Antony and The Johnsons – The Crying Light (Rough Trade/Popstock)
Cuando nombres tan peligrosos como Isabel Coixet o spots televisivos en prime time recurrieron a la música de Antony and the Johnsons, era inevitable que las luces de alarma se encendieran. El impacto de I am a bird now (05) fue el responsable. Ese disco fue el que trufado de colaboraciones con mayúsculas y críticas desproporcionadas, aupó a Antony del underground decadente que le vio nacer a estrella de escenarios.
Gracias a ese trabajo, descubrimos que su debut, Antony and the Johnsons (00), o sus ep’s primerizos eran aún más excitantes en su misterio y sus lúgubres pasajes virginales, aquellos que fluyen naturalmente cuando no hay nada que demostrar, pero mucho que exigirse. Por tanto, este tercer envite dejaba abierta la duda y tendría que ser la confirmación definitiva o surgimiento del desencanto.
Podemos respirar tranquilos, nuestro divo tritón ha estado por encima de expectativas o elucubraciones estériles como la que les he apuntado. The Crying Light es un disco soberbio, ajustado en su duración, sus arreglos y su histrionismo contenidísimo. Y es que lo primero que llama la atención al escucharlo es la forma de cantar de Antony, más plegada a la composición, sin destacar tanto, sin reverberar en demasía, y es esa dosificación la que avisa de que estamos ante un artista intuitivo a la vez que profundamente profesional.
Muy lúcido por tanto el planteamiento, más si cabe si se huye de tanto nombre ilustre en nómina y se recurre a una figura esencial del neoclásico actual como es Nico Muhly –responsable de la banda sonora de The Reader, entre otras cosas- para los arreglos orquestales, sutiles e impresionantes a la par.
“Her eyes are underneath the ground”, emociona de forma desaforada abriendo el disco. Un tema tan apasionante y bello, a la altura de lo mejor de su carrera, es todo un órdago, ya que después de que termina uno no sabe ya si va a existir algo capaz de conmover más. Y no lo hay. Pero eso no quita para que la elegante “Epilepsy is dancing”, la cálida y frágil “One dove” o la preciosa “Kiss my name”, una de sus canciones más alegres, conformen una primera mitad de viaje memorable.
“The crying light” ejerce de anticlímax a mitad de escucha, sin llegar en ningún momento a irritar, pero sin aportar nada. “Another World” la sigue, y dentro del lote convence más que cuando el año pasado abría un EP algo endeble que, con la asepsia del tema titular, nos dejó frunciendo el ceño. Quizá ya estemos acostumbrados a su sobriedad pianística.
“Daylight and the sun” demuestra como todo está en sus sitio en The Crying Light: cuerdas, flauta, piano…llega casi a irritar la perfección con que ha sido planteada la obra, en el buen sentido, entiéndanme. En contraposición le sigue un tema más desnudo, más a quemarropa como “Aeon”, de un lirismo arrebatador y contagioso.
Para terminar, La casi vocal “Dust and water” sobra y la forma de mecernos de “Everglade” es un broche digno.
Y si después de toda mi palabrería no les convenzo de que estamos ante uno de los discos del año, déjenme que les obligue a reconocer que el retrato de Kazuo Ohno es la portada casi de la década.