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Entrevistamos a Travis, que tienen nuevo disco

Los escoceses Travis accedieron rápidamente a la primera división del pop mundial apenas con su segundo disco, el multiventas The Man Who, que reunía un puñado de modestos y orgullosos medios tiempos bañados en melancolía nada autocomplaciente sino más bien impregnada de sentido del humor, como demostraban unos vídeos cargados de ironía. Fue allá por 1999, justo un año antes de que Coldplay pusieran patas arriba a la Inglaterra post britpop con el aclamado Parachutes (Parlophone Records, 2000), convirtiéndose, a su manera y con mucha menos testosterona de por medio, en la réplica en cuanto a impacto en la escena al remolino generado alrededor de los lanzamientos casi simultáneos de (What’s The Story?) Morning Glory de Oasis y The Great Escape de Blur cinco años antes.

La banda afincada en Glasgow, aprovechó el momento con la edición de una notable secuela como fue The Invisible Band (Epic, 2001) y miraba de tú a tú a los de Chris Martin en lo más alto de las islas de ventas… Lo que vino después, ya todos lo sabemos. Unos apostaron por un discreto segundo plano, y otros han acabado esparciendo los efectos de la globalización a su actual pop multicolor de escaso alcance emocional, giras supuestamente sostenibles incluidas.

Charlamos con el líder de un grupo convertido en ejemplo de supervivencia, el encantador y carismático Fran Healy, que comienza confesándome haber cenado algo la noche anterior que no le había sentado nada bien, sobre todo ese excitante punto de ebullición que alcanzaron por entonces y sobre el presente de una formación que transita con dignidad por una madurez bien llevada que cristaliza en álbumes como el que lanzan estos días, el más que digno L.A. Times (BMG, 2024), en el que nuestro protagonista reflexiona sobre los efectos que sobre la sociedad está teniendo la tensión política a nivel mundial y cómo las redes sociales extienden sus tentáculos para acabar controlando nuestros movimientos, y en el que además, cosas del destino, colabora en una canción el propio Chris Martin junto a Brandon Flowers de The Killers. La conversación transita sincera y sentida, hasta el punto de que Healy rompe a llorar en un momento determinado. Quedaron preguntas en el tintero por la falta de tiempo, pero eso queda en anécdota después de casi una hora de conversación con las emociones a flor de piel que quedará para siempre en la retina de quien escribe.

«Como banda, hemos alcanzado la cima del Everest y no había nada allí, estaba vacío»

Volvéis con energías renovadas en vuestro primer disco tras la pandemia, un variado y agradecidamente ligero L.A. Times. ¿Cuál es el momento vital y emocional de Travis tras casi treinta años como banda?

Es un gran disco para nosotros, que significa mucho por varios motivos. De algún modo sentimos aquella energía que envolvía al momento en el que nos mudamos a Londres, hace unos veintisiete años. Me conecta con aquello. En 1995 perdí a mi abuelo y mi novia me dejó, rompiendo mi corazón, y hubo cambios en la formación. La muerte ha vuelto a rodearme y un buen amigo ha sufrido lo que yo sentí cuando me dejaron tras una relación de larga duración. A pesar de todo, me siento afortunado porque estoy aquí, y tú estás también aquí. Tuvimos que despedir a nuestro manager incluso. Teníamos una gran relación, demasiado cercana y profunda, quizás, hasta el punto de que llegó a sentirse dueño de la banda, y tuve que decirle que me dejara recuperarla. Rompí con mi mujer, Nora, y eso fue terrible, experimenté el dolor y la tristeza en una de sus caras más extremas. Vivimos en Los Ángeles durante diez años, y de ahí el título del disco. Es una locura de sitio para vivir, todo es caótico. Mi hijo tuvo problemas con un profesor en el colegio… En fin, una época llena de situaciones complicadas con las que tuvimos que lidiar. Y aquí estamos, con un nuevo disco y muchas ganas de centrarnos en él. Somos cuatro grandes amigos en la banda haciendo esto desde que nos graduamos en el colegio.

 

Hablas en la nota de prensa de que es tu disco más personal, y algo me dice que no es el típico gancho que usan los artistas para reclamar atención cada vez que lanzan algo nuevo. ¿A qué te refieres en este caso, con este carácter íntimo en tu nueva obra?

