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Azkena Rock Festival 2025 (Mendizabala)

Azkena Rock Festival se ha convertido con el tiempo en una de las propuestas, si no la que más, fiable a la hora de seleccionar un ramillete de artistas fiables a la hora de representar el rock en todas sus vertientes, congregando en Vitoria-Gasteiz impertérritamente a una parroquia que está del todo fidelizada después de más de veinte años preparando unas ediciones que siempre resultan impolutas desde el punto de vista organizativo.

Este año, a propuestas clásicas que agolparían gran cantidad de público el viernes como John Fogerty o Lucinda Williams se le unían artistas que están sin duda en su momento como Margo Price o celebraciones especiales de discos como las protagonizadas por Dinosaur jr o The Flaming LIps.

Es un gusto ver un festival que goza de dicha fidelidad sin descuidar su preparación a la par que consigue el relevo generacional, mezclando sin complejo alguno edades y sensibilidades musicales incluso dispares en algunos casos. En cuanto a lo destacado fuera de los estrictamente musical, destacar el aguacero tremendo que nos sorprendió el sábado al caer la noche, pero que no fue óbice para la celebración de absolutamente todos los shows programados, y, por otro lado, las protestas airadas de parte del público durante el concierto de Cherie Currie (The Runaways) en la madrugada del mismo día, generadas por su apoyo público sionista con respecto a la masacre cometida sobre el pueblo palestino en la franja de Gaza.

Jueves 19 de junio

Buzzcocks

Seguramente quepan objeciones en la trayectoria de Buzzcocks, pero resulta admirable, visto lo visto en Vitoria, el reverencial respeto a sus fans y a su esencia. El fallecido Pete Shelley ha dejado un vacío difícil de asumir, pero la dignidad con la que Steve Diggle, el otro pilar de esta icónica banda de punk inglés de los 70’s, ha cogido el timón es indiscutible. Sin necesidad de presencias mercenarias intrusivas, Diggle comandó el primer concierto relevante del festival con mucha autoridad, pasión y envidiable conservación tanto de tono físico como de dotes vocales. Quizá esas interpelaciones hooliganescas a gritar “olé, olé, olé” fueran prescindibles, pero el reducto de incondicionales que se agolpó no parecieron acusarlo y vitorearon clásicos como “I Don’t Mind” o la inmortal “Ever Fallen in Love (With Someone You Shouldn’t’ve)”.

La reciente “Bad Dreams” fue otro cénit, lo que revela que el catálogo actual de temas no desentona demasiado con sus hazañas primerizas. Antes del concierto podría pensarse que apetecía abrir fuego con una formación más joven y vigente. Terminado, que ojalá muchas de esas bandas actuales y presuntamente renovadoras de la escena exhibieran sobre un escenario la mitad del compromiso y entusiasmo de Buzzcocks. Kurt Cobain les tenía en un altar. Normal.

Pedro Rubio

Quique González

Podríamos decir que Quique González cuenta con una gran ventaja o un gran hándicap a la hora de ofrecer su propuesta musical, dependiendo desde el ángulo con el que queramos observarlo. Diríamos que su sonido es demasiado de raíces para un amante del universo cantautoril ad hoc o demasiado sonido de cantautor para un fan del sonido americana. Asentada esta premisa de partida, he de apuntar que el concierto con el que regresaba de nuevo a Vitoria pecó de cierto carácter anodino y lineal, circunstancia ésta a la que contribuyó un horario tempranero y una jornada de arranque en la que todavía quedaba ir engrasándose de cara a las extraordinarias actuaciones que nos quedaban por delante.

Dicho lo cual, el público congregado agradeció especialmente los lances del madrileño cuando orientaba su punto de mira hacia el pasado, aquel que contiene joyas como “Salitre” o “Vidas Cruzadas”, broche de la tarde perteneciente a La Noche Americana (05), quizás el disco más acorde con el espíritu del festival vasco.

