Crónica Arenal Sound domingo
Fotos: Raisa McCartney
Pues la cosa llegaba a su fin. Cada mochuelo volverá a su olivo, las empresas de limpieza harán su agosto en el recinto (nunca mejor dicho), los políticos se harán la fotito correspondiente y dirán que gracias a ellos el festival se ha podido celebrar con éxito y la organización dormirá tranquila creyéndose su propia película sobre el cartelazo que ha conseguido reunir este año. Entre las altas esferas del Arenal Sound se confunde el tirar de contactos con el trabajo concienzudo. Nada salvará la séptima edición del evento de esa atmósfera de improvisación y apresuramiento que hemos vivido, como si hasta el último momento y solo cuando todos los permisos estaban en regla no se hubieran tomado las decisiones correspondientes. Pero hablaremos de ello más abajo, solo después de resumir lo que a todos debería importarnos más: la música. Justo lo que más se obvia en estos casos.
El último concierto al sol que presenciaríamos este año sería el de los sevillanos Full, una banda muy digna que no sabemos muy bien por qué no ha promocionado aún a los puestos de ascenso en la anodina categoría del pop independiente actual en España. Tienen grandes cualidades, como la energía y poder melódico de sus canciones, y un tercer álbum bastante lustroso, del que suelen usar como principal atractivo el tema que lo titula, un fantástico “Tercera guerra mundial”, pero tal vez tengan en contra el regusto a Vetusta Morla en algunos pasajes y la voz de su cantante, algo que no juega en su favor paradójicamente. Un buen directo, en cualquier caso, y la –de momento- gran esperanza para dar la alternativa a los grandes nombres que pueblan hasta la saturación los carteles de tantos y tantos festivales veraniegos.
Cada vez que escucho una canción de Izal me asalta la gran pregunta: ¿Por qué extraña razón a Mikel se le ocurrió un buen día dejar los bares en los que tocaba con su guitarra y formar una banda con pretensiones? Aunque escuchando las letras y algunos títulos de sus canciones habría que tacharlo incluso de pretencioso (escucho otra vez “Los seres que me llenan” y alucino aún más con su éxito). Él y sus amiguitos siguen a lo suyo, enlazando festival tras festival y concierto tras concierto con una perfección perniciosa, una falsa emotividad en sus discursos entre canciones, repetidos día tras día, y una sensación de innecesaria pulcritud, como si te estuvieran contando un cuento con un bonito comienzo y un mejor final pero sin historia de por medio. El vacío, para que nos entendamos. Presentan el descorazonador Copacabana con gestos de poderío y complicidad, animados por miles de brazos al viento, sin ser conscientes de lo fríos que nos dejan a otra parte del público. “Pequeña gran revolución”, “Agujeros de gusano”, “La mujer de verde”… Nada, ni pizca de emoción. Aún no sé si lo suyo es talento para llenar ese hueco invisible entre el folk y el indie que aún quedaba en el pop hispano o pura cuestión de suerte. A veces no gana el más gracioso, sino el que más cae en gracia. El primer gran concierto del día (en asistencia, de lo musical se podría debatir todavía durante unas cuantas líneas).
Un show ciertamente diferente, sobre todo por la estética, fue el que ofreció el bienintencionado Carlos Sadness más conocido como el rey del ukelele. Cada vez más a gusto en su nuevo traje musical, tras los inicios como rapero aventajado, recorre los surcos de su recomendable trabajo La Idea Salvaje a lomos de una buena banda, algo uniforme en su sonido pero segura de sus poderes. Ejerce de gran maestro de ceremonias uniformando a sus compañeros con túnica flower-power y maquillaje de guerra y tocando el himno “Qué electricidad”, sin duda una de las piezas más destacadas de su repertorio. No por menos escuchados, “Perseide” y una resultona “Miss Honolulu” resultan menos agradables en directo. Puede que hablemos de uno de los grandes tapados del festival y, la verdad sea dicha, lo que hace tampoco es para tanto más allá de la originalidad escénica, pero la evolución que ha demostrado en su forma de entender la música lo convierte en uno de los nombres más interesantes de cara a futuras ediciones. Porque sí, él también llevaba ya tres años consecutivos visitando Burriana. Por novedades, que no se diga.
