Sigur Rós – Sala Arena (Madrid)
Cuando uno entra en la sala donde va a celebrarse un concierto tras ser advertido en la puerta de que no se servirán copas en la planta de abajo, que no usemos el flash en las tres primeras canciones y que apaguemos el móvil, se le crea una sensación extraña (entre la expectación y el misterio).
Expectación es exactamente lo que había en el ambiente para ver a Sigur Rós presentando su tercer disco «Agaetis Byrjun» (99) (traducido “buen comienzo”) por fin en España.
Y misterio era justamente lo que generaba ese ambiente algo siniestro provocado por la oscuridad, con un escenario apenas alumbrado por unas pocas velas.
Cinco minutos antes de la hora prevista comenzamos a escuchar unos acordes tétricos de piano grabado acompañados de un “sssssssssssh” generalizado, que crearon un silencio absoluto en la sala. A las 22.00 en punto, salió el grupo al escenario: Fue el comienzo de la magia.
Sigur Rós son un grupo de cuatro jóvenes islandeses, formado por Jon Por Birgisson, Georg Holm, Kjartan Sveinsson y Orri Pall Dyrasson que para la ocasión venían acompañados de un cuarteto de cuerda. Visto lo visto sobre el escenario podemos decir que anteponen la MÚSICA (con mayúsculas) a cualquier tipo de estética o de pose.
Haciendo un repaso por los miembros del grupo vemos que el cantante, a parte de tener una voz frágil a la vez que portentosa, se defiende bastante bien con la guitarra eléctrica (la cual toca tanto de manera convencional como valiéndose de un arco de violín –que convierte su sonido en lamentos-), el bajista hace sus pinitos con el xilófono, el batería es un magnífico percusionista y el segundo guitarra tocaba los teclados, la flauta, el xilófono y se ocupaba de los samplers. Además, como he dicho antes, venían acompañados por un chelo y cuatro violinistas. ¡Qué más se puede pedir!.
Tras la introducción instrumental el concierto se abrió con temas extraídos de su primer trabajo “Von”, piezas algo más experimentales que las incluidas en su último trabajo. Su sonido era sobrecogedor e iba acompañado de una sobria la puesta en escena, que con la oscuridad del escenario y la complicidad de un público en silencio (hay que ver lo que se agradece) transportaban a uno al mismísimo limbo.
Para el que nunca haya escuchado a Sigur Rós en directo le puedo decir que superan con creces su música en estudio. Cogiendo los pasajes más hetéreos de My bloody Valentine, Spiritualized, los primeros Slowdive, Mogwai… y mezclándolos con Johan Sebastian Bach, son capaces no solo de crear música sino de algo más importante y difícil encima de un escenario, crear sensaciones.
Las canciones del disco que les ha hecho conocidos internacionalmente se hicieron esperar. Tras una hora de concierto, que se pasó rapidísima llegó “Olsen Olsen”, canción que comienza con un bajo muy en la línea del “Seventeen Seconds” de The Cure, para concluir en una auténtica apoteosis de sonido con un crescendo de violines de los que quitan el hipo. “Ný batterí”, fue interpretada en una versión algo más reducida a la del disco pero no menos intensa, después de esta llegó otro magnífico tema que marcaba el final del concierto: un auténtico ejercicio de noise propio de los mismísimos Sonic Youth: Escalofriante.
Los bises se abrieron con una de sus canciones más populares (extraída como single), la impronunciable “Svefn-G-Englar”: Diez minutos de inigualable belleza. Tras ésta, interpretaron otras dos piezas para concluir definitivamente el espectáculo tras una hora y cincuenta minutos. Una vez finalizado, todos los músicos participantes de la fiesta subieron al escenario para, como si se tratara de un grupo de teatro, saludar a la platea.
Los allí presentes fuimos unos auténticos privilegiados de contemplar algo que pocas veces se ve sobre un escenario: la melancolía y la tristeza convertidas en belleza.