Raúl del Olmo

Melissa Etherridge

Como en cualquier festival, seguramente puedan encontrarse decisiones discutibles en la confección del cartel del Azkena de este año. La inclusión de Melissa Etheridge no es una de ellas. De hecho, tras tres décadas sin pisar nuestro país, es uno de los actos más inspirados, de las dianas más claras, de la organización en mucho tiempo. Evitaremos abundar sobre el mantra de las injusticias, las infravaloraciones y las incomprensibles marginaciones a las que se ven abocados ciertos artistas igual o mejores que otros que coleccionan focos y parabienes. Simplemente, celebrar que esta cantante estadounidense es uno de los tesoros escondidos más maravillosos surgidos en los 80’s, más allá de una de las voces más temperamentales y desarmantes de esa bendita era.

Enfundada en un elegante atuendo negro y tocada por un sombrero, Etheridge emergió, se colgó la guitarra y, sin florituras, se despachó con un espléndido concierto de rock americano de vocación clásica y de notable temperatura emocional. Como una suerte de Bonnie Tyler de raíces, el espectáculo destacó especialmente por su voz, por esa manera cada vez menos detectable en la música actual de cantar con las entrañas en una mano y el corazón en la otra. “I Want To Come Over” y “Bring Me Some Water” resultaron particularmente convincentes. Y lo que fue diferencial e inolvidable fue el colofón, “Like The Way I Do”, su cumbre compositiva. Alargada hasta el paroxismo, Melissa, recorriendo cada esquina del escenario en plena combustión, incluso aporreando en un momento dado la batería, se descolgó probablemente con la interpretación más hipnótica y sobrecogedora de todo el festival. Reforzada de la cita.

Pedro Rubio

The Damned

Eran bastantes las formaciones de punk clásico que se daban cita en esta edición 2025 de Azkena Rock Festival. Sin duda, una de las que mostró mejor estado de forma fueron los británicos The Damned. Buena culpa de ello la tuvo el hecho de contar con dos miembros originales del peso de su vocalista David Vanian y su guitarrista Captain Sensible, ataviado con su boina roja característica.

Brindaron una descarga vibrante e intensa que fue de menos a más y que no desmereció en demasía la leyenda de la banda, más penetrante en sus devaneos góticos (“Wait for the blackout”) e irresistiblemente eficaz a la hora de atacar su clásica revisión del “Eloise” de Brian Ryan o su rotunda “New Rose”, canción que revitalizaron los propios Guns n’ Roses en el nunca suficientemente revindicado disco de versiones «The Spaghetti Incident?» (93).

Raúl del Olmo

Dinosaur Jr.

Ganazas como siempre de afrontar un nuevo directo de los incombustibles Dinosaur Jr. Además, sentía especialmente motivador el hecho de que interpretaran en su totalidad un disco tan poco considerado como Without a Sound (94), eclipsado por el indiscutible hitazo que lo abría, “Feel the pain”. Tras esta apertura esperable y dislocada, el siempre entrañablemente perezoso J Mascis, acompañado por el molón y eternamente joven Lou Barlow y esa locomotora a la batería que es el estoico Murph, elaboraron una defensa del largo del todo encomiable donde, una vez más, esa guitarra capaz de emocionar con esa tierna pose despreocupada hizo brillar por todo lo alto los lances más épicos y bonitos de la obra de 1994, especialmente la magna “Get out of this”, algo así como ver a los teleñecos expandiendo  la polvorienta  suciedad eléctrica de Neil Young, o a través de la intimidad alcanzada con “Seemed like the thing to do”, con su líder interpretándola él solo sobre el escenario.

Belleza weirda ultraterrenal. Como gran colofón, el trío brindó un ramillete de clásicos de su etapa primeriza –no olvidemos que su posterior regreso es de los más dignos jamás pergeñado por una banda alternativa- con “Little fury things”, “Freak Scene”, su estratosférica versión del “Just like heaven” de The Cure y un coreado “The wagon” para cerrar el concierto más inapelable de la primera jornada festivalera.