Todo esto que te contaba, se ha plasmado en la música, ha penetrado por los poros de las canciones y las ha impregnado de esa tensión vital que me ha acompañado desde hace tiempo. Es lo que consigue componer canciones, que muchas veces vuelcas en ellas lo que tú eres en ese momento, no sabes cómo pero acaba sucediendo así. La sangre, el sudor de esos días está ahí capturado. Las canciones son fantásticas cuando las tocamos en directo, adquieren una dimensión maravillosa, pero para entender lo que es Travis, tienes que vernos tocar en el estudio: un grupo de amigos fluyendo mientras hacen lo que más les gusta, que es tocar. Ahí te das cuenta de la verdadera dimensión de la banda. Las canciones parecen simples, pero hay muchas cosas complicadas detrás, somos gente compleja. Hay muchos matices emocionales en nosotros que son mucho más complejos de lo que las canciones sugieren. Hemos tocado con The Killers en su gira, y sus canciones son como enormes misiles atravesando el cielo. Travis es una banda muy diferente a eso. Es algo como bucear cruzando la bahía lentamente, sin prisa, observando todo alrededor, mientras agitamos el brazo del de al lado y le decimos: “¿has visto eso?. Así nos definiría. Nosotros nos colamos por debajo de la puerta de la gente y capturamos la esencia de la vida. Noto como la gente percibe esa diferencia: “¿The Killers?…wow!… ¿Travis? Es algo diferente” Contamos cosas en las canciones con las que la gente se siente identificada, algo que se multiplica cuando nos ven en vivo, donde proyectamos quienes somos de verdad. Es honesto y puro. He conocido a tantas y tantas bandas, y nadie es como nosotros. Es maravilloso. Por encima de todo, somos cuatro amigos queriendo hacer cosas juntos durante más de treinta años ya. Tenemos algo que nadie más tiene.

Cuando supe que Chris Martin colaboraba en una canción, “Raze The Bar”, me vino a la mente una imagen de mi cuarto por aquella época en la que lanzasteis The Man Who, con un póster del Parachutes de Coldplay en un lado de mi pared, y otro de Travis en junto a él. Más de veinte años después, ahí resistís ambas bandas, cada una con sus caminos bien definidos y con una trayectoria que a nadie ha dejado indiferente. ¿Qué significa para ti hacer balance sobre cómo ambas bandas han avanzado con el tiempo, hasta convertirse en una banda de estadios por un lado, y otra en un plano más discreto, pero manteniéndose fiel a sus señas de identidad sin necesidad de grandes revuelos?

Gran pregunta. Además has conseguido que visualice en mi mente esa imagen con los dos posters en la pared. Somos dos bandas muy diferentes, en esencia y resultados. Chris quería ser la mayor estrella del pop a nivel mundial desde el primer momento. Y lo consiguió. Yo todavía no sé ni lo que quiero o si lo he conseguido ya, pero estoy bien con lo que tengo. Chris Martin es como un arquitecto y yo como un pintor: él diseña, yo defino. Él piensa que si tú tienes un sueño y lo visualizas, puedes conseguirlo. Lo que experimentas en el viaje que supone estar en un grupo te define, y en nuestro viaje, hemos vivido multitud de aventuras. Como banda, hemos alcanzado la cima del Everest y no había nada allí, estaba vacío. Chris es un tipo fantástico, y lo mejor es que, con nuestras diferencias, somos grandes amigos. Estaba trabajando en el disco, y me sentía un poco atascado. Le llamé, y como vivimos los dos en California, quedamos para escucharlo mientras conducía por un sitio tranquilo lejos de la ciudad, y él vio enseguida que “Raze The Bar” tenía mucho potencial. La toqué con el piano, y él la cantó: sonaba natural. Me dijo que debería llamar a alguien más, y pensé en Brandon Flowers ya que habíamos tocado juntos tantas veces. Y la canción es interesante ya que recrea un bar de New York en el que se toca rock and roll, y todas las bandas han estado allí. Captura la esencia de los que es el rock: no me importa quién seas pero ven aquí y toquemos juntos.

