Rosalía (Motomami World Tour) Auditorio Marina Norte, València 16/07/22
Me gusta pensar a Rosalía como una artista que trasciende lo musical para situarse en el fenómeno sociológico, en ese espectro en entre la fama cotidiana, la del barrio, y el éxito mundial que democratiza a algunas estrellas del pop. A Rosalía la hemos visto crecer, porque es de aquí al lado, y eso la hace también un poco nuestra, por mucho Versace que vista. Porque ella, además, se encarga de que no olvidemos (ni ella misma) de dónde viene.
Rosalía no es para mí una artista de cabecera, incluso escapa a mi comprensión en ocasiones (algo que no tiene por qué ser malo necesariamente), pero siempre he dicho bien alto que me encanta que exista y que sea como es; me encanta que genere esa devoción entre sus seguidores y semejante inquina absurda entre sus haters, gente aburrida que no tiene otra cosa mejor que hacer que vomitar su desprecio en redes. Estamos en una época en que cualquier idea o concepto que desafíe el orden establecido, la comodidad de unos pocos, genera ataques justificados por el miedo a la pérdida de cierto status. En la música, como en la sociedad, también ocurre.
Sea como fuere, el caso es que el sábado pasaba por València una estrella del ¿pop? mundial, algo que no ocurre mucho en esta ciudad, así que la ocasión se tornaba en una de esas noches imprescindibles para estar presente sí o sí, dejando de lado todas las ideas preconcebidas que pudiéramos tener previamente.
Puede que el show esté medido al milímetro, como un gran porcentaje de los conciertos que hemos visto a lo largo de nuestras vidas, aunque pensemos que no. Lo minimalista de la propuesta y el guiño al presente, anclado a la inmediatez de las redes sociales, se aprecia en cada momento. Vemos gestos sobre el escenario marcados de simbolismo, como el desmaquillarse o los dispositivos de grabación siguiéndola a cada rincón a mano de su corte de bailarines. Sin cambios de vestuario, sin excesos de diva y con casi todo pregrabado, y sin olvidarnos de que sí, hay un músico sobre las tablas y se llama Rosalía Vila. El único momento karaoke a apreciar (algo muy habitual en los directos, por otra parte), fue cuando bajó a pie de foso a cantar con los fans de primera fila “La Noche de Anoche”, desatando, claro está, la locura y amor desmedido de todos aquellos que llevaban horas haciendo fila a pleno sol de La Marina.
Desde ese inicial y ya icónico “Chica, qué dices?”, Rosalía levanta su one-woman-show con las tablas y la experiencia de una estrella que maneja su carrera con inteligencia y dosifica el amor de su público. No dudo que València sea la ciudad más Motomami que existe, pero sí es la más capaz de acogerla y odiarla al mismo tiempo, aunque sepamos que los que elijan la última opción se diluirán en el tiempo.
Rosalía brilla en sus momentos a solas, como ese “Hentai” susurrado a un piano que estremece, o en las joyas de El Mal Querer; “Pienso en tu Mirá” y “Malamente” han crecido más aun con el tiempo y equilibran la balanza del concierto hacia el recuerdo de aquella gira. “Saoko” en directo sigue explotando la cabeza de todo aquel que se acerque a ella durante unos segundos y los temas inéditos no convencen pero les concedemos la sabiduría urbana, compartiendo con la de San Cugat que “antes se decía despechá” y que ”todo el mundo quiere fortuna, dinero y libertad”. Nada que objetar.
Rosalía incluso se permite atraparnos en la nostalgia inconfesable de éxitos pretéritos como el “Papi Chulo” de Lorna o la “Gasolina” de Daddy Yankee, grabados a fuego involuntario en las cabezas de muchas de las allí presentes. Dentro de diez años (que ahora todo evoluciona a velocidades de vértigo) Motomami será considerado un hito en la música de las primeras décadas del siglo XXI. Por mucho que ahora mismo algunos no puedan o no quieran entenderlo.
Fotos: Susana Godoy
La pude ver en Fuengirola (Málaga). A destacar lo reproducible del formato y que lo pueda disfrutar de la misma manera alguien en una ciudad de provincia que en el Palau Santa Jordi, algo de agradecer. Casi dos horas de concierto sin pausa, intensísimo, donde se alternaba la emoción y el baile desenfrenado a partes iguales. Minimalista, puesta en escena impecable (menos es más), con un cuerpo de baile y ella en si que acapara todo el protagonismo. Voz de 10. Motomami ya parece un grandes éxitos, mucho de su repertorio lo es. Como reseña el artículo, lo consideraría de hito.