Leonard Cohen – Palacio de Los Deportes (Madrid)
A uno le tiemblan un poco las piernas al dirigirse a presenciar un concierto de nada más y nada menos que Leonard Cohen. Prácticamente puede considerarse que esta oportunidad histórica ni siquiera nos la merecemos, pobres pecadores que somos, pretendiendo amar la música cuando ni siquiera hemos tenido la decencia de vivir en los años sesenta. Y dicho sea sin mitomanías: si una cosa hemos aprendido de los regresos a los escenarios de los grandes dinosaurios del rock es que son prácticamente una decepción garantizada (véase Sex Pistols, The Who, etc…). Pero Leonard, el más grande de los más grandes, supera en esta gira mundial cualquier expectativa que uno pueda arrastrar hasta el estadio. A sus setenta y cinco años (¡¡75!!), el cantautor, poeta y mito canadiense ofreció al extasiado público madrileño nada menos que tres horas y media de concierto en los que repasó su repertorio con una elegancia que quitaba el hipo.
Cohen se apoya en una banda algo melosa y quizá con demasiada tendencia a sonar como un grupo de cincuentones fans de Dire Straits, y cuyas interpretaciones contagiaban a casi todos los temas, incluso a los más sentidos y viscerales como “Chelsea hotel” o “Famous blue raincoat”, del sonido jazz más genérico y homogéneo de Dear Heather o de Ten New Songs. Asimismo, la entonación y la manera de cantar de Leonard Cohen también han sufrido algo con los años, y su actual estilo, más recitado que cantado, también nos remite a esos discos editados durante su vejez.
No obstante estas críticas las hago con vergüenza: el concierto fue tan insuperable, tan históricamente gigantesco que osar decir algo negativo parece una monumental estupidez. La figura de Cohen sobre un escenario es la de un exquisito crooner, un elegantísimo poeta de una sensibilidad y una capacidad comunicativa que ya pertenecen a otra época. Comenzando con “Dance me to the end of the love”, fue regalando al respetable sus mejores temas de todos los tiempos; desde “Bird on a wire” hasta “Everybody knows”, desde “Suzanne” hasta “Hallelujah”. Y con más de doscientos minutos de concierto, hubo tiempo de sobra de meterse en temas con menos horas de radio pero muy queridos por sus fans, como “The gypsy wife”, “The partisan” o una espectacular versión de la inestimable “Who by fire”.
Muy a destacar la exquisita guitarra del barcelonés Xavier Mas, que acompaña con un acierto muy español las canciones más antiguas y melancólicas del repertorio de Cohen. No obstante, la mayoría del concierto se basó en los discos a los que el cantautor canadiense parece sentirse más cercano ahora mismo, The Future y I’m your man (repasado casi en su totalidad).
Sobre el escenario, Cohen es una figura de una simpatía y una humanidad gigantescas, y que desde el primer minuto seduce por completo a su público. Transmite la sensación de que el público ha ido a ver al artista casi tanto como el artista ha ido a ver a su público, a comunicar con él, a regalarle la mejor actuación posible. En palabras del propio Leonard, “no sé cuándo volveremos a pasar por aquí, así que vamos a daros todo lo que tenemos”. Y así, una simple sonrisa de Cohen ponía en pie a un público emocionado hasta la lagrimilla. Sus brincos juveniles, sus versos cantados de rodillas sobre el escenario, cualquier mínimo gesto transmitía la profunda pasión y el respeto que siente por su público el cantautor canadiense.
Motivos para emocionarse había de sobra, y es que es prácticamente seguro que Leonard Cohen no volverá a realizar giras nunca más. De hecho los motivos por los que se ha vuelto a subir a un escenario son realmente lamentables: se encontraba en la más completa bancarrota tras haber sido estafado por su ex-agente y ex-amante. Una auténtica desgracia, desde luego, que no obstante nos ha dado la histórica oportunidad de verle en concierto. Por cierto, si alguien piensa que está realizando esta gira por dinero y sin echarle ganas se equivoca: la está haciendo por dinero, pero una vez se sube al escenario pone toda el alma.
Y es que si alguien es consciente de que esta gira puede ser su despedida, su testamento, es el propio Cohen, que se despidió del público con un sentidísimo discurso agradeciéndole que mantenga viva su música. La verdad es que había para romper a llorar como una niña de seis años, ya que sin la inconmensurable figura de Leonard Cohen, al que hacia el final del concierto queríamos como si fuera nuestro propio abuelito, el mundo será un lugar muchísimo peor. Hasta entonces, Leonard, larga vida, y gracias por la música.