Raúl del Olmo

Viernes 20 de junio

Reckless Kelly

Reckless Kelly es un claro ejemplo del poder desequilibrante de la canción, de la composición. Una mirada rigurosa, e injusta, podría despacharles alegando lo escasamente original, o incluso derivativo, de su propuesta (Steve Earle, particularmente) o el nulo interés por enriquecer su repertorio con sonoridades diferentes al country rock más ortodoxo. Pero lo cierto es que esta formación de Estados Unidos capitaneada por los hermanos Braun (Cody y Willy), poco a poco, sin grandes despliegues ni picos muy pronunciados, pero tampoco pasos en falso, han labrado una de las obras más sólidas del estilo en lo que llevamos de siglo. A golpe de canciones extremadamente bien concebidas, aliñadas e interpretadas. Que no es que sea lo que más importe sino que, tal vez, sea lo único que importe.

Muy engrasados y compenetrados en todo momento, y con ayudas puntuales de violín y mandolina que dotaban de mucho sabor y finura al repertorio, el ramillete de temas que sonaron en el escenario principal de Vitoria estuvo a la altura de las circunstancias de principio a fin. “Nobody’s Girl” fue un momento rebosante de magia, y los extractos de la que probablemente sea su entrega más atinada Wicked Twisted Road (05), como la canción titular o “Seven Nights In Eire”, hicieron las delicias tanto de incondicionales como de los curiosos que se acercaron a presenciar uno de los conciertos más intachables de toda la jornada.

Pedro Rubio

Public Image Ltd.

Voladura de cabeza inesperada y delirante la que consiguió provocarnos John Lydon (mejor llamado aquí que Johnny Rotten) al frente de su celebérrimo proyecto post punk Public Image Ltd. Su innegable influencia en las vertientes del género y las diversas formas del dance alternativo de los primeros 90 afloraron sin ningún tipo de cortapisa en una especie de misa pagana capitaneada por el carismático ex-miembro de Sex Pistols, provocando el trance de la mayoría de congregados y, supongo, la indignación de los más ortodoxos militantes del cuero y bota vaquera. Exhaustivo repaso a su carrera acompañado de unos músicos que se ajustaban como anillo al dedo a la propuesta más experimental de la edición, brillando con especial maestría un Lou Edmons del todo espectacular a las seis cuerdas en sus diversos tratamientos, arco de violín incluido.

Una estratosférica mezcla de spoken word endemoniado, guitarras retorcidas, bajos bombeantes, dub pasilvestrado y unos beats que podrían hacer parecer aquello un festival electrónico cualquiera. A destacar peroratas incendiarias como “This Is Not a Love Song “ o “Warrior”, clásicos como “poptones” de su sacrosanto Metal Box (79) y, por encima de todo, el momento más inesperado y loco que he vivido entre todas mis asistencias a Azkena Rock con la llegada del “Open up” que popularizó Lydon junto a Leftfield en aquella biblia de la electrónica de final del siglo XX que es Leftism (95), lo que nos llevó a quemar zapatilla bailando como en cualquier rave oculta en bosques de hace treinta  años. Histórico.

Raúl del Olmo

Lucinda Williams

Quien hubiera podido ver la conmovedora estampa de Lucinda Williams hace dos años en este mismo festival ya estaría advertido de primera mano de la impresión que daba ver delante de nuestros ojos a la mayor leyenda femenina del sonido americana. El derrame cerebral que sufrió a finales del año 2020 todavía le afecta, especialmente en lo que respecta a movilidad y, por desgracia, parece aún difícil imaginar que logre volver a tocar la guitarra con normalidad. Estos inconvenientes que nos corroen por dentro a sus fans mientras observamos su irrepetible voz a la hora de interpretar unas canciones compuestas a la altura de muy pocas personas en el mundo, tratan impertérritamente de convertirse en una suerte de  virtudes que, por momentos, agudizaran el entramado dramático, pasional e irresistiblemente emotivo de su cancionero, especialmente cuando aborda sus irrepetibles discos que abarcan desde los 90 hasta la primeros años de este siglo. Una vez más, el protagonista fue ese clásico universal pionero del sonido americana, Car Wheels on a gravel road (98), del que sonaron hermosas su tema titular, “Drunken Angel” “y una contundente “Joy”.  Se hace completamente necesaria la mención a la increíble banda de apoyo que lleva la artista norteamericana, capitaneada por ese genio a la guitarra que es Doug Pettibone, una delicia verle tocar y que, por si fuera poco, cuenta ahora con otro genio al mástil como lo es Mark Ford, ex componente de The Black Crows.

