Nudozurdo (Sala Mandalar) Sevilla 02/03/24
El inesperado y deseado regreso en enero de Nudozurdo con su nuevo álbum Clarividencia, tras más de cinco años desde su separación en 2018, nos constatan que efectivamente “no era una broma / era un presagio” que el talento creativo de Leo Mateos no estaba agotado y que esa vuelta no era sólo una estrategia meramente mercantil, a diferencia del regreso de otras bandas míticas. Es por ello que siendo el directo la atmósfera natural del grupo, Leo ha agendado una lista de conciertos precisamente en salas pequeñas y señeras de cada ciudad del territorio nacional, huyendo del márketing festivalero y siendo totalmente consciente de contar con el apoyo de un público fiel que disfruta con propuestas personales y honestas.
Teníamos claro que en Nudozurdo no íbamos a encontrar guiños a himnos de estadio ni jingles para anuncios, sino un puñado de canciones que si antes eran más tortuosas y autodestructivas siguiendo una sola dirección, ahora han madurado hacia la experimentación ecléctica y fluyen en atmósferas cósmicas y psicodélicas con un vocabulario, si cabe aún más simbolista y misterioso.
Así que tras la buena acogida por la crítica de este nuevo regreso y esperado disco, la expectación era máxima entre sus fieles. Sin llegar al sold-out por las inclemencias del tiempo que no acompañaban la noche sevillana, el seguimiento fue notable y se hizo palpable la emoción entre un público atento que rondaba entre los cuarenta y cincuenta.
Quizás el sonido lisérgico de “Lo que ocultan las Arizónicas”, tema elegido para abrir no fue el más acertado para celebrar tan esperado regreso. Un arranque que sonó un poco frío, sin una conexión real de Nudozurdo con su nueva propuesta y su público, algo que si lograron con un rescate de su antiguo repertorio, “Láser Love”, con el que sonaron con mucha más intensidad gracias a una batería contundente y el sonido de la guitarra distorsionada de Leo con la que empieza a sentirse más profundamente ese “dolor de mi pecho”.
Retoma su último disco con la intimista “Carta a Nina” donde percibimos un giro lírico hacia la naturaleza y el ecologismo que evoca a lo largo del disco a través de metáforas abstractas (“Suben manzanas golden/ A la torre de ciberseguridad”). Pero no es hasta la cuarta canción donde recupera su dosis habitual de desamor con “Mil espejos” de su aclamado disco Sintética, y logra conectar de lleno con el público. A partir de aquí una nueva a su reciente disco con “Bisontes albinos” y “Elvira/Santuario Salvaje” demostrando que aún tiene el talento para componer himnos redondos y el pleno dominio técnico de su nueva propuesta. Suenan potentes ambas con esas guitarras afiladas y el punteo tras un muro de distorsión, que emocionan a un público entregado que sigue las letras de esos estribillos que se clavan en el alma.
Deja un hueco para otro de sus trabajos anteriores Voyeur Amateur con esa balada intensa “Úrsula hay nieve en casa”, con ese lirismo desgarrador que Leo domina a la perfección y que desprende una vez más en su último trabajo con el tema que le sigue “La Isla del diablo”, donde abandona la toxicidad amorosa con valentía para decir honestamente “Ven, te quiero/ Empuña este hierro”. Como él mismo constata “el mundo femenino siempre me ha permitido explorar mejor el mundo del sufrimiento y de la empatía”.
El éxtasis emocional estalla con uno de sus temas emblemas, “Ha sido divertido”. Emocionante y con un sonido e impecable hace que el público se rinda a sus pies. Pero es en “Dosis modernas” donde consigue su momento culmen a nivel de virtuosismo técnico, emocional y poético. Una balada que encoge el corazón con un sonido de guitarra limpio y un riff punzante, logrando esa intensidad a través de una nebulosa de ruido donde Leo se entrega de lleno a sus seguidores.
La apoteosis llega tras el bis, con la esperada “El hijo de Dios”, ese himno hipnótico, que Leo Mateos cantó entre el público escondido bajo su capucha. Mandanga de calidad para un show donde el cantante se transmuta para convertirse en el hijo de Dios que camina entre sus fieles. Finaliza con dos composiciones fetiche, “Prometo hacerte daño” y “El diablo fue bueno conmigo”, donde demuestra una vez más que el terreno donde se mueve como pez en el agua es en del desamor, que es con el que conecta íntimamente con su público. Como si el tiempo no hubiera pasado, Leo nos ofrece justo lo que queremos, desasosiego y autodestrucción a través de guitarras post-punk en una atmósfera shoegaze.
No hay duda de que Nudozurdo regresan a lo grande, manteniendo esa incuestionable seña de banda de culto y con una personalidad apabullante, destacando entre las tantas bandas con idénticas propuestas que pululan en el panorama nacional. Para felicidad de sus seguidores y satisfacción de Mateos, pudimos constatar en vivo y en directo que aún “hay nieve en casa” y para rato…
Fotos Nudozurdo: Pedro Vázquez