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Nacho Vegas y su zurrón de victorias y derrotas.

Analizamos la trayectoria del asturiano con las sustancias prohibidas a través de sus canciones

“Necesito salir con gente que no beba demasiado o que no se drogue demasiado… pero es que no tengo amigos así”. (Nacho Vegasen Rolling Stone, enero 2011).

Hace un par de años que Nacho Vegas decidió apartarse providencialmente de las drogas, especialmente de la heroína. No hacía falta conocer muy íntimamente a Nacho para darse cuenta de que seguía con peligrosa fidelidad el viejo manual del músico con inclinación excesiva por todo lo que no debe. Hasta hace poco, su universo lírico giraba alrededor de sus excesos sentimentales, pero también de los físicos; el (des)amor, las drogas y la bebida son tres variables que se cruzan insistentemente en la privilegiada discografía del músico de Gijón.

“Hoy he tomado drogas que me hacen hablar” (“En la ardiente oscuridad”, Canciones Desde Palacio, 2003)

En 2001, en su fantástico primer disco con Limbo Starr (Actos Inexplicables), ya convivían confesiones (“bien, otra noche más detrás de la carne y la medicina”, decía en “Sitios distintos”) y promesas del día después (“oh, nunca más. No hasta la próxima vez”, en “Blanca”) más o menos evidentes al respecto. En Actos Inexplicables también se podía adivinar esa clase de compañías a las que posiblemente Nacho hacía referencia en la entrevista a Rolling Stone: las damas de “Miss Carrusel” (“volverás cuando estés limpia… tú querrás soñar, pero la más pura soledad no se cura con champán y cocaína”) y “Molinos y gigantes” (“ella adora la plata, si está quemada mucho mejor, se desayuna cada mañana con una bocanada a pulmón”), y el “otro más joven que fuma en la esquina y proclama que lleva ‘trallao’ desde los ocho años” de “Sitios distintos”, no son precisamente las compañías que aconsejaría una madre.

“Me fumo, plata a plata, la jodienda de vivir” (“Mark Spitz”, Cajas de Música Difíciles de Parar, 2003).

Pero es en Cajas de Música Difíciles de Parar, un doble disco construido a base de talento compositor, donde Nacho echa a caminar dejando un rastro de sombras que, ocho años después, podemos seguir para llegar al comienzo de todo. Mientras en la épica “En la sed mortal” lleva ya “una copa de más” y en “Historia de un perdedor” bebió y bebió “whisky irlandés hasta casi desfallecer”, en “En el jardín de la duermevela” él, que ya no es él cuando ella entra en su sangre y le pone a morir, explica extasiado cómo “cada nervio se estremece en erección al sentir su dulce aliento” en su garganta.

Cajas de Música Difíciles de Parar es, por momentos, un festival de opiáceos y alcohol cuya explosiva combinación radica en la insoportable soledad de lo más profundo de uno mismo. “N.V. por la paz mundial” (“no hay droga capaz de acabar con esta obsesión… no hay droga capaz de matar todo este dolor”) y “Mark Spitz” (“anochezco y vuelvo a descansar en una nube gris fumando sobre plata el terror que da vivir… quise ahogar mis penas, pero ellas nadaban en alcohol como Mark Spitz”) dejan claro que dentro de Nacho se libra una batalla dolorosa.

“No hice más que vagar por un tiempo. Traté de limitarme al alcohol” (“Perdimos el control”, Desaparezca Aquí, 2005).

