Biznaga – Ambigú de la Axerquía (Córdoba) 21/04/22
Un relámpago en mitad de la noche; brillante, fugaz y contundente, así fue el paso de Biznaga por el Ambigú de la Axerquía. Sin teloneros ni efectismos, solo cuatro príncipes del punk con camisas blancas a juego, cuellos levantados, unas Martens y unos tirantes como complementos de gritos igual de desgarrados que la actitud sobre el escenario.
El público cordobés es caprichoso. No siempre responde como se espera a los programas culturales alejados de las fiestas populares, ni está atento a lo que se fragua en otros circuitos. La propia banda reconocía antes del concierto que esta capital no es un destino memorable entre grupos alternativos acostumbrados al sold out. Suerte que el Ambigú continúa con sus esfuerzos por remediarlo y suerte que a los Biznaga no se les caen los anillos cuando tocan para públicos más reducidos. Aunque el vocalista y guitarra, Álvaro García, anunció que le había dado un calambre en mitad de uno de los temas. “Será la electricidad de Córdoba”, declaró antes de dedicarle la canción que reza «una ciudad tan buena… para morir como otra cualquiera».
El carisma del frontman, o su corte de pelo mullet, sedujo a las primeras filas. Las melodías pegadizas y los ritmos frenéticos se ganaron a toda la sala. Un sonido compacto que funciona incluso mejor en directo. Es el resultado de cuatro discos y varios años recorriendo salas, festivales y espacios autogestionados que, lejos de restarles innovación a su puesta en escena, impone a los cuatro músicos un aura de frescura más típica de debutantes. “Da gusto ver a gente joven en los conciertos”, añadía el cantante, observador respecto a una mayoría de asistentes muy por encima de los treinta. La cultura en estos tiempos es convulsa. El presente que afrontan el punk y el rock apunta más a cuestiones estéticas que de carácter contestatario.
Las letras de Jorge Navarro, también bajista, pasean entre la reflexión intelectual, la queja juvenil y el alarido existencialista, lo que provoca cierto desahogo al escuchar las canciones de Biznaga, pero también cierta euforia, como un sentimiento de mal de muchos, consuelo de tontos, pero llevado a un extremo nihilista, cargado de hedonismo. Porque existen muchos motivos por los que acudir a un concierto, pero en todos hay algo de soledad y de intención de conectar con los otros.
Para entenderlo hacen falta ganas de asimilar al público, cierto compromiso, una entrega impulsada por el ego del artista pero sin dejar que este se interponga. Virtudes que lucen en estos cuatro chicos bonitos de Radio 3. Así, pusieron toda su energía en «Contra mi generación», «Madrid nos pertenece», «Domingo especialmente triste» o «Espíritu del 92», temas de su último disco, «Bremen no existe», que les ha llevado a sumergirse en esta nueva gira. Un título que alude al cuento «Los músicos de Bremen», de los hermanos Grimm y, estéticamente, a los dibujos animados de los 90 «Los Trotamúsicos». Cuatro animales ilustrados que, lejos de parecer adorables, tienen la ropa desgarrada, los ojos caídos, de tanto salir a beber y fumar. Cuatro personajes perdidos que tratan de recuperar su inocencia en el camino hacia Bremen, que nunca resulta en destino.
También hubo momentos para temas anteriores, como «2k20″, o «Adalides de la nada», pertenecientes al álbum Gran Pantalla, en el que el peso de los males espirituales recaía sobre la era tecnológica.
«Vine al mundo con una granada, ante todo no me quiero aburrir, sin conflicto la vida no es nada»… Cantaron a la noche cordobesa, con los golpes ininterrumpidos de batería de Jorge Ballarín y los rasgueos de Pablo Garnelo a la guitarra. Luego una despedida sobria, sin bises ni nada. Expertos en dejar el mismo vacío al que cantan. Sin que queden certezas o satisfacción. Solo sudor en la piel, una camiseta y un disco del stand del merchandising bajo el brazo y la esperanza de volver a ver a Biznaga en directo, en una ciudad que solo los acoge como relámpago. Ojalá hayan sembrado para provocar, en la misma sala, un incendio.