La Gran Esperanza Blanca – Alice Maravilla
La Gran Esperanza Blanca, legendaria banda valenciana, presenta el que quizá sea su mejor disco tras casi 35 años de existencia.
Es conveniente rendir tributo y pleitesía a quien es capaz de mantener un proyecto vivo, aunque sea a intervalos, durante casi cuatro décadas. Si además lo ha hecho con pulso firme, fiel a sus convicciones y contra las inclemencias habituales de quien se sabe al margen de todo, se merece un monumento.
Todo eso puede predicarse de La Gran Esperanza Blanca, banda que lleva en funcionamiento desde que en 1986 tomara forma a un proyecto que hoy día, tras todas las vicisitudes habidas y por haber, períodos de inactividad y grandes dosis de un entusiasmo inquebrantable, sigue en pie gracias a los mismos cuatro tipos, que parecen personajes sacados de sus propias canciones. Unas canciones que rinden tributo a la música norteamericana más tradicional, con Bob Dylan en el punto de mira, pero cantadas en castellano y con un ánimo eminentemente mediterráneo. Porque eso sí, aquí no encontrarán postureo, trampa ni cartón: sus responsables se saben nacidos en la ciudad del Turia, no en Minnesota. Y actúan en consecuencia.
De esta forma, se han ido sucediendo los discos a lo largo de los años. Con cuentagotas, eso sí, dado que el apoyo de los grandes sellos, las salas abarrotadas o gran parte de la prensa especializada ha sido siempre bastante esquivo a la liga en la que ellos compiten, que no es otra que el hacer exactamente lo que les viene en gana. A base de eso, han facturado discos realmente interesantes e insólitos en nuestro país, que traducen la música que muchos intentan mimetizar (de manera habitualmente risible) a un lenguaje propio y sin sonrojo de por medio. De eso dan cumplida muestra discos tan fantásticos como Harry Dean (2002), Derrota (2013) o Tren Fantasma (2015), que han conseguido colocarse entre lo más logrado de una escena todavía más subterránea que la supuestamente existente en una ciudad cuya aportación al rock patrio ha estado siempre damnificada por el centralismo habitual de un país que constantemente parece ignorar lo que no viene de las dos ciudades de marras.
Tras cinco años sin noticias de ellos -no tanto de su cantante y compositor, Cisco Fran, que ha andado ocupado con un par de EPs en solitario- vuelven a la carga para reivindicar su maestría y experiencia con un disco autoeditado que titulan Alice Maravilla y en el que, tal como ellos afirman, «no hay canciones tristes y hay tantas canciones de amor como amor dentro de ellas». Y es verdad, es un disco que rezuma entusiasmo, amor por la música y resplandece con luz propia.
Grabado en compañía del productor Carlos Ortigosa y teniendo que lidiar con la dichosa pandemia para darle remate, es quizá el trabajo en el que más resplandece la sinergia que sólo pueden alcanzar los viejos camaradas. Es un poco lo mismo que ha hecho Springsteen en su último disco con la banda de la calle E, pero más «de la terreta», como decimos por aquí. Una banda de hermanos tocando como si fuera la última vez que lo fuera a hacer y unas canciones con las que nos tienden su corazón de manera sincera, haciéndonos cómplices de su entusiasmo, con una compilación de todo lo aprendido durante estos años en la que dan cabida a toda su imaginería: las calles de Nueva York, las historias nocturnas, los bares, los personajes imposibles, los viejos recuerdos y esa visión inocente e idealista de la vida que suena tan, tan bonita en maravillas como la aterciopelada «Sin respirar», la sincera «Fugaz», la poderosa «Patterson», que abre el disco, o la más obviamente dylaniana, que es la canción titular y que junto a sus compañeras (11 canciones y una sorpresa) cincelan una obra mayor de alguien que no tenía ya nada que demostrar, pero que era necesario que acudiera, una vez más, a la cita.
Escucha Alice Maravilla, de La Gran Esperanza Blanca, en su página de Bandcamp.