 

Algo que siempre me ha gustado de Travis es que me proyectan una imagen de realidad, de cercanía, de imperfección y sentido del humor, que choca con la melancolía que rezuman muchas de vuestras canciones, y que espanta la sensación de tristeza convirtiéndola en esperanza y ganas de vivir. Ese toque escocés que os aleja de la pomposidad británica y os hace más humanos. Ese toque de ironía que caracteriza a vuestros vídeos. Volviendo a la comparación quizás fácil con Coldplay, ellos parecen robots, vosotros parecéis humanos.

Cuando nos ves en vivo, te quedas alucinado con la energía que desprendemos. Hace mucho que no veo en concierto a Coldplay, pero los he visto en clips, y es como una experiencia religiosa. Algo similar se podría decir de Taylor Swift. Tú ves a The Killers tocar un montón de noches seguidas en el O2 de Londres o en Wembley y todo lo que toquen, da igual que sean siete canciones o diecisiete, está tocado en directo, mientras que Coldplay llevan muchas cosas pregrabadas. Son gigantes, pero me identifico más con algo más real.

«Para entender lo que es Travis, tienes que vernos tocar en el estudio: un grupo de amigos fluyendo mientras hacen lo que más les gusta, que es tocar»

Empezasteis antes de que incluso internet fuera algo recurrente en nuestras vidas. ¿Cómo valoras estos casi treinta años como banda?

Hay cosas que han pasado muy rápido y otras se han hecho larguísimas. Si no te gusta lo que haces, o por lo que estás pasando, siempre estás deseando que pase el tiempo lo más rápido posible. Claro que he pasado momentos muy jodidos en los que quería mandar todo a la mierda. Recuerdo que estaba en el colegio, delante de todo el mundo, y canté algo en escocés y gané un premio por ello. Nunca me ha gustado especialmente mi voz, pero cuando recuerdo cosas como aquellas, con once años por ejemplo, participando en un concurso de discursos y el mío se llamaba “cuando era joven”. No me daba cuenta de lo divertido que tenía que ser para mis profesores pensar en todo lo que había vivido hasta entonces con tan solo once años. Gané la competición e hice a la gente reír con mis historias absurdas. Con diecisiete años, me vi cantando una canción de otro y haciendo llorar de emoción a la gente, personas con las que aún sigo en contacto. Y luego te ves en Glastonbury, en el escenario Pirámide con miles de personas esperando tus canciones. Hace dos años perdí a un amigo muy cercano, y estando en el hospital, con más gente en la habitación, me preguntó si podía cantar una canción. Al principio no podía, pero luego pensé, estás a punto de perder a una persona que quieres tanto, ¿cómo no vas a hacer lo que sea por él? Éramos catorce personas en esa habitación. Canté “The Humpty Dumpty Love Song” que está en ‘The Invisible Band’, y me di cuenta cuando pensé en por qué elegí ese tema, de que ese amigo nos había hecho un vídeo de esa canción. Él hizo también el vídeo de “Coming Around” y nos propuso hacer uno alternativo de la canción que te comentaba. La gente rompió a llorar según yo estaba cantando, la voz me venía de la nariz… Fue un momento tremendo.

(En este momento, paramos la conversación unos instantes respetando el sentimiento de tristeza que invade a Healy)

Y es entonces cuando recuerdo que esa emoción es la que he ido sintiendo cada vez que interpretaba una canción, ya fuera con seis años, con doce, con dieciséis o con veintiséis. Y eso es lo que trato de preservar. La emoción, la verdad al expresarla, la crudeza y la realidad. Veo la emoción venir y pienso, no puedo pararla. Tengo que mantener la llama encendida. Y lo ves en cualquiera de nosotros cuatro cuando tocamos en directo.

Desde luego, fue lo que sentí viéndoos en el Festival Internacional de Benicàssim allá por 2014.

Recuerdo aquello, fue un gran concierto y me alegra saber que la gente se sintió de la misma manera, es lo que siempre tratamos de mantener.

Cuéntanos cómo se siente alguien que viene de la cercanía y el sentimiento de comunidad de las tierras escocesas y acaba en un lugar aparentemente frívolo y deshumanizado como Los Ángeles.