Es 2005 y, después del derroche de Cajas de Música Difíciles de Parar, Nacho deja claro su estado de gracia con Desaparezca Aquí, su disco más redondo. Su talento compositor ya no sorprende a nadie, se encuentra en la cumbre de su carrera. En la evidente “Perdimos el control”, el asturiano se atreve con otros hipnóticos sedantes (“me agarró con fuerza de la mano, yo sonreí e ingerí otro Rohipnol”); el disco acaba con “La noche más larga del año”, y una extraordinaria sensación de liberación se apodera de todo mientras Nacho canta: ”sal, sangre, sal, sal de mi cuerpo. Sal y vuelve a entrar anegada en venenos”. Antes están las epitáficas “Nuevos planes, idénticas estrategias” (con Nacho en la cama de un sucio hospital, disparando como Kevin Ayers) y “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, donde desliza hacia el final que ha bebido “bien”.

“Y se revuelve aquí dentro, este inextirpable mal, esto que sólo el veneno parece saber calmar” (“El último baile”, Esto No Es Una Salida, 2005).

Después de Desaparezca Aquí, Nacho se da a las colaboraciones (primero con Bunbury, luego con Xel Pereda en Lucas 15 y, finalmente, con Christina Rosenvinge), por eso se retrasa hasta tres años su reaparición en solitario. En El Manifiesto Desastre se percibe cierto aroma a redención y purificación de los pecados; sólo él lo sabe, pero atendiendo a las letras uno puede llegar a la conclusión de que Nacho estaba ya decidido a firmar su divorcio con la mala vida. “El tercer día” y, sobre todo, “Crujidos” (donde nombra el Alprazolam, un ansiolítico recetado para la ansiedad generada por la abstinencia de alcohol) presentan al gijonés en un querer y no poder en el que, sin embargo, el querer parece tan sincero que todos olvidamos lo difícil del poder.

En un disco cuyo single llevaba por nombre “Dry Martini, S.A.” también encontramos otras referencias no tan optimistas al respecto de la relación de Nacho con las drogas. En la ‘dylanística’ “Detener el tiempo”, escribe sus canciones y se refugia en “unas veces, cosas puras y, otras, las drogas más duras”; mientras que en la maravillosa “Morir o matar”, el Nacho ficticio pone fin a una historia sentimental de una forma aterradoramente factible: mezclando “en una cuchara el polvo blanco y el marrón” desde una habitación de hotel.

“Salí con esta sensación de un nuevo comienzo para mí. Me tomé una copa o dos, brindé conmigo y por mí” (“Pesadilla genérica”, El Género Bobo, 2009).

En 2011 llega la continuación de El Manifiesto Desastre, con un ‘esperanzador’ EP de por medio (El Género Bobo, 2009). La Zona Sucia aparece de la mano de un nuevo Nacho Vegas, tanto por su independencia de la heroína, la metadona y los opiáceos en general, como por la aparición de Marxophone (sello que crea junto a Fernando Alfaro y Refree) y su salida de Limbo Starr.

Si la cronología de los hechos no nos falla, Nacho ha superado completamente su drogadicción cuando graba el disco y eso se nota en un ambiente y una lírica que esta vez es parca en la clase de referencias que poblaban otros discos. “Reloj sin manecillas” podría ser el estandarte del renovado espíritu del asturiano: “seré la esfera de un reloj que no tiene agujas” da a entender muchas cosas. Y, a pesar de que hay algún reflejo oscuro (“y ahora el único silencio es aquel que me procuran ciertas drogas”), Vegas se reconoce triste por los que justifican su existencia con la química.

“Al final te estaré esperando, allí donde acaba este trago amargo” (“(Al final) Te estaré esperando”, El Género Bobo, 2009).

Dice Nacho que, desde que dejó las drogas, le ha dado por beber. Beber mucho. Durante el día, cuando está solo. Recuerda escalofriantemente a lo que ya cantaba en 2003 en “La sed”: “saco mi bota de curtida piel y bebo un fuerte licor pensando que así voy a calmar la sed”. Ahora que por fin ha acabado con la pérfida enana marrón, esperamos que encuentre esos amigos que no le permitan beber demasiado; o que se pueda alejar lo suficiente como para añadir otra victoria a su zurrón de derrotas. Ya sabe que no puede seguir siempre siendo sólo viento.

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