Con la máxima expectación posible y para rematar como dios manda lo que empezaron el año pasado unos kilómetros más abajo, como ellos mismos expresaron con el mismo salvajismo de siempre, a una hora crítica para dilatar la bisagra que abre la puerta a la madrugada se presentaron las teóricas estrellas del cierre, djs aparte, of course. The Hives son una auténtica apisonadora de ritmos y una máquina perfectamente engrasada de rock garagero e inspirado en las grandes bandas de los setenta. Un espectáculo bicolor –siguen saliendo a escena con sus inmaculados trajes en blanco y negro- y unos argumentos abrumadores encabezados por la ya mítica “Come on!”. No necesitan excusa para levantar el ánimo a los que ya andábamos ciertamente perjudicados por el hambre y el cansancio. Sin tregua ni asomo de deceleración, los incisivos riffs de “Walk idiot walk” o “Won’t be long” abruman al más pasota de los asistentes, y eso, para bien o para mal, los convierte en plato imprescindible, ahora sí, para motivar a propios y extraños. El interrogante vuelve a surgir: ¿Eran los suecos los verdaderos jefes? Muy probablemente.
Los que también lo fueron de nuevo, ya hemos perdido la cuenta de por cuántas veces seguidas, fueron los (ejem… ¿músicos?) de La Pegatina. O La Gran Pegatina, que lo mismo da, ya que parece ser que el grupo que acudió a la cita festivalera es como una especie de ensanche surgido del núcleo original. Como nos da lo mismo porque el resultado es exactamente igual y para ver una pachanga más ya tenemos las respectivas ferias de nuestras barriadas, solo habría que concederles el repetido honor de mantener los números y los litros de alcohol y otras sustancias al mismo nivel que años anteriores. Y claro, para que la cosa no decaiga había que invitarlos de nuevo y además darles la posibilidad, porque prácticamente se sienten como en casa, de grabar un disco en directo para fumárselo (perdón, quería decir para disfrutarlo) luego con calma y recordar que al Arenal Sound, como a tantos otros sitios, se viene a esto. Lo más destacado que intentaron hacer fue una especie de intro del “What you know” de Two Door Cinema Club a su imagen y semejanza, claro está, y llenar de colorido la noche jaleando la consabida consigna de “Esta noche no duermo” y otras por el estilo. Baila mi rumba tarumba, y mal rayo parta a quien no la baile… A estas alturas de la noche deberían pensar (nosotros al menos así lo hacíamos) aquello de “pero qué público más tonto tengo” y tal. Menudo chollo el de estos señores.
A ver a Steve Aoki y esas cosas ya no llegamos, ni física ni intelectualmente. Y por si algún lector afectado porque le hemos tocado a sus queridos ídolos, con lo cual y como todo el mundo sabe no tenemos ni puñetera idea de música, piensa que criticar sin argumentar es nuestro ejercicio favorito, finalizo estas crónicas subjetivas y sinceras, como debe ser, haciendo balance y repartiendo alabanzas –pocas- y pullas –algunas más-.
A favor: La accesibilidad a los dos escenarios principales y la mejora notable del sonido en ambos, un problema en principio solventado con el traslado. Las facilidades de transporte, con una línea regular de autobuses que dejaba al personal prácticamente en una de las puertas de entrada. La seguridad, con controles diarios dentro y fuera del recinto, incluso en los alrededores, con un amplio despliegue por carretera y en los accesos a la playa. La alternancia de conciertos entre escenarios, sin solapar ni un solo acorde.
En contra: La enorme distancia -más de media hora a pie- entre los dos escenarios situados en la playa y los dos principales, lo que hacía necesario el recurrir a los autobuses si querías ver alguno de los conciertos celebrados junto al mar. Un engorro para nosotros, sin duda, de ahí que no pudiésemos cubrir todo lo que nos hubiera gustado. La escasa preparación de los encargados de prensa, incapaces de informar sobre limitaciones para fotógrafos, gestionar posibles entrevistas y en general ponerse de acuerdo entre ellos (damos fe de que cada uno nos decía una cosa diferente). La seguridad, de nuevo, cuyo exceso de celo y limitación lectora provocó cacheos y discusiones innecesarias con quienes lucíamos la acreditación correspondiente y fuimos tratados con el mismo recelo y desprecio que quienes realmente lo merecían. El despiste generalizado del staff. El cartel, repetitivo y poco arriesgado.
Hasta siempre o hasta nunca, Arenal Sound. De vosotros depende. Y gracias a todos los que han seguido leyendo hasta aquí, les pedimos perdón por dar tanto la brasa. Al final, se trata de informar, ¿verdad? Otra cosa son las opiniones coincidentes o no, y ahí me temo que nadie puede entrar.