José Ignacio Lapido (Sala Hangar) Córdoba 12/05/23
Dice el bueno de José Ignacio Lapido que hasta ahora encaraba cada grabación con la misma congoja con la que se sentaba ante el folio en blanco. No dejaba de ser paradójico que uno de los mejores escritores, así a secas, sin particularizar en la redacción de textos periodísticos, poesía, cualquier forma de literatura o meramente unas cuantas canciones para conformar un disco de su autoría (de todo eso y más ha hecho el maestro granadino), confesara las dificultades que le suponía meterse en el estudio después de haber pasado las de Caín para terminar las letras correspondientes. Pues eso, hasta ahora.
Ha tenido que ser su prodigioso teclista, Raúl Bernal, otro nombre ilustre y subterráneo, el que al ejercer de productor y consejero artístico durante el nuevo proceso sonoro consiguiera que los nuevos temas, brillantísimos por descontado, fuesen paridos y criados en las mejores condiciones posibles. A Primera Sangre contiene algunas de las piezas mejor trabajadas de la dilatada carrera de Lapido, de las que en directo da buena cuenta respaldado por una banda asentada desde hace tiempo en la más pura gracia divina o diabólica, que para el caso es lo mismo. Tanto en registros más acústicos en la línea de “Arrasando”, “De cuando no había nacido”, “No hay nada más” o “De noche la verdad”, habituales momentos de reposo y clarividencia en cualquier entrega del jefe, como en los brindis eléctricos de “Curados de espanto”, la magnífica contradicción de “Uno y lo contrario”, el telón folk de “Creo que me he perdido algo”, el infalible medio tiempo “Antes de que acabe el día” o ese blues arrebatador, basado en las antiguas canciones de iglesia que formaron parte de su exquisita educación musical y que ahora se trae a terrenos puramente carnales, titulado “Malos pensamientos”, con una coda final en la que la banda demuestra lo que realmente vale. La alegría que irradian en directo unas canciones concebidas para casas la ironía con la desazón es pura responsabilidad de Popi González, sembrado en la batería y los coros (de casta le viene a este galgo con pedigrí paternal en las percusiones de los grandísimos Los Ángeles); Víctor Sánchez, relegado en esta ocasión como músico de estudio pero con el mismo protagónico papel en escena como guitarrista de lujo; y el ya imprescindible Jacinto Ríos, que desde la primera resurrección de 091 se afilió a la nómina de acompañantes con toda la justicia del mundo.
Una sonrisa de sorna al principio del concierto en la sala Hangar, transformada en risa sincera al final, un discreto pero sentido saludo al público cordobés, fiel ahora y siempre, una energía casi inesperada a estas alturas de carrera y la certeza de que estamos ante algo realmente grande. En un concierto de Lapido suena música con mayúsculas, sin el más ligero asomo de impostura, rugen frases demoledoras y se nos llevan los demonios cuando terminan obras mayores como “No digas que no te avisé”, “Antes de morir de pena” –elegida como inicio de todo lo que vendrá después, remozada y casi irreconocible en los primeros acordes-, el dúo con el que apuntaló los inicios de su trayectoria formado por “Luz de ciudades en llamas” y “El dios de la luz eléctrica” y otros puntos y aparte escritos con otras letras en blanco y negro: “Lo creas o no”, “Cuidado”, “No queda nadie en la ciudad”, “Por sus heridas”, “Lo que llega y se nos va” (un enrabietado adiós a su progenitora que escribió en uno de los momentos más bajos que se le recuerdan), “De espaldas a la realidad”… Equiparables a otras menos parcas en emoción, marcadas a fuego como himnos imposibles de abandonarlo ni abandonarnos: “Cuando el ángel decida volver”, “En el ángulo muerto”, “Cuando por fin” y ese reducto de intimidad al que todos necesitamos recurrir cuando nos rodean tantas amenazas, “En el ángulo muerto”. En los bises se queda esperándonos “En la escalera de incendios” y acaba por tomarse la última copa en “La antesala del dolor” como si nada hubiera sucedido y la vida no fuese más que eso, una toma de conciencia continua a la que solo se puede compensar con el escepticismo, aun a riesgo de recibir la primera herida de sable a la que hace referencia el título de su nueva criatura discográfica. A quienes dicha herida les llegó al corazón hace ya no se sabe cuánto tiempo nos parece que, hoy por hoy, músicos como José Ignacio Lapido, que no necesitan ni carisma ni una voz especialmente dotada para cautivarnos, forman parte de ese pequeño grupo de seres humanos que están aquí, tocando y cantando sus verdades, para que nos sintamos un poco menos solos. Y más afortunados de seguir teniéndolo entre nosotros.
Fotos José Ignacio Lapido: J.J. Caballero