dick era ver delante de mis narices a Ainara LeGardon exponiendo sus vísceras sin tapujo alguno como acostumbra. El proyecto de Geoff Farina, The Glorytellers, no fue otra cosa para mí que un apéndice al intenso concierto que ofreció la bilbaína. Hablar de telonera en este caso me parece un insulto a la inteligencia humana.
Según pasan los días y las escuchas, queda claro que Forgive me if i don’t come home to sleep tonight (09), último trabajo de Ainara, es lo más exigente, espartano y descorazonador que ha grabado nunca. Y en un concierto donde presentaba sus canciones, no cabía esperar otra cosa. Y lo fue, concretamente en un primer tramo, que irrumpió con el potente riff de “The death most desired” para enlazar el binomio más inexorable del show: “Sickness” y “The third”.
La dulce “I won´t forget” fue el primer gran momento de la velada y dio paso a una segunda mitad mucho más vigorosa y musculada. Empujada por el aliento de la remembranza, fueron sus miradas al pasado donde más lució y entregó su propuesta; la expansiva “Last of your hopes” y la reptante “Forget just anything”, supusieron dos latigazos de electricidad desbocada con Alfons Serra a la batería y Javier Diez-Ena al contrabajo ejerciendo de perfectos cómplices.
Una sonorización exquisita a cargo de Paco Jiménez, la humildad y el agradecimiento de Ainara LeGardon y un par de temas inéditos que suenan rotundos, completaron una noche maravillosa.
Posteriormente, The Glorytellers ofrecieron un concierto en un claro de menos a más que impuso una extensa primera parte que me sumió en el sopor más descomunal que recuerdo. Mientras, inexplicablemente para el que escribe, la devoción de la nutrida sala era latente.
No dudaré del supuesto feeling de una banda como Karate, pero la otra reencarnación de Farina, salvo cuando tira de los momentos más trotones de Atone (09) como “The lost half mile” o versiona a los Stones con una impronta personal encomiable en “No expectations”, recurre a una autocomplacencia que dista millones de años luz del primer y casi único aliciente que aporta nuestra fatigada existencia: sentir. Por suerte, esa dosis ya estaba colmada aquella noche para cuando subieron The Glorytellers al escenario.