Destacar también  los dos rescates de su, posiblemente, gran obra maestra, Essence (01): “Out of touch”, impresionante en su capacidad de transmisión, mejor momento del concierto y casi del festival diría, y ese monumento a la pasión y fusión carnal que es la propia “Essence”, todo un mérito interpretar una canción así dadas las circunstancias actuales. No faltaron recientes conquistas como la pegadiza “Rock and roll heart” que compuso junto a ella el mismísimo Bruce Springsteen, trallazos de la talla de “Honey bee” o notables versiones de clásicos como “While my guitar gently weeps” de The Beatles y un apoteósico “Rockin’ in the free world” de Neil Young con el que cobraba todo el sentido un final del concierto que nos estremecía al comprobar que los artistas totales, aquellos que han hecho de su propia manera de sentir y, en última instancia, de vivir sus días en su paso por este mundo el baluarte con el que un día nos dejarán sin haber querido bajarse de un escenario hasta su mismísimo último aliento. Como alguien dijo una vez, vivir como si fueras a morir mañana, amar como si fueras inmortal.

Raúl del Olmo

Turbonegro

Sensaciones encontradas las que deparó el concierto de Turbonegro, una de las experiencias más difíciles y complejas de analizar de esta edición. Nadie duda del amor hacia la banda de Tony Sylvester, el nuevo vocalista, y el tipo se esmera a su manera, pero pasan los años y los discos, y, por mucho que ya esté más o menos asumido, es inevitable echar en falta al malogrado Han Von Helvete, absoluto símbolo de esta formación y cuyo nivel en aura, presencia, ímpetu escénico y gracia interpretativa ha quedado muy lejos de poder replicarse. La sensación de que los Turbonegro actuales son una versión desnatada de los años de gloria fue especialmente detectable en el discretísimo arranque, con prevalencia de las dos últimas y olvidables obras de la banda, y donde sólo, desde una perspectiva generosa, cabría destacar “Hot For Nietzsche”. Una incómoda vibración de meme, de autoparodia, envolvía al asunto y el sonido tampoco acompañaba ni en potencia ni en definición. Incluso, los incombustibles Euroboy y Happy Tom parecían contagiados por estas deficiencias.

Fue entonces cuando comenzó a asomar la artillería pesada, aquellos himnos de su época de esplendor, y el show se rehabilitó para la causa hasta el punto de deparar los treinta o cuarenta minutos seguramente más disfrutables y demenciales de todo el festival, con histeria colectiva y arrebatados pogos. “Selfdestructo Bust” y “Get It On”, del imperial Apocalypse Dudes (98), nos recordaron por qué este grupo noruego se convirtió durante unos años en la punta de lanza del rock escandinavo y en una de las bandas más estimulantes del planeta. “City Of Satan” y “All My Friends Are Dead” demostraron las virtudes de Party Animals (05), su otra obra superlativa. Y el delirio absoluto fue, casi al final, “Age Of Pamparius”, su composición definitiva, un estallido de coros, melodías y depravación que debería pasar a la historia como una de las mayores hazañas concebidas y ejecutadas por unos músicos en las últimas décadas, directamente. A su manera caótica, amorfa y gamberra, volvieron a brillar.

