Pony Bravo – El Loco Club (Valencia)
“Y ella me cuenta su paranoia durante más de una hora”, canta Daniel Alonso en la alucinógena “Noche de setas”. Algo parecido podríamos decir del concierto de Pony Bravo al regresar al calor del hogar: nos han contado una paranoia durante más de una hora (y media). Y todos hemos salido eufóricos, como tocados por la gloriosa mano del altísimo. El LSD ha corrido como una catarata. Pero tranquilos: éste no da positivo en los controles. Aunque engancha igual.
La intro de “La voz del hacha”, más larga de lo normal por los problemas que obligaron a cambiar el cable del micro de Daniel, fue el mejor preludio hipnótico para el psicotropismo posterior; la puesta en marcha, la apertura total de todos los sentidos para lo que se vendría a continuación: “El piloto automático”. Pero la verdadera introducción fue la proyección de una serie de películas mudas sobre el escenario mientras se iba llenando la sala; si bien, observarlas mientras sonaban Maccabees, The Sounds o Sr. Chinarro probablemente no creó el efecto deseado.
Una visita (allá por febrero) y un par de discos han sido suficientes para que Pony Bravo se haya granjeado un importante rebaño de fieles seguidores que acude diligente a sus llamadas; llenar una sala en Valencia un viernes lluvioso es algo que se puede poner en un curriculum orgullosamente. Es posible que, con apenas un lustro de vida, los sevillanos estén rozando su cúspide como banda en directo. Con Pablo Peña, Darío del Moral y Javier Rivera alternándose entre batería, guitarra y bajo constantemente, y con Daniel Alonso bailando, cantando y domando el teclado en un rincón, la formación se mueve con la hipnótica y cadenciosa facilidad con la que la serpiente se desliza entre la maleza del desierto.
Son una de las bandas con mejor directo del país, y anoche volvieron a dejar constancia de este privilegiado estatus luciéndose con “Fullero” (creo que por un instante alcancé el nirvana) o armando gigantes de titanio a partir de temas como “Super broker” (que dedicaron a Teddy Bautista, como viene siendo habitual), “China da miedo”, “Trinchera”, “El rayo” o “El guarda forestal”. Entre otros hitos.
Además del virtuosismo instrumental, Pony Bravo tiene la virtud de haber dado con la tecla que enciende a las masas; unas veces con auténticos himnos de una frase (“Noche de setas”, “China da miedo”), otras con salmos lisérgicos imposibles de ignorar (“La rave de Dios”) y otras veces simplemente poniendo el talento sobre la mesa (“Ninja de fuego”, adaptación del clásico flamenco “Niña de fuego”), consiguen provocar el trance de la gente, que se lanza a festejar como si no hubiera mañana. Público y banda celebraron la cita como la pareja que se encuentra en el andén tras semanas de abstención el uno del otro; ni siquiera el abuso de la máquina del humo consiguió romper la magia.
En esta ocasión, además, los sevillanos se atrevieron experimentando con grabaciones; en una de ellas, si el baño de MDMA espiritual no cegó mi raciocinio, apareció Raimundo Amador alentando a los jóvenes rockeros a seguir con la “guaracha” en una entrevista de Radio 3. Todo bastante demencial. También presentaron un tema nuevo: “Mi DNI”; medio rapeada, medio recitada por un eléctrico Pablo Peña con su ya clásica camisa de lunares, reproduce la chapa de uno de esos personajes patéticos paridos en la oscuridad de una sala de conciertos.
Pony Bravo tienen un directo incontestable. Lo despliegan con soltura, firmeza y poderío, induciendo al público a un estado de suspensión de los sentidos que, en estos días de tormentas (meteorológicas y existenciales), es un servicio muy apreciado. Olvidarse de todo durante un rato y viajar, montados en haces de luz, hacia el lugar en el que no hay Merkels, Sarkozys ni banqueros, y donde Moody’s es un garito en el que te inyectan la psicodelia en vena, no tiene precio. Eso sí, cuidado con las sobredosis; la de Pony Bravo es tan pura que más de uno puede salir rebotado.