Arde Bogotá (WiZink Center) Madrid 13/12/24
Además de una de las bandas más interesantes del momento, Arde Bogotá tiene mucho de misión, de cruzada. Esta formación española parece destinada, en una escalada de vértigo, a cumplir objetivos y disolver escepticismos sin apenas respiro. La simple acción, a finales de la década pasada, de constituirse y, desde el primer minuto de discografía, apostar por un rock frontal, recio e intenso, que supura épica y pasión, constituyó el primer desafío. Ya no sólo es que pocas veces como en esta época, tal vez ninguna, la música de guitarras haya estado tan fuera de foco, sino que cuando lo está, pop, indie y post-punk, entre otros, suelen acaparar los focos. Estilos venerables y fértiles en grandes obras, no nos confundamos, pero que no se distinguen, en líneas generales, por la contundencia y el vigor de su sonido. Estos cuatro intrépidos muchachos de Murcia, en cambio, no se arrugaron y lo tuvieron claro desde el principio: sus guitarras no iban a pedir perdón a nadie.
Tras dos entregas muy elogiadas, El Tiempo y La Actitud (20) y La Noche (21), parecía clara que esta bendita ocurrencia había sido un éxito. Pero tocaba redoblar la apuesta y, con Cowboys De La A3 (23), atinado álbum de consagración, su dimensión popular y la inclusión en festivales de acentuado cariz rockero, como el Azkena, desató las suspicacias. Resultó particularmente placentero contar en este medio, hace unos meses, como la banda tapó bocas, erradicó sospechas y estuvo a la altura de las circunstancias con un concierto fabuloso, de los mejores del festival. Nuevo examen superado, a la espera del siguiente. Y éste no se ha hecho esperar: concierto como protagonistas únicos en el colosal WiZink Center madrileño. Con todas las entradas liquidadas hace meses, con más miradas clavadas en el escenario que nunca y con una producción audiovisual que inevitablemente daría un notable salto con respecto a anteriores despliegues, la emoción y la curiosidad por verles acometer esta nueva carrera de vallas se entremezclaban entre un público que ya hora y media antes del inicio comenzó, poco a poco, a ocupar sus posiciones.
A las nueve de la noche, con puntualidad milimétrica, la formación entró en escena y las primeras notas de “Veneno” ya empezaron a desatar el entusiasmo. Antonio García, su cantante, ataviado con unos holgados pantalones blancos y con su larga melena al viento, en un look maravillosamente retro y 70’s, no muy alejado de estampas icónicas como las de Jim Morrison o Robert Plant, comenzó, con su peculiar voz de barítono, una alocución que tuvo mucho tanto de declaración de intenciones como de ejercicio de honestidad: “Bienvenidos al sueño y la ilusión de cuatro muchachos, esperamos que sea la fiesta de todos”. Esto último quedo meridianamente claro ante lances muy álgidos del primer tramo de espectáculo, como en las soberbias “Abajo”, “Nuestros Pecados” y “El Beso”, o la muy aclamada “Qué Vida Tan Dura”. Aquí conviene admitir que, a diferencia de otras plazas, el público lo tenían en el bolsillo desde el principio y remaban, por tanto, a favor de corriente, pero la combustión colectiva impresionaba. También es justo señalar que, simultáneamente a ello, y con todas sus virtudes, el grupo parecía transmitir cierta cohibición ante el opulento despliegue y las dimensiones del recinto, con su pasarela, sus mastodónticas pantallas y su escenario a dos niveles.