Pedro Rubio

John Fogerty

Ya es un hecho de sobra reivindicado, y mucho más en un entorno como el Azkena donde encaja como un guante, pero nunca deja de provocar estupefacción lo que un mito como John Fogerty logró componer en los últimos compases de los 60’s. Sus cuatro o cinco obras referenciales al frente de Creedance Clearwater Revival, con obras magnas como Green River (69) o Cosmo’s Factory (70), se agolparon en apenas dos años, y ese caudal compositivo fundamenta una de las mejores discografías de su época y, con razón, los setlists de nuestro protagonista desde entonces, hace ya más de medio siglo. Si a esta condensación de inspiración, una de las más impresionantes de la historia del rock, le sumamos la portentosa capacidad de conservación en términos físicos y de actitud que este hombre exhibe gira tras gira, resulta absurdo dudar de él. Asumámoslo, a la vez era inevitable, ochenta años ya le contemplan, pero su despliegue fue prácticamente idéntico en cuanto a nivel al ofrecido en 2017 en este mismo festival, donde dio una auténtica exhibición. Ataviado con su emblemática camisa de cuadros, respaldado por una impecable formación y sin que el paso del tiempo parezca hacer mella en su halo y energía, el extraordinario compositor estadounidense volvió a dar un clinic de música de raíces, con esa exquisita basculación entre country, blues y rock sureño y pantanoso que tan bien siempre ha dominado.

“Up Around The Bend”, “Who’ll Stop The Rain” o “Lookin’ Out My Back Door” descollaron en la primera mitad de actuación. Tal vez una pizca de pérdida en la afinación y en su habitual poderío vocal pudieron detectarse por momentos, pero mucho menos de lo que cabría esperar. Quizá también algún momento de excesivo regodeo autobiográfico en las proyecciones visuales pudo cortar un poco el ritmo, como en “Joy Of My Life”, pero siempre tienen un punto entrañable y no deslucieron la experiencia. “Have You Ever Seen The Rain” y “Fortunate Son”, en el tramo final, volvieron a colocar el concierto en una división superior y, una vez terminado, y con los miles de espectadores abarrotando el escenario principal en la que seguramente fue la afluencia de público más nutrida, al propio Fogerty en el casillero de los grandes vencedores de esta edición.

Pedro Rubio

Sábado 21 de junio

Richard Hawley

Un amenazante, pero a la par necesario, cielo gris plomizo era el marco de fondo sobre el que Richard Hawley, acompañado de una exquisita banda, se disponía a conquistar un escenario principal gracias a una clase, elegancia, versatilidad y capacidad de transmisión superlativas en este Azkena Rock. Tal fue la exhibición que, aún a sabiendas de que me encontraría ante un concierto notable, no llegaba a imaginar que fuera el mejor de todos para quien les escribe estas líneas. Comenzó exigente, eléctrico, poseedor de una psicodelia que bien podría llegar a emparentarle, por extraño que parezca, con la Mark Lanegan Band o, si me apuran, con los devaneos más galácticos de los últimos Screamin’ Trees. Magna pues la apertura con “She Brings the Sunlight”, canción de su disco más pétreo y eléctrificado,  Standing at the Sky’s Edge (12), del que sonó increíble más adelante “Don’t Stare at the Sun” y que se convirtió, sorprendentemente, en el protagonista del repertorio.

Pero eso no fue óbice para explorar todas las facetas del talentoso músico  de Sheffield, desde la más clásica (“Prism in Jeans”, “I’m Looking for Someone to Find Me”) a la más tremendamente arrebatadora y emocionante, sin temblarle un segundo el pulso para mostrar toda esa intimidad tan hipodérmica como desarmante (“Coles Corner” y, especialmente, una inesperada y celestial “Open Up Your Door”), todo ello sin olvidar dar minutos a canciones inspiradoras capaces de elevarnos el alma por encima del fatídico gris diario (“Tonight the Streets Are Ours” y un colofón tremendamente exuberante con la infinita “Heart of Oak”). Es realmente difícil contar con palabras la exhibición de talento, valentía y trascendencia artística y ventricular que Richard Hawley nos regaló la tarde del sábado. Conmoción bonita de entrañas.

