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Tomoko Sauvage (La Casa Encendida) Madrid 20/07/24

Con media hora exacta de retraso sobre el horario establecido, el campanario de la terraza de La Casa Encendida parecía anunciar la toma de posesión de un escenario algo atípico por Tomoko Sauvage. Sobre el espacio se habían desplegado cuencos con micrófonos insertados, una mesa de mezclas y varios minúsculos espacios con los que la japonesa suele operar su propuesta experimental. Manos a la obra en su investigación radical de sonidos subacuáticos y ponderar los elementos físicos alrededor de los materiales, podríamos dudar de si lo que uno presencia es más cercano al arte performativo que a lo musical, aunque para eso pueden agarrarse al ars sonora todas las áreas intermedias en la experimentación.

La generación de sonidos por parte de Tomoko Sauvage se alterna con la modificación de los mismos, todo generado por ese incesante juego en el que predomina el impacto y el tratamiento de los cuencos, el agua y las bolas metálicas cuya fricción rebana cualquier límite. Eso sí, quizá distrajera el entorno elegido para la actuación, expuesto a vehículos, bar, puertas y móviles, abocados a veces a distorsionar la propuesta en aras de una invasión a veces no deseada, aunque, a veces, pareciera integrada.

Quizá por eso, la actuación de la japonesa pareciera transitar en una imaginada primera parte por un amplio espectro de sonidos referenciales de estilos tan aparentemente ligados como el noise, el drone o lo industrial producto de algo tan paradójicamente opuesto como los elementos orgánicos que se reproducen en cada acción. Lo hiriente como ruido pasa de sonido en sí mismo a reproducción de sonidos, materializando un bucle que sirve de textura para un sinfín de hirientes gemidos, llantos y gritos que no son más que el efecto físico puro y duro de la ampliación manipulada de su poco ortodoxo instrumental.

Su performance va incorporando pequeños elementos interiores, llegando a plantear los límites de dónde queda la pura experimentación en favor de una ceremonia propia de lo teatral, de ese verter agua para seguir la producción sonidos con un elemento ritual que avanza hacia resultados más propios del drone y que llegan a fusionarse de manera natural con lo orgánico, dando a entender que en la propia naturaleza existe el zumbido, la nota sostenida.

Quizá le falte el cuerpo de apoyo de los audiovisuales tan en boga en propuestas sonoras similares, pero Tomoko Sauvage prefiere que solo el sonido hable por ella. A veces parece fallar y crea interferencias mientras que va dando paso a una segunda parte algo diferenciada, más asequible quizá, y virando hacia el ambient, más orgánico, e incluso entrando en bucle para confeccionar una nueva base sobre la que vuelven a aparecer tímidamente lo agudo.

Experimentará en público con la química, ciencia ligada más allá de la nomenclatura escolar en ese comportamiento de la efervescencia, señalando empíricamente que el sonido que uno escucha dista mucho de ser del que es en verdad, como casi todo en una actuación que deambula, ya encarando el final, por la superposición en los elementos cíclicos y orgánicos de una sonora contaminación industrial.

Fotos Tomoko Sauvage: La Casa Encendida / Estudio Perplejo

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