Si te digo la verdad, acabé dándome cuenta de que ya no quería vivir más en Los Ángeles. Vivía en Berlín, y mi hijo no estaba feliz en el colegio. El idioma tampoco ayudaba, y decidimos mudarnos a algún lugar donde el inglés fuera la primera lengua. Y acabamos allí. Es un cambio difícil. Pararon el metro y dijeron que la única manera de moverse tenía que ser en coche. Imagina eso en París o Londres. Destruiría las ciudades. La contaminación, el ambiente, los olores incluso… Todo era muy frustrante, éramos como ratas en un experimento. Es como agrupar a la gente por origen o procedencia. Era un lugar lleno de rabia contenida. Eso se vierte en las canciones, hay un sentimiento muy potente. Es un lugar muy interesante, pero no de una manera positiva. El mundo no está muy lejos de lo que sentí allí. Estamos perdiendo el contacto. Nos vemos a través del cristal. Ahora mismo debería estar contigo en la misma habitación tendiendo esta charla. California es el ejemplo de que se puede estar con alguien sin estar en el mismo espacio físico, pero la relación no tiene nada que ver. La pandemia es como una metáfora de la vida moderna en ese sentido, mirándonos por las ventanas, en tres dimensiones pero sin sentir el contacto real, sin mirarnos a los ojos. Mira la inteligencia artificial. Toda esa gente está cambiando nuestras vidas, pero… ¿hacia dónde? Todo el mundo está virando en esa dirección pero yo no quiero vivir así. El próximo disco estará localizado en otra realidad, no sé dónde, pero en algún lugar bien lejos de allí.

 

En vuestra larga trayectoria, identifico un punto de inflexión en el que parecía que os ibais a comer el mundo, pero decidisteis optar por un perfil más modesto y discreto. Fue tras el lanzamiento de ‘The Invisible Band’, donde todo parecía apuntar que estábamos ante una banda llamada a acaparar todas las miradas de prensa y público a nivel mundial. ¿Qué pasó entonces?

Te diré lo que pasó: el 11 de septiembre. Pasaron muchas cosas, pero esa nos afectó mucho. Íbamos a tocar en Estados Unidos, a hacer una gran gira, a tocar en New York por aquellas fechas. Pasamos del todo a la nada. Estábamos en Noruega y sentimos que ya nada sería igual. Íbamos a despegar y no pudimos. Tuvimos una reunión en Madrid, creo recordar, en el que dos de los miembros de la banda, Dougie Payne (bajo) y Andy Dunlop (guitarra), dijeron que necesitaban parar. Estaban frustrados de que las cosas no fueran mejor, pero yo no lo estaba. Pensaba que teníamos que dejar las cosas fluir. Fue en octubre de 2001 y decidimos romper la banda durante dos meses. Nuestro mánager nos dijo: tenemos cuatro conciertos. Yo decía, ¡hagámoslos!”. Los dos últimos eran en el Virgin Festival e iban a consolidar la carrera de la banda. En uno de los shows previos a esos, aterrizamos en París y perdieron nuestro equipo. Salimos como podemos del paso, hacemos el concierto y entonces es cuando Neil Primrose (nuestro batería) se rompió el cuello. No queríamos tocar con otro batería, hubiera sido como ver a tu pareja haciendo el amor con otro, o teniendo incluso hijos con otro. Elegimos estar a su lado y renunciar a los conciertos posteriores que nos iban a suponer además mucho dinero. Pero decidimos no escalar a la cima del Everest. Si no hubiera pasado esta o aquella cosa, todo hubiera sido diferente, pero tenía que ser así. Y está bien, no nos podemos quejar.

Volviendo al disco nuevo, la primera parte suena más directa, plagada de esos ganchos directos tan característicos de la factoría Travis, y la segunda es más calmada, con medios tiempos delicados y sentidos, y esa sorpresa que suena tanto a Beck o a Eels, llamada “I Hope That You Spontaneously Combust” que está entre mis favoritas a día de hoy. ¿Quién esperas que arda, concretamente?

Estoy de acuerdo con la comparativa con esas bandas. Me refiero a las redes sociales, a los influencers. Los odio, ¡que les den a todos! No son trigo limpio para la humanidad. Espero que desaparezcan sin dejar rastro. Vivimos una época realmente rara y hay muchas cosas que deben cambiar.

Escucha ‘L.A. Times’ de Travis

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