Conciertos

ISAN – Centro Andaluz De Arte Contemporáneo (Sevilla)

Me imagino a Robin Saville y a Antony Ryan en su más tierna infancia, incluso yendo un poco más atrás, cuando yacían plácidamente en el liquido amniótico, y sus padres apuntaban los auriculares hacia sus barrigas, con las melodías alienígenas y extrañamente plácidas de Raymond Scott. Seguramente crecieron rodeados de imaginería fantacientífica, soñaban cada navidad con un nuevo robot, y miraban al cielo buscando que alguien, o algo, les guiñara el ojo, o les mandase señales sonoras que evidenciasen que sus teorías, aquellas con las que todos se reían, resultaban verdaderas. Seguramente, Ryan y Saville aún poseen restos de aquellos tiempos en los que el tiempo parecía detenerse y todo parecía gigantesco, a tenor de lo escuchado la pasada noche de jueves en el segundo día del Nocturama.

Sobre las diez y media, ISAN comenzaron tímida y ambientalmente a contarnos su infantil historia, acompañados de un manto de imagenes repletas de nubes esponjosas y vistas aereas de interminables desiertos, para ir poco a poco incrementando los beats, en ocasiones acercandose al break y en otras a las cadencias de un trip hop optimista. Cada uno de ellos, aparte del laptop, manejaba sendos sintetizadores analógicos que iban acariciando en ocasiones, con líneas melódicas de no más de cinco notas. Este minimalismo melódico, lejos de sumir en el tedio al menos acostumbrado a este tipo de eventos, le sumergía en un trance cómodo y suave: ISAN quería retrotaernos a ese útero materno con el que comenzaron ellos mismos a gestar su pasión por la música. Acertada fue también la decisión de ilustrar el set con la película de 1983 Koyaanisqatsi, un compendio de postales que enfrentaban cielos azules, desiertos rojos y prados verdes, con humos, derrumbes y derroche capitalista.

Durante unos setenta minutos, los hospedados en Morr dejaron claras sus intenciones: lo que les gusta es el pop electrónico, austero, tremendamente melódico, incluso adentrándose por momentos en los terrenos de lo infeccioso, naif y delicado, de variaciones apenas perceptibles, amable pero evitando caer en todo momento lo convencional y la autocomplacencia. Ayer, los amantes de Kraftwek y la primigenia IDM se dieron un baño reconfortante. Y los cuerpos, bajo la noche templada, lo agradecieron.

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