Raúl del Olmo

The Lemon Twigs

The Lemon Twigs constituyen uno de los fenómenos más dignos de estudio de los últimos años. Con un sonido mucho más escorado al rock y al glam en sus primeros álbumes, entre los que sobresale ese magnífico Songs For The General Public (20) donde Brian D’Addario y Michael D’Addario tan pronto emulaban a Marc Bolan como a Suede con pasmosa habilidad, han sido sus dos recientes obras, mucho más suaves y dóciles, las que les han consagrado a nivel crítico, y han redoblado su popularidad. Se añora bastante esa garra perdida, no nos engañemos, pero apetecía ver en acción a una de las bandas más aclamadas del momento. Y la actuación tuvo luces y sombras.

El arranque fue magnífico, con mucho ritmo y dos excelsas interpretaciones de “My Golden Years” y “The One“. Sus atuendos maravillosamente kinkis y esa imagen de puerilidad e indefensión que desprenden ambos hermanos enriquecían y daban colorido y gracia a todo. Mediado el set, la actuación comenzó a incurrir en cierta monotonía y blandura, sensación que, pese a buenos lances como “You’re Still My Girl” o “Corner Of My Eye”, acompañaría hasta el final. Es posible que se exageren las virtudes de estos neoyorquinos, pero el indiscutible talento de esta banda para las armonías vocales, no obstante, empujan, si además los tienes delante, a apetecerte devorar discos de Beatles y Beach Boys y hacerte un ciclo de revisiones fílmicas de Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma.

Pedro Rubio

Dead Kennedys

El caso de los Dead Kennedys es, salvando matices, similar al de los Buzzcocks, que como ya escribimos ofrecieron un concierto bastante digno el jueves. La banda que nos ocupa también se encuentra varias décadas fuera de su momento y son un referente del punk de su época, aunque en este caso norteamericano y de tinte mucho más abiertamente político. Conservan una importante legión de incondicionales, pese a lo imposible de la misión de sustituir a un tipo como Jello Biafra, el cantante que lideró todos sus aclamados discos de los 80’s. Con todo, y pese a que el sonido no acompañó en los primeros compases de la actuación, el hiperexcitado vocalista actual, Ron Green, que no paró de moverse de un lado a otro e insufló mucho nervio a sus líneas vocales, demostró ser un frontman con garra, muy defendible pese a las circunstancias.

East Bay Ray, a la guitarra, y el bajista Klaus Flouride, estos sí originales, estuvieron también a la altura de las circunstancias y, como cabía esperar, centraron el repertorio en sus dos aclamadas obras de referencia, Fresh Fruit for Rotting Vegetables (80) y Plastic Surgery Disasters (82), donde la emblemática “Holiday In Cambodia” provocó la esperada histeria. Competente actuación, en definitiva, y chute de punk y proclamas antisistema que siempre se agradecen.

Pedro Rubio

The Flaming Lips

Resulta complicado explicar la experiencia de vivir un concierto de The Flaming Lips en términos estrictamente musicales. Quienes seguimos las andanzas de Wayne Coyne y compañía ya sabemos de las excentricidades que son capaces de hacer en estudio al igual que sabemos el universo de interacción y magia que saben transmitir a través de sus directos con un público que les adoramos a poco que conectemos con esa sensibilidad bizarra tan particular para quienes formamos parte de su credo. En esta ocasión, tocaba celebrar la interpretación íntegra de uno de sus discos emblemáticos más característicos con el permiso de su predecesor, The Soft Bulletin (99). Me estoy refiriendo a esa bella alegoría que encierra el marciano Yoshimi battles the Pink Robots (02), un disco que admite múltiples interpretaciones a través de la metáfora que representa la lucha de Yoshimi contra unos robots rosas gigantes que están listos para destruir el mundo pero que, en esencia, representa la lucha de cualquier persona frente a las adversidades generadas a través de los fantasmas internos y de las amenazas reales que nos rodean. Resultaba emocionante ver el conjunto de outsiders que nos agolpábamos en las primeras filas, desde familias enteras a chicas, chicos, hombres y mujeres perdidos dentro de sí mismos en espera que nuestro Dr. Jacoby particular comenzara el espectáculo.

