Llum lanza Los Años Líquidos, un vibrante segundo LP
A la vista de los siete años que separan Los Años Líquidos de Limelight (Jabalina, 2012), el disco con el que Jesús Sáez iniciaba una andadura en solitario al margen de otros proyectos (Polar, The Standby Connection), uno podría pensar que ha habido algún tipo de imposibilidad o desgana a la hora de dar continuidad a esa faceta, pero nada de eso: la música siempre ha estado presente en la vida de este entusiasta, que además de no abandonar sus otros proyectos no es cierto que se mantuviera quieto en su proyecto más personal. Un cuento para niños en forma de libro-disco escrito y cantado en su lengua y titulado Marieta Ganduleta es, quizás, el germen de todo esto que hoy nos ocupa.
El disco que acompañaba al libro que con mucho cariño urdieron él y su mujer (Eva González) -como algo didáctico dado que ambos son profesores- junto al genial ilustrador Luis Demano, fue grabado en los estudios Río Bravo, en compañía de gran parte de los que intervienen en este Los Años Líquidos, nuevo capítulo en esta historia que no dista demasiado musicalmente de las canciones que acompañaban a aquél cuento infantil. Y es que Sáez es un entusiasta redomado de todo lo que tenga que ver con el pop. En su voz hay inocencia, con unos tonos graves que le asemejan a un gigante bueno, y las tonalidades que pueblan sus canciones, siempre oscilando entre el soul blanco, los sonidos soleados de los sesenta y todo el indie pop que pueda rastrearse desde 1985 a 1995, destilan siempre un candor, tal alegría de estar ahí para nosotros, que se hace imposible no querer abrazar a quien las canta.
El porqué la génesis de estas ocho canciones que conforman Los Años Líquidos está íntimamente ligada a aquél cuento tiene su explicación en que lo que empezó siendo el proyecto de un músico que se hacía rodear de buenos amigos para llevar a cabo lo que tenía en la cabeza, se fue convirtiendo en una banda, engrasada a base de las muchas actuaciones que trajo el éxito de Marieta. Sus compañeros Pau Aracil, Pablo González, Ernest Aparici y Toni Blanes, además de formar parte de proyectos tan relevantes como Artur Caravan o Las Víctimas Civiles, ahora son tan Llum como el propio Jesús, aunque se trate de interpretar las canciones de éste.
Son canciones que buscan la cotidianidad, que cuentan historias sencillas y cercanas, como en “Perdedores”, el primero de los cuatro singles en que se ha disgregado la presentación del disco hasta completar el puzzle, el cual también abre esta jolgoriosa tonada a golpe de soul-pop, entre Dexys Midnight Runners y Family, que nos hace aceptar a todos nuestra condición de fuckin’ losers con una sonrisa en los labios y haciendo conga.
Algo parecido pasa con “El centro de atención”, “Las noches” o “Nada más”, que emprenden con éxito la difícil proeza de transformar las inseguridades de un cuarentón en puro joie de vivre. Y es, además, realmente bonito ir rastreando el heterodoxo reguero de influencias que todo un melómano como Jesús es capaz de distribuir con total desinhibición a lo largo de estas canciones paridas con tanto mimo, al abrigo, dicho sea de paso, de la atenta mirada y colaboración de dos monstruos como Cayo Bellvesser y Txema Fuertes, antaño en Ciudadano, Maderita o Josh Rouse y propietarios del estudio Río Bravo, a la par que productores. Así, por el camino uno se encuentra a Jackie Wilson, The Go-Betweens, Marcos Valle, The Jazz Butcher, The Association, Orange Juice, Zebra Hunt o al mismísimo Nick Cave, pero todo ello tan bien sazonado que casi no se notan los espectaculares brincos que su autor va dando entre una cosa y otra.
Ese mimo se hace notar también en algunas de las texturas a las que acceden las canciones más -si así pueden calificarse- oscuras del disco: tanto “A veces ciclón” como “Extraordinaria” maridan al Edwyn Collins de los noventa con efluvios de trip hop, tropicalismo y algo de Philly Soul, a base de guitarrazos y sutiles secciones rítmicas que generan esa atmósfera lo suficientemente opresiva como para servir de contraste con la luminosidad del resto, algo que la final “El tiempo se nos acabó” se ocupa de puentear de manera especialmente brillante con una de esas composiciones de aires clásicos y perfectamente ensambladas, tras cuya sencillez se deja vislumbrar esa sapiencia que sólo tienen los músicos que llevan tanto a la espalda como el valenciano.
Por encima de todas ellas no podemos pasar por alto el necesario hit que todo disco de espíritu eminentemente pop debe tener. “Pecata minuta” es esa diana inmediata, inteligente y directa al corazoncito que encandila lo necesario como para que pasemos a escuchar el resto de las canciones a que acompaña. El mazazo cariñoso en la cabeza nos lo da la rutilante sección de viento (completada, además de por Aparici, por los igualmente ilustres Hugo Mas y Levi Corrales, que junto al violín de Sandra Ferrer y la sierra de Marc Ribera completan la dilatada agenda de colaboraciones), que le agarra a un@ por las solapas y le grita muy convincentemente “escucha!”, mientras da paso a una canción sencillamente perfecta que por si fuera poco guarda una sorpresa final a modo de imposible fanfarria psicodélica.
Y es que Llum lo ha hecho como ha querido, Llum se ha dejado ir, arrastrar por un corazón que ama la música sobre todas las cosas, por encima de modas, tendencias o sesudos análisis de mercado. No quiere llamar la atención, es consciente de que el momento de lo que él hace pasó, pero quiere hacerlo bien de todas formas, como si fuera la última vez. Su particular mensaje de amor a la música se cifra así en ocho pequeñas maravillas que juntas conforman un encantador retrato del momento en que se encuentra él y cualquiera que las escuche, puesto que su capacidad de comunicación es tal que cualquiera puede identificarse con ellas.
El disco aparece hoy en plataformas digitales y dentro de pocos días en cuidada edición vinílica que, para no desentonar con lo esmerado que está el resto, es una de esas guindas que redondean un acabado perfecto: la artista gráfica Virginia Llorente ha ideado una doble portada (gatefold, como dicen los entendidos) que juega con el 3D e incluye, por supuesto, las gafas necesarias para su apreciación en lo que deviene un sentido tributo hacia el formato físico. Algo románticamente caduco en tiempos de streaming que debe agradecerse enormemente a quien tiene la valentía de acometerlo. Y qué mejor agradecimiento que hacerse con él, así que no lo dejen escapar. Aquí hay corazón. Enorme.
Llum en redes sociales:
(la foto de Llum es obra de Juan Limousine & Escuela Revelarte)