Rocío Márquez y BRONQUIO (Festival Internacional de Verano de El Escorial) 26/08/22
Un perfecto prisma triangular, minimalista, se conforma como el acotado escenario en el que Rocío Márquez y BRONQUIO desplegarán su Tercer Cielo, una obra que va tomando tintes de convertirse en una nueva referencia en ese afán renovador del flamenco, sí, pero también de la electrónica. Reseñemos que esta pieza ha dejado de ser un disco para evolucionar a una pieza teatral, performativa, con posibilidad de ser maleada, que ahonda en la máxima expresión de los sonidos, del cuerpo y de la enorme versatilidad que otorga la iluminación en la representación que, desde varios mundos, acuerdan aterrizar ambos artistas para la ocasión.
Ese espacio, formado por dos enormes cortinas en cuyo ángulo yace una mesa escorada, casi básico en su composición, otorgará a su música un entorno casi onírico en el que se desarrolla el concepto que rodea a este álbum, un lugar de luces y sombras donde se irán desplegando durante hora y media desde el lamento más puro y humano a la celebración de las máquinas. El apagón inicial va dejando atrás las tinieblas con los primeros palos tratados por máquina, unas pregrabaciones en las que el eco y la reverberación tendrán un protagonismo especial, y no solo en esa apertura. La artista onubense aparece reptando, lamento que se desliza por el escenario de un auditorio a rebosar, y que pareciera que se dirige hacia esa muerte que se preconiza, aunque no haya hecho más que empezar a celebrar la vida.
Jugará Rocío Márquez con la expresividad de su cuerpo para demostrar que existe vida (“Paraíso. Cuántos cuerpos por venir”), que se traduce en sus movimientos, en un baile que, sin ser desenfrenado en lo físico, roza la explosión del sentimiento. El papel del color y de las formas se torna esencial en ese entorno tan sencillo. Cualquier detalle nos muestra algo, sea el manto amarillo que se torna en espacio de salvación o el repertorio de bailes poco ortodoxos que encajan a la perfección. Márquez, como autómata caminante, deja libre también ese espacio de comunión con BRONQUIO para que el sincretismo de los dos mundos pueda coexistir de esa manera.
Al productor se le ve entregado a la causa que le corresponde, justo en la medida de no eclipsar la expresividad vocal y corporal de su compañera en esta aventura, sabiendo y midiendo los tiempos como un director de orquesta contemporáneo, haciendo posible también que esa línea sonora principal construya a la perfección ese mundo creado por las luces que, en la oscuridad, van anunciando un primer cambio. El escenario se torna verde, marcando etapas a través del juego cromático en un escenario que comenzará a ser doble, delante y detrás, luces y cuerpos, sombras y almas que alternarán su paso por cantos de libertad (“Un ala rota – Garrotín”) o por aquelarres electrónicos y desenfreno de beats y luces (“El corte más limpio”).
Hace ya minutos que el desenfreno de la vida se ha hecho hueco, dando paso a los territorios vitales de celebración, amor y desamor (“Droga cara – Aguilando”), escenificados por una primera unión de ambos, metafórica de los dos mundos musicales que representan, antagónicos en teoría, unidos en la práctica (podría ser aquello que reza en “Mmmm – Bulerías”), cuando Rocío Márquez se sube a la mesa para posteriormente desaparecer. Es el flujo de la vida. Esa es de las primeras simbiosis visuales, de esa declaración de intenciones que prosigue con BRONQUIO cantando a las sombras que aceleran la expresión del cuerpo sin necesidad de más.
Las constantes entradas y salidas de la onubense incrementan la expectación entre el público variopinto que espera impacientemente la representación de cada apartado antes de que una nube, literal, envuelva de más misterio el recinto, ese mismo misterio que destila el cante puro, el que apuntala a Rocío Márquez como una artista que llena con cualquier palo y que tiene que expandirse en la experimentación.
El mundo se les queda pequeño y ambos confluyen construyen el papel que les ha tocado en entornos cada vez más reducidos. No importa subirse a la mesa, no importa que una joven de lamentos se funda en las cortinas con el espacio casi buscando ese sentido vital. No, no importa, porque, en el fondo, todo ese despliegue que hemos visto es el registro de un nuevo pasaje en la historia que, en teoría, es infinita.
Fotos Rocío Márquez y BRONQUIO: Álvaro de Benito
Espectáculo arriesgado, creo q más del gusto de los aficionados a la música electrónica q al flamenco, por la sencilla razón de q multitud de los efectos electrónicos no permiten disfrutar del magnífico cante de Rocío. Hay belleza visual en el montaje, con una estética minimalista pero potente. En conjunto interesante pero que no hace justicia a la voz de Rocío M., esperemos q en su experimentación la cantaora acabe encontrando una expresión más acertada.