Y fue empezar “Fight Test” y dar comienzo el viaje a otro mundo surrealista que sólo existe dentro de nosotros y pergeñado a través de una imaginación que es tanto trampa como acicate de nuestro transitar invadiéndolo todo. Uno ya no sabía dónde estaba, mientras Wayne nos jaleaba constantemente, invitándonos  a gritar y dejarnos llevar entre una lluvia de cañones de confeti, torres de humo, globos gigantes rebotando sobre nuestras cabezas, mirrorballs proyectando rayos estroboscópicos imposibles sobre nosotros  y una pantalla inmensa con colores saturados, mostrando unas letras tan hermosas como lacerantes, envueltas en esa atmósfera algodonosa de sonido extraterrestre, surgiendo en la pantalla para cantarlas, o recordarlas, una vez más en toda su conmoción interna y, cómo no, esos colosales robots hinchables  alzándose en el escenario, contoneándose a las exigencias de las inclemencias del viento y de una lluvia que empezaba  a hacer acto de presencia entre nosotros, pero que bien podría ser sirope de arce escupido por un dragón mecánico imaginario. Todo daba igual, nuestros sentidos no estaban ya allí mientras afloraban canciones tan bonitas como alegremente tristes, ejemplificadas a la perfección en algunas como “In the Morning of the Magicians” o esa cima del viaje que es “Do you realize?” mientras gritábamos, cantábamos, llorábamos y reíamos sin ser ni tan siquiera capaces de diferenciar el efecto que todo ello tenía sobre nosotros. De fondo, el sentido de comunión con todo y todos los que allí estábamos, asistiendo a un sueño delirante dentro de la montaña rusa de nuestro propio torrente sanguíneo, las carreteras de recuerdos, anhelos y deseos, la teletransportación inmediata al Nunca Jamás de un aquí y ahora efímero. Terminada la travesía, la banda tuvo el detalle de brindarnos dos caramelos en forma de canción: la divertida y alocada “The yeah yeah yeah song (with all your power)” y esa preciosidad ensoñadora que es “Race for the prize” hasta culminar algo que no sé si fue realmente un concierto en sí mismo; ni mejor, ni peor, pero sí que, afortunadamente, algo inexpugnable para todo aquel que no tuviera la combinación de teclas correcta activada dentro de su organismo.

Raúl del Olmo

Margo Price

Margo Price firmó en esta edición uno de los conciertos más profundamente decepcionantes de los últimos años en tierras alavesas. Empecemos así, a bocajarro, sin rodeos, y, toda vez que metabolizarlo será complicado, tratemos de explicarlo de la manera más objetiva y equilibrada posible, con la dificultad que conlleva algo tan movido por las pasiones y las vibraciones personales de cada uno como es la música. No resulta descabellado afirmar que esta dama, con la inalcanzable Lucinda Williams ya en una fase crepuscular de carrera, es la solista femenina más interesante del momento, al menos en lo que concierne al sonido clásico de raíces. Tampoco se escapa que, pese a su impecable defensa del country más tradicional en los primeros pasos de su discografía, el salto diferencial lo dio con esos dos apabullantes tratados de rock americano inflamado y poliédrico, preñados de matices e influencias desde Led Zeppelin a Fletwood Mac, llamados That’s How Rumors Get Started (20) y Strays (23).

No existía un recinto más propicio para defenderlos que este festival, además, por razones obvias. Pues bien, la estadounidense los arrinconó por completo, y centró su repertorio en sus primeras obras de country al uso, tan respetables como genéricas y, a diferencia de su legado de esta década, en absoluto diferenciales. Presentó nuevos temas que volverán a ir por los mismos derroteros, además. La noche cerrada y el entorno, así como el deslucido volumen, tampoco acompañaron en absoluto a una propuesta de estas características. Dolió, porque el concierto, siendo justos, fue bastante correcto, los músicos hicieron un trabajo solvente y ella posee una gran imagen y mucho carisma. Con todo, hubo momentos certeros, como “Don’t Wake Up”, y en cierta forma se agradecen estos alardes de personalidad y huidas de la complacencia, pero el desaprovechamiento de recursos fue tan obvio como desconcertante. El cierre con una versión de “Mercedes Benz” de Janis Joplin, ejecutada por Price con una simple guitarra en soledad, demostró la soberbia magnitud de esta artista, y que ojalá podamos ver pronto en todo su esplendor.

