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David Gilmour (Circo Massimo) Roma

A estas alturas nadie o casi nadie preveía una vuelta a la actividad músical de David Gilmour, guitarrista, cantante y compositor principal en varias etapas de la legendaria banda británica Pink Floyd. Sin embargo, diez años después del olvidable Endless River (2014), último álbum de la banda, y nueve después del prescindible Rattle That Lock (2015), su última referencia en solitario, Gilmour ha vuelto a la primera fila de la actualidad musical con un álbum más que digno, un Luck and strange (2024), editado hace escasas semanas que parece significar una especie de testamento musical velado, un disco con aroma claro a despedida, pero no a naftalina. Su lenguaje musical sigue siendo el mismo, primando los solos de guitarra y las ambientaciones atmosféricas sobre otros menesteres pero parece que la inspiración en este caso ha estado de su parte y temas como “The Piper´s call”, “Dark and velvet nights” o la que da título al disco se colocan desde ya entre lo mejor de su discografía en solitario.

Con una buena excusa para salir de nuevo y seguramente por última vez a la carretera, Gilmour ha planteado una serie espectáculos en vivo que, más que una gira como tal, se trata de un ciclo de conciertos que puede suponer la última oportunidad para quien quiera acercarse a rendirle pleitesía y disfrutar de un último baile con uno de los grandes maestros de las seis cuerdas de todos los tiempos. Así, Gilmour tiene planeado ofrecer seis conciertos en Roma, otros seis en Londres, cuatro en Los Angeles y cinco en Nueva York, todos ellos con cartel de “no hay billetes” colgado desde poco después de anunciarse las fechas. De este modo, la gran mayoría de los aficionados a su música además de rascarnos los bolsillos para conseguir una de sus no precisamente baratas entradas debemos desplazarnos a uno de estos cuatro emplazamientos. En mi caso personal, teniendo en cuenta que nunca había visto al virtuoso guitarrista y cantante en directo y por el contrario sí había disfrutado de su némesis Roger Waters hasta en tres ocasiones (con excelentes resultados en todas ellas), la ocasión se tornaba única para desplazarnos a Roma, previa llamada a Cofidis.

Así, con entusiasmo expectante y curiosidad malsana asistimos a la segunda de sus seis noches romanas. La ciudad eterna es una ciudad como pocas en el mundo para encontrar un recinto a la altura de tan especial ocasión y el lugar elegido para estas veladas fue el Circo Massimo, otrora recinto multiusos usado entre otras cosas para carreras de cuadrigas y actualmente foso empleado para su uso público y para eventos de este cariz. Un lugar precioso a la par de cómodo y bien comunicado, todo un acierto. Con puntualidad británica, Gilmour arrancó el show con un par de instrumentales (5 AM y Black cat) que sirvieron para ir calentando el ambiente y equilibrando los ecualizadores. La puesta en escena, correcta y sin alardes, consistente básicamente en una gran pantalla circular a las espaldas de la banda donde se fueron proyectando más imágenes grabadas que (por desgracia) primeros planos de la banda, ayudaba a generar esa atmósfera sugerente y ascendente que el concierto reclamaba. Tras ellas comenzó lo que a la postre sería el gran tramo del concierto, pero vayamos por partes. A lo largo de más de dos horas y media, con su pertinente descanso, el concierto se dividió en dos sets en los que apenas hubo interrupciones. En esta primera parte cayeron “Luck and strange”, la mejor canción de su último, “Breathe”, “Time” y “Wish you were here”, ellos clásicos imperecederos de la música popular que sonaron a gloria absoluta en sus manos y su garganta. Con un poco de guarnición de por medio (temas del resto de su carrea en solitario y algún rescate sorprendente como “Fat Old Sun”, del infravalorado Atom Heart Mother) cerró la primera parte con una preciosa revisión de “High Hopes”, tema que cerraba el denostado The división bell (1994). Hasta aquí un diez de concierto y la emoción por todo lo alto.

La segunda parte del show ya fue otra historia. No soy nadie para discutir las decisiones que tome una leyenda del rock como la que estoy reseñando, pero durante la segunda hora el concierto fue poco a poco transitando hacia una zona más cómoda para él, menos vibrante para su público y un tanto anodina para quien estaba allí como espectador imparcial. A excepción de la psicodélica y contundente primera parte de “Sorrow” y de una desnuda y emocionalmente explosiva versión de “The great gig in the sky”, donde se lució su hija Romany Gilmour a los coros (fue también voz solista en una acertada “The Piper´s call” y en “Between two points”, innecesaria versión de The Motgolfier Brothers) el resto del repertorio no consiguió mantener el entusiasmo que sí generó el primer tramo del concierto. Porque si un pero -y grande- hay que ponerle a Gilmour en esta ocasión es la elección del repertorio. Está muy bien presentar tu nuevo álbum en condiciones y por ahí no hubo queja, pero la representación del cancionero los míticos Pink Floyd merece una selección más acorde, no ya con lo que el público espera, sino con la calidad y perdurabilidad de las canciones. Gilmour no llenaría seis noches consecutivas el Circo Massimo por discos como The Division bell, del que sonaron hasta cuatro temas, sino por sus obras maestras de los 70, de los que solamente interpretó las canciones ya citadas.

Por suerte, aún quedaba tiempo para un breve pero intensísimo momento de redención con la mítica “Comfortably Numb” como bis, una excelsa y emocionante interpretación una de las cumbres de The Wall, la que es sin duda la mejor canción compuesta por el inglés, que nos dejó a todos con una sonrisa en los labios a la vez que con un nudo en la garganta. Quizá el mejor solo de guitarra de la música rock ejecutado de manera visceral en incluso reivindicativa por su legítimo dueño, que parecía querer decirnos que si le diera la gana también podría darse un baño de masas y ego como los que nos tiene acostumbrados su enemigo íntimo Waters pero que, por el motivo que sea, no quiso brindarnos. En cualquier caso, un gran show con un aroma a despedida y una deuda saldada por mi parte que adicionalmente me ha hecho escuchar algunos viejos discos que daba ya por amortizados y cuyas canciones escuchadas de nuevo no suenan tan malas como las recordaba. En el fondo parece que Gilmour tenía razón, aunque siga queriendo más al malo de Roger Waters.

Foto David Gilmour (Facebook del artista)

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