Conciertos

John Cale & Band – Sala Heineken (Madrid)

¿Quién conoce realmente a John Cale?, y que conste que no hablo de aquel joven que fue desterrado de la mítica The Velvet Underground; me refiero al talento desbordante que, tras esa experiencia musical, ha sembrado de perlas compositivas el universo de la música popular de las tres últimas décadas. Si eres de los afortunados que se dieron cuenta hace tiempo de lo que acabo de mencionar, enhorabuena, seguro que disfrutaste de la exhibición que el sexagenario músico galés dio en Madrid en su último concierto. Si no es así, lo siento, te tendrás que conformar con los comentarios que escuches por ahí, o por qué no, con crónicas como esta.

Los asiduos a Cale saben que hay algo que queda claro cuando presencias una de sus actuaciones en directo: este hombre es un músico de los de verdad, con mayúsculas. Su formación en música clásica siempre le ha permitido llevar al límite, con magníficos arreglos, las sencillas estructuras del pop y el rock.

Y que mejor forma de demostrarlo que iniciando su concierto con el himno folk “Venus in Furs”, del magnífico The Velvet Underground and Nico. Cale agarró su viola para presentarse ante el público madrileño y poner las cosas claras desde el principio. Ya no había en la sala nadie que se pudiera librar del poderoso influjo de su música.

Después llegó la contundencia experimental de su último álbum, Black Acetate, 2005. Un brillante trabajo plagado de un rock armado con patrones rítmicos machacones, cuyos temas fueron ejecutados con gran calidad por el propio artista y los tres músicos que le acompañaban (guitarra solista, bajo y batería). Ese fue, sin duda, el robusto andamio sobre el que el inspirado John edificó sus dos horas de actuación en Madrid.

Cale, que oficiaba de director de orquesta en la primera línea del escenario, parecía tener conectados con un cable aquellos tres jóvenes músicos. Cada uno de ellos, mientras tocaba su instrumento, no dejaba de observar al maestro pendiente de cualquier indicación. Un ejemplo claro fue la exquisita unión electrónica del final de “Hush” y el inicio de “Outta the Bag”, ambas canciones recientes. Tras una mirada a sus chicos, el galés dejó el piano para coger la guitarra y así fundir las dos composiciones en una.

Tras este alarde de compenetración, el veterano músico dio paso de nuevo al “terciopelo”. Con el clásico “Femme Fatale” mayores, jóvenes y niños pudieron mirar de nuevo hacía atrás, y contrastar la coherencia con la que este músico se ha movido a lo largo de todos estos años en sus creaciones. Los delicados acordes tocados al piano, y los dulces coros que dan forma a esta canción hicieron que muchos se sintieran cerca de aquel garito neoyorquino en el que Andy Warhol descubrió a la “Velvet”.

Pero fue después de haber escuchado diez u once temas cuando la noche alcanzó su momento álgido. Los músicos ya habían hecho lo fundamental: crear la atmósfera idónea sobre la que soltar sus interpretaciones más delirantes y experimentales. Ritmos que se hacían pedazos, armonías construidas fuera de tono, y los gritos con los que el maestro recitaba sus letras se concretaban en un sonido brutal.

Estos fueron los momentos en los que Cale se encontró más a gusto; parecía disfrutar estirando las canciones, deformando las armonías y subiendo en cada compás la intensidad de una interpretación que llegó a sobrecoger a muchos. De hecho, a la conclusión de alguno de los temas los aplausos tardaron en romper el silencio porque la gente no sabía muy bien que hacer.
Pero como el artista no quería que nadie se fuera atormentado a casa, se colgó la guitarra acústica e hizo algunos temas menos dramáticos, que ayudaron a más de uno a digerir lo que acababa de acontecer: un concierto de dos horas tan redondo, que no hubo nadie que tuviera el arrojo de pedir más. Satisfecho él, satisfechos todos.

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