Con una puesta en escena mucho más próxima a, por poner un ejemplo, los U2 de Zooropa (93) que a los de esta misma banda hace apenas unos meses, Arde Bogotá, mientras colmaba de emoción a sus fans con su artillería, parecía verse obligado a lidiar con su enésimo reto, tal vez el más difícil de todos: amoldarse al megapabellón, exhibirse con grandeza, consumar una extraña e improvisada metamorfosis en su identidad. Y hacerlo todo sin traicionarse, sin renunciar a ellos mismos. La coyuntura es muy interesante y fértil en matices y puntos de vista, pero adelantemos que el veredicto es positivo. El mejor de los síntomas es que esa percepción de dimensiones desmesuradas, de banda algo encogida, que pudo dejar el pistoletazo de salida se fue desvaneciendo poco a poco; la formación fue indiscutiblemente cogiendo vuelo y confianza según avanzaba todo y las carreras por la pasarela y la desenvoltura general fueron a más. Momentos a rescatar del núcleo central del repertorio fueron las trepidantes “Clávame Tus Palabras” y “Escorpio Y Sagitario”, así como “Cowboys De La A3” y “Exoplaneta”, dos perlas íntimas y confesionales donde esta banda mostró su dominio del registro más desnudo y la introspección. Más cuestionable pudo parecer la irrupción de un quinteto de cuerda con la hermosa “Virtud Y Castigo”. Nada que objetar a la impecable ejecución de sus integrantes, pero ni la canción en particular ni la banda en general parecen necesitar este arreglo adicional, y una mirada crítica e implacable tal vez pudiera encontrar en ese detalle una prescindible concesión a la megalomanía. Dicho lo cual, este controvertido tramo, además de proporcionar la exquisita “Salvación”, coincidió con un binomio desarmante y no muy previsible: “Copilotos” y la excelsa “Flor De La Mancha”, otro dos certeros pellizcos al corazón.
Y en fin, aprovechando que termina el concierto, y con él estas líneas, toca mirar a los ojos al elefante en la habitación: el sonido y volumen de los instrumentos de esta banda. Sucedió en el referido festival vitoriano, y volvió a suceder aquí. Si bien es cierto que parece que se fue resolviendo poco a poco, la impresión una vez más, al menos desde la pista, es que faltaban decibelios por todos los lados, que esas guitarras que no piden perdón y entran como un trueno en los discos no lucen con tanto ímpetu en directo. Por suerte, todo parece apuntar a una cuestión técnica, de simple ecualización y ajuste, incluso de definitivo amoldamiento a estas nuevas hechuras escénicas.
Para rematar, dos apuntes positivos, reflejos de la energía positiva que envuelve a esta banda, y que invitan a pensar que esta transición que parecen experimentar, con todo lo que implica en forma de escollos y facetas por pulir, la completarán, una vez más, con éxito. Una de ellas es la admirable y escrupulosa humildad con la que se condujeron de principio a fin, tildando de “ilógica” la histeria en la venta de entradas o, en muchísimos fragmentos de función, dedicando muchos más planos de las proyecciones visuales a los fans que a ellos mismos. En este sentido, resaltar también que durante el bis, con ese par de himnos en toda regla llamados “Los Perros” y “Antiaéreo”, y la espléndida y obsesiva “Cariño”, García bajó a la pista y se fundió entre el público, en una estampa inesperada y más propia de cualquier local de Cartagena en el que empezaron a foguearse hace un lustro que en un pabellón atestado por alrededor de 15.000 personas.
La otra noticia ilusionante es que no exageraríamos en absoluto si afirmamos que las dos interpretaciones más convincentes, las dos cumbres de la velada, y que tuvieron lugar en el ecuador del concierto, fueron precisamente las dos canciones más recientes del grupo, y publicadas como singles este año: “Flores De Venganza”, en su dimensión más contundente e incisiva, y una virguería de más de ocho minutos llamada “La Torre Picasso”, en un registro insólito hasta la fecha, coqueteando con el progresivo e incluso el post-rock, y saliendo airosos del reto. El detalle puede ser una casualidad, pero pocos indicios de buena salud de una banda pueden encontrarse mejores que éste. Quemadas las dudas, los prejuicios y la propia Torre Picasso, la misión de Arde Bogotá parece avanzar imparable. El futuro es suyo.
Fotos Arde Bogotá: Gloria Nim y Manuel Pasik (Son Buenos)