Pedro Rubio

Manic Street Preachers

En mitad de un diluvio intenso comenzó el concierto del que estaba llamado a ser cabeza de cartel del sábado, Manic Street Preachers. Es probable que los británicos adolezcan de cierta inercia en estudio que nos haya hecho ignorar sus lanzamientos recientes, o, al menos, de no haberlos prestado la merecida atención desde hace un tiempo. Pareciera que poco hacen, pero ha sido precisamente el reenganche con su último largo de cara al show, Critical Thinking (25), lo que me ha llevado a considerarle una muy digna colección de canciones. La banda no especuló y comenzó con su clásico “Motorcycle Emptiness” haciendo partícipe en numerosas partes al público en cuanto a apoyo vocal. Fue dese ese primer momento algo palmario que un sonido sólido y una actitud enchufada y convincente vertebrarían un concierto notable, donde temas nuevos tan buenos como “Hiding in plain sight”, para servidor tiene vitola de nuevo clásico, se entremezclarían acertadamente con clásicos de la talla de su celebérrimo “A Design for Life” o vitaminados latigazos primerizos como “You love us”.

Incluso los temas de su sobreproducidísimo This Is My Truth Tell Me Yours (98) sonaron orgánicos y adaptados a una puesta en escena sudorosa y palpable, especialmente “The everlasting” que comenzó  James Dean Bradfield en solitario aportando una pátina acústica para terminar incluyendo a toda la banda en su crescendo final. Fue tan apropiado como conmovedor terminar su actuación con la casi siempre oportuna, por desgracia para este nuestro errático mundo, “If You Tolerate This Your Children Will Be Next”.  Examen pasado con nota y legitimidad reforzada.

Raúl del Olmo

Hellacopters

Resulta llamativo cómo dos bandas como Turbonegro y Hellacopters, adalides del rock escandinavo, compañeras de generación y teóricamente afines en espíritu, maneras e influencias, cuajaran dos conciertos tan diferentes en este festival y, vistas en perspectiva, sean en realidad bandas tan distintas, casi antagónicas. Toda la lascivia e irregularidad de Turbonegro es pulcritud y fiabilidad con los creadores de Payin’ The Dues (97). Si los noruegos destacan por sus puntuales himnos colosales concentrados en dos o tres discos, los suecos brillan en el largo recorrido, sin pasos en falso, y siempre capitaneados por el infalible Nicke Andersson. Así las cosas, y cerrando esta edición del Azkena, los Hellacopters se descolgaron con uno de los conciertos de hard rock más atronadores del año, intachable en su ejecución, sin fisuras ni pérdidas de fuelle en ningún momento, y con un nivel interpretativo de los músicos fuera de lo común. Son una gran banda, siempre lo han sido, pero es que sobre el escenario parecieron si cabe mejores de lo que son, más extraordinarios aún.

Mención especial para LG Valeta, guitarrista de ’77 y recambio del ausente Dregen.  Parecía imposible igualar el magnetismo y empuje de este último, pero el barcelonés lo ha logrado con creces, y por momentos robó la actuación, con su efervescencia y facultades. No faltaron los trallazos habituales (“Toys And Flavors”, “By The Grace Of God”, una descomunal “Soulseller”, una muy reciente “Eyes Of Oblivion” que ya suena a clásico…), pero a todos los asistentes nos cayó del cielo la típica actuación tocada por la gracia, donde poco importa lo que toquen, todo te conducía al movimiento, al éxtasis y a las ganas de, terminado este recital, invadir las carpas de la zona Trashville para decir adiós a otro indispensable Azkena.

Pedro Rubio

Fotos Azkena Rock Festival 2025: Óscar L. Tejeda y Jordi Vidal (Azkena Rock Festival)

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