Pablo Und Destruktion y La Tribu del Trueno (Sala El Sol – Inverfest) Madrid 27/01/24
Qué dura se antoja la vida del trovador. El propio Pablo Und Destruktion, de alguna manera, nos cantaba a sus penurias en “Cruz de la Trova”. De los posibles sinsabores asociados a tan abnegado arte, qué duda cabe que uno de los más acusados son las condiciones precarias en las que muchas veces debe afrontar sus directos. Viajes interminables en furgoneta, salas precarias, condiciones infames, exiguos beneficios (cuando no pérdidas), etc.
Es por ello que lo que íbamos a disfrutar la noche del sábado en la Sala El Sol dentro del ciclo Inverfest era todo un regalo para los fans del de Gijón. En primer lugar, por el hecho de tenerle acompañado por una banda de hasta cinco músicos, La Tribu del Trueno, cuando, como bien dijo Pablo, en no pocas ocasiones le hemos tenido trotando de un lado para otro de concierto a concierto “sin reloj y sin novia”; es decir en antros lamentables o con un mínimo acompañamiento de músicos. Contar con una banda tan armada, compacta y eficaz fue un auténtico privilegio, por no hablar del sonido prácticamente infalible y nítido que ofrece la sala que acogía un merecido sold out de los que somos su fiel parroquia.
En segundo lugar, porque venía a celebrar los diez años de su obra más emblemática, Sangrín (14), tratado casi visionario con respecto al detritus social, político y económico sufrido por el inane Occidente. He de decir que se trata sin duda de un disco plagado de virtudes, pero que el estado de forma actual del asturiano es igualmente asombroso, con esa dupla que conforman Futuros Valores (20) y Ultramonte (22), dos discos como la copa de un pino en mi opinión.
Sobre estos firmes mimbres, todo apuntaba a vivir una velada gozosa, pero lo que no preveíamos fue un show realmente colosal, con un combo más cerca que nunca de asimilarse a los sacrosantos Bad Seeds de Nick Cave o a los Chatarreros de Sangre y Cielo de Corcobado, dos de los referentes esenciales del protagonista de la noche. Cuerdas sinuosas, percusiones metalizadas, sensibilidad, estridencia y catarsis casi constante mientras asistía asombrado a la mejor versión de Pablo Und Destruktion sobre un escenario que pudiera recordar, y no son pocas.
El verbo siempre certero, crítico a la par que amable, y personal de Pablo hizo como siempre gala de su lucidez tamizada de su entrañable sentido del humor tan propio. Un deleite siempre escucharle, o leerle, en sus atinadas opiniones, glosario de la decadencia global actual. Es también cierto que, como indicó, esta vez no hablaría tanto -aunque lo cumplió a medias-, sin duda alguna por la solemnidad y la seguridad que ofrecía el torrente de sonido construido por la Tribu del Trueno, algo más que suficiente para forjar una noche imborrable entre pasajes dibujados por un conglomerado que nadaba entre el terruño y lo industrioso.
El apartado de canciones, realmente brutal como no podía ser de otra manera. Centrado como lo iba a estar en Sangrín (14), allí acudieron fieles a su cita temas indispensables como “Powder” o “Limonov, desde Asturias al infierno”, aunque lo realmente sorprendente fue conmoverse con otros como “Mamina qué pena”, la cual confesó Pablo nunca habían tocado en directo, el trotar amenazador de “Pierde los dientes España” o la seminal letanía avasalladora que supuso “Por cada rayo que cae”.
Hubo detalles muy bonitos como el rescate de una canción que se quedó fuera del disco homenajeado la cual presentaron en vivo, cuyo estribillo refería acerca de llevar a alguien a pasar la noche a la luna hasta que se haga la luz, canción muy hermosa y quizás algo alejada del tono general de Sangrín (14) por su acentuado romanticismo, pero que me pareció maravillosa, recordándome en sus pasajes de cuerda a los mejores Tindersticks.
Mención especial a los rescates de otros momentos gloriosos de su discografía como el pálpito siempre oscuro y trepidante de “A la mar fui por naranjas”. Y qué duda cabe que si había una ocasión para desenterrar uno de los mayores monumentos de la música hecha en España de los últimos años, “Busero español”, era ésta. Un auténtico ceremonial el vivido mientras sonaba, con Pablo recorriendo la sala con el micrófono a pie de público mientras soltaba patadas voladoras y se desgarraba la garganta en lo que podríamos denominar un éxtasis interpretativo mientas su fenomenal banda atronaba sobre las tablas.
Vigorexia Emocional (15), su mejor disco para quien les escribe, volvió a asomar con una brutal interpretación de “A veces la vida es hermosa”, poco antes de rematar un concierto para enmarcar en el que tuvo tiempo aún de presentar un tema nuevo invitando a dos vecinas de su pueblo a cantarla y liquidarlo con la bonita tonada de desamor que es “Nadie quiere al Rey Pelayo”.
Un artefacto emocional para guardar por siempre en la memoria del corazón.
Fotos Pablo Und Destruktion y La Tribu del Trueno